—Tal vez sí.
—Yo diría que de seguro —replicó la señora Hubbard con cierta brusquedad—. ¡No hay tal vez que valga! Si ha sido uno de los criados o de los estudiantes que no estaban aquí, esta noche, la noticia llegará seguramente a sus oídos. Es lo que ocurre siempre.
—Cierto. Es lo que ocurre siempre.
—Y además está la señora Nicoletis. En realidad no sé qué actitud tomar. Con ella nunca se sabe…
—Será interesante descubrirlo.
—Desde luego no podemos hablar con la policía hasta el momento que ella nos autorice… Oh, ¿qué ocurre ahora?
Sonaron tres enérgicos golpes en la puerta, que fueron repetidos antes que la señora Hubbard dijera: «Adelante» en tono irritado. Al abrirse la puerta fue Colin Macnabb quien entró con la pipa entre los dientes y el entrecejo fruncido.
Quitándose la pipa de la boca, y cerrando la puerta a sus espaldas, dijo:
—Ustedes me perdonarán, pero estaba impaciente por hablar con el señor Poirot.
—¿Conmigo? —Poirot volvió la cabeza con aire inocente y sorprendido.
—Sí, con usted. —Colin habló ceñudo, y acercándose una silla bastante incómoda se sentó frente a Hercules Poirot.
—Esta noche nos ha dado usted una charla interesante —dijo con aire indulgente—. No niego que es usted un hombre de larga y variada experiencia, pero si me lo permite le diré que sus métodos y sus ideas están pasados de moda.
—Por favor, Colin —dijo la señora Hubbard, enrojeciendo—. Es usted muy poco amable.
—No es mi intención ofenderle, pero tengo que aclarar las cosas. Crimen y castigo, monsieur Poirot… hasta ahí se extiende su horizonte…
—Me parece una consecuencia natural —replicó el detective.
—Usted toma el punto de vista estrecho de la ley… y lo que es más, de la ley anticuada. Hoy en día, incluso la ley ha de adaptarse a las teorías más nuevas y modernas de las causas del crimen. Son las causas lo importante, monsieur Poirot.
—En eso —exclamó Poirot— y empleando una de sus modernas frases, no puedo estar más de acuerdo con usted.
—Entonces tendrá que considerar la causa de lo que ha estado ocurriendo en esta casa… y averiguar por qué fueron hechas estas cosas.
—Sigo estando de acuerdo con usted… sí, eso es lo más importante.
—Porque siempre existe una razón, que puede ser para el interesado una buena razón.
Al llegar a este punto, la señora Hubbard, incapaz de contenerse, exclamó en tono crispado:
—¡Tonterías!
—Ahí es donde se equivoca —dijo Colin volviéndose ligeramente hacia ella—. Hay que tener en cuenta el fondo psicológico.
—¡Qué disparate! —replicó la señora Hubbard—. ¡No aguanto esta clase de tonterías!
—Eso es porque no sabe usted nada de psicología, —dijo Colin en tono grave antes de volver de nuevo sus ojos hacia Poirot—. A mí me interesan estas cosas. En la actualidad estoy siguiendo un cursillo de psiquiatría y psicología, y nos encontramos con los casos más asombrosos y complicados, y lo que quiero hacer resaltar, monsieur Poirot, es que no debe considerar al criminal como una consecuencia del pecado criminal, o una malvada violencia de las leyes de un país. Tiene que comprender la raíz del mal para curar a un joven delincuente. Estas ideas eran desconocidas en sus tiempos y no me cabe duda de que le resultarán difíciles de aceptar…
—Un robo es un robo —intervino la señora Hubbard obstinadamente.
Colin frunció el ceño con impaciencia.
—Mis ideas serán sin duda anticuadas —dijo Poirot humildemente—, pero estoy dispuesto a escucharle, señor Macnabb.
—Eso está muy bien dicho, señor Poirot. Ahora trataré de explicarle este asunto con claridad, empleando términos sencillos.
—Gracias —replicó monsieur Poirot con la misma humildad.
