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– Si los amigos de Milón todavía le apoyan, ¿por qué vas a ser tú el único que haga un discurso?

– ¡De nuevo las reformas de Pompeyo! La defensa tiene sólo tres horas (¡tres horas!), para defender el caso. ¿Recuerdas cómo era antes?

Un hombre tenía dos o tres abogados que podían hablar durante todo el tiempo que desearan. No necesito decirte que yo empiezo a calentarme al cabo de tres horas. La verdad es que no quiero compartir el tiempo con nadie más. Para la acusación aún es peor; ellos sólo tienen dos horas. Bien, deja que los tres abogados tropiecen unos con otros y lean sus notas a toda velocidad. Harán precipitados y confusos discursos y luego yo aprovecharé mi tiempo para arrastrar a los jueces, lentamente, firmemente, irresistiblemente a nuestro campo.

Se sirvió una buena dosis de vino de Falerno. ¿Cuándo había empezado Cicerón a beber como un hombre?

– No creas que no puedo hacerlo -continuó-. Espera a oír mi discurso. Es mi obra maestra, Gordiano. ¿Estoy fanfarroneando, Tirón, o es la pura verdad?

Tirón esbozó una sonrisa maliciosa.

– Es un discurso muy bueno.

– ¡Nunca había escrito uno mejor! Y mi oratoria nunca había sido tan buena. Fascinaré al jurado con las primeras palabras, los estrecharé contra mí como si fueran un amante hasta que no tenga nada más que decir y, después dé haberlo hecho, desafiaré a cualquier hombre a que se enfrente a Milón.

El vino y la curiosidad habían enfriado mi ira. Decidí escuchar un rato, tomarme mi tiempo y oírle. Sería la última vez que lo hiciera. Una vez le dijera lo que había ido a decirle, no volveríamos a intercambiar palabra.

– ¿Cómo lo harás, Cicerón? ¿Cómo seducirás al jurado?

– Bueno, no puedo leerte todo el discurso ahora mismo; no hay tiempo. Esbozó una sonrisa irónica-. Además, a lo mejor eres un espía enemigo, Gordiano. ¿Has venido a descubrir mis juegos de palabras y mis dobles sentidos antes de que estén listos? ¡No permitiré que la acusación conozca mis metáforas y alusiones históricas para que las eche a perder! Pero te haré un resumen general. Quizá te dé alguna idea de cómo puedes ayudarme.

– ¿Ayudarte?

– Quizá la acusación tenga un punto débil que se me haya escapado, algo que tú sepas y yo no; algún punto que tengan intención de recalcar y que yo no haya previsto. Probablemente, tú has tenido oportunidad de conocer informaciones que incluso a mis espías se les han pasado por alto. ¡Has estado repantigado en la litera de Clodia, de campamento con Marco Antonio…; eres un hombre valioso, Gordiano! Siempre lo he dicho. Y nunca te he dado la espalda, sin importarme lo equivocado que hayas podido estar de vez en cuando. No puedes imaginarte cuánto me he alegrado cuando ha venido el portero diciendo que estabas aquí. Eres la última persona que habría esperado ver esta noche. Gordiano el Sabueso, siempre lleno de sorpresas. «Me ayudará a coronar mi obra maestra con los últimos toques», eso es lo que dije, ¿no es cierto, Tirón?

– Desde luego que sí -Tirón parecía muy cansado. Pensé que, con su delicada constitución, debería estar en la cama. ¿O acaso parpadeaba y entornaba los ojos para evitar mirarme? ¿Habría formado parte de la conjura contra mí? La idea me ponía enfermo, pero su lealtad hacia Cicerón siempre había eclipsado cualquier otra cosa en su vida.

– Lo más importante de mi discurso -continuó diciendo Cicerón lleno de entusiasmo- es que fue Clodio el que planeó una emboscada contra Milón y que a Milón no le quedó más remedio que defenderse. ¡Fue un homicidio justificado!

– ¿Y qué pasa con los hechos, Cicerón? -dije.

¡Oh! Tendré que recordarle al jurado ciertos actos…, como que Clodio tenía un largo historial de conducta criminal contra los dioses y el Estado. Y el hecho de que, incluso mientras estaba de camino en la Vía Apia, trabajaba para reorganizar el sistema de votos y procurar para sí mismo y para su chusma de esclavos liberados aún más poder. Y, ciertamente, no pienso permitir a nadie olvidar el hecho de que Clodio era uno de los más libertinos y pervertidos hombres que ha habido en esta ciudad.