—Empezaré por el par de zapatos que usted trajo esta noche y devolvió a Sally Finch. Como usted recordará, sólo robaron uno. Sólo uno.
—Recuerdo que me sorprendió ese detalle —dijo Hercules Poirot.
Colin Macnabb se inclinó hacia delante y sus facciones duras, aunque incorrectas, se iluminaron por el interés.
—Ah, pero usted no vio su significado. Es uno de los ejemplos bonitos y satisfactorios que uno puede desear. Nos hallamos ante un definido complejo de Cenicienta. Tal vez conozca usted el cuento de Cenicienta.
—De origen francés… mas oui.
—Cenicienta, la sirvienta sin sueldo, se queda sentada junto al hogar mientras sus hermanastras, con sus mejores galas, van al baile que da el Príncipe. Un Hada Madrina envía también a Cenicienta a la fiesta y, al dar la medianoche, su vestido se convierte en harapos… ella escapa apresuradamente, perdiendo uno de sus zapatos. De modo que aquí tenemos una mentalidad que se compara a sí misma con Cenicienta, sin caer en ello, por descontado… Tenemos un complejo de inferioridad, de fracaso, de envidia. La muchacha roba un zapato. ¿Por qué?
—¿Una muchacha?
—Pues naturalmente. Eso está clarísimo para la inteligencia menos despejada —contestó Colin con aire reprobador.
—¡Por favor, Colin! —exclamó la señora Hubbard.
—Siga usted, se lo ruego —dijo Poirot cortésmente.
—Probablemente ella no sabe por qué lo hace… pero el deseo íntimo es evidente. Quiere ser la Princesa, ser reconocida por el Príncipe y reclamada por él. Otro factor significativo: el zapato robado pertenece a una joven atractiva que va a asistir a un baile.
La pipa de Colin se había apagado hacía rato y la blandía con creciente entusiasmo.
—Y ahora consideremos algunos de, los otros sucesos. La desaparición de una serie de cosas bonitas… todas ellas relacionadas con el atractivo femenino. Polvos compactos, lápiz para labios, pendientes,, una pulsera, una sortija… que tiene un doble significado. La chica quiere llamar la atención. Desea, si cabe, ser castigada… Ninguna de estas cosas constituye lo que llamaríamos un robo criminal. No es el valor del objeto lo que interesa. Igual que hacen las mujeres acomodadas cuando roban cosas en los almacenes.
—Tonterías —dijo la señora Hubbard en tono belicoso—. Algunas personas no son honradas; eso es lo que ocurre.
—No obstante, entre los objetos robados había un brillante de cierto valor —apostilló Poirot, haciendo caso omiso de la intervención de la señora Hubbard.
—Que fue devuelto.
—Y sin duda alguna, señor Macnabb, no me dirá usted que un estetoscopio pueda tener relación con el atractivo femenino…
—Tiene un profundo significado. Las mujeres que consideran deficiente el atractivo pueden encontrar una compensación en el estudio de una carrera.
—¿Y el libro de cocina?
—Un símbolo de la agradable vida hogareña… el esposo y la familia.
—¿Y el ácido bórico?
Colin replicó, irritado:
—Mi querido monsieur Poirot. ¡Nadie robaría ácido bórico! ¿Para qué?
—Eso es lo que yo me he preguntado. Debo confesar, señor Macnabb, que parece usted tener respuesta para todo. Explíqueme entonces el significado de la desaparición de unos pantalones viejos de franela… que, según tengo entendido, eran suyos.
Por primera vez Colin pareció desconcertado. Y luego de enrojecer aclaró su garganta.
—Podría explicarlo… pero sería bastante complicado, y tal vez… sí… bastante violento.
—Oh, le ruego respetuosamente, disimule usted si me ruborizo…
E inclinándose hacia delante, Poirot dio una palmada en la rodilla del joven.
—Y la tinta vertida sobre los apuntes de otra estudiante, la bufanda de seda hecha jirones ¿No le preocupan todas esas cosas?