– Pero Clodio no tendió una emboscada a Milón. ¿Tengo que repetirlo más lentamente? Clodio… no… tendió una emboscada… a Milón.

Cicerón se detuvo.

– Este asunto de la emboscada, de quién conspiró contra quién, de quién esperaba a quién…, es teoría, ¿no lo ves? Considéralo una estratagema literaria. Mi amigo Marco Bruto dice que debo tener en cuenta que se da por hecho que Milón asesinó a Clodio intencionadamente, con conocimiento de causa y premeditación, y alegar que el homicidio estaba justificado ya que Milón actuó para salvar al Estado de un hombre peligroso. Bueno, quizá Bruto se las arreglara con ese argumento, pero yo no. Recordaría a los oyentes mis manejos con Catilina y sus seguidores. Milón no debe padecer por los avatares de mi consulado. Por lo tanto, esa línea de defensa queda cerrada. Así que alegaré que ni Milón ni sus hombres fueron responsables en última instancia de la muerte de Clodio, al menos técnicamente. Ése ha debido de ser el caso, como estoy seguro de que habrás descubierto tú mismo con tus indagaciones…

– ¿De qué estás hablando?

– No seas modesto conmigo, Gordiano. Es demasiado tarde para eso. Sin embargo, para defender la inocencia de Milón, tendría que introducir algunos razonamientos bastante oscuros y además, ese enfoque no tendría un sentido temático; descuidaría el argumento más persuasivo de todos, que Clodio era un peligro inmediato para Milón y un peligro permanente para el Estado. No, utilizaré la emboscada…

– Cicerón, no hubo emboscada por ninguna de las partes.

– Ya, pero ¿cómo lo sabes, Gordiano?

– Porque fui allí. Vi el lugar. Hablé con los testigos.

– ¡Ah! Fuiste, viste, hablaste…, pero los jueces no han hecho nada de eso. Me corresponde a mí dar forma a sus percepciones.

– Pero los jueces ya han oído a los testigos.

– Sí, por desgracia. ¡Las innovaciones de Pompeyo! Según el proceso tradicional, los abogados habrían presentado sus argumentos al principio y dado forma a la opinión del jurado antes de que escucharan a los testigos. Pero no importa. ¿Crees que los jueces estarán pensando todavía en esa puta sacerdotisa y en su patético hermano, o en esa mujer increíblemente vulgar de la posada después de haberme oído defender a Milón durante tres horas? Yo creo que no. -Vio mi cara de consternación y sonrió-. No lo entiendes, por lo que veo. Dudas que pueda haber un discurso tan persuasivo. Pero créeme, éste es mi mejor discurso; es con diferencia una de las mejores obras de oratoria que jamás haya escrito. No puedes ni imaginar el trabajo que me ha dado.

– Querrás decir el fraude.

¡Gordiano! -Sacudió la cabeza, no disgustado (estaba demasiado entusiasmado para eso), sino consternado-. Muy bien, fraude. ¡Composición, astucia, fraude, llámalo como quieras! ¿Desde cuándo tienes esa reverencia excesiva, infantil diría yo, por la verdad absoluta y completa? Esa obsesión tan peculiar… ¿de dónde la has sacado? Si la simple verdad pudiera enviar ejércitos a la batalla e influir en los jueces, si los hombres pudieran responder como es debido diciéndoles la verdad, ¿crees que utilizaría otras armas? Sería tan fácil… Pero la verdad no es suficiente; ¡a menudo es lo peor para un hombre con una causa! Por eso tenemos la oratoria. ¡La belleza, el poder de las palabras! Gracias a los dioses por el regalo de la oratoria, y gracias a los dioses por los hombres que son lo bastante inteligentes y lo bastante sabios para inclinar esa verdad de cuando en cuando con el fin de mantener el Estado libre y unido. Lo más importante de la audiencia de mañana no es determinar quién hizo qué en la Vía Apia. Lo más importante, lo absolutamente importante, es que al final del día Milón sea libre. Si la verdad impide este objetivo tendremos que prescindir de ella. No sirve a ningún propósito. ¿No te das cuenta, Gordiano? Es algo tan elemental…