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Ya había oído bastante.

– ¿Y mi encierro? ¿También es algo elemental?

Cicerón palideció.

– ¿Qué quieres decir?

– Cuando estaba atrapado en aquel inmundo pozo, alguien escribió un anónimo a mi mujer diciéndole que no se preocupara. Encontré una muestra de aquella escritura…, una viejísima inscripción en un papiro…, que era igual a la de la nota. Tú escribiste el anónimo, Cicerón. ¿Lo niegas?

Cruzó las manos tras la espalda y comenzó a andar. Miró a Tirón, que lo miraba expectante con el ceño fruncido. -Escribí la nota a tu mujer, sí.

– ¿Cuál fue tu participación? ¿Lo sabías desde el principio? ¿Fuiste tú el que planeó el ataque?

Hizo una mueca, como un hombre que tuviera que meterse en algo blando y maloliente.

– Cuando supimos que te habías puesto en camino hacia Bovilas, Milón pensó que te habías convertido en un peligro para él. No habló de otra cosa durante varios días. ¿Quién sabía lo que descubrirías? ¿Para quién estabas trabajando? Traté de disuadirle pero Milón es un hombre muy obstinado. Estaba dispuesto a librarse de ti…

– ¿A matarme, quieres decir?

– A impedir que regresaras a Roma. Sí, su primera intención era asesinarte. Se lo prohibí. ¿Me oyes, Gordiano? Le prohibí mataros a ti y a tu hijo. Le recordé los hombres que tenía prisioneros en su villa de Lanuvio, los testigos que sus hombres habían atrapado en la Vía Apia. Si tenía prisioneros a aquellos hombres, ¿por qué no hacer lo mismo contigo y con tu hijo? Insistí en que fueras perdonado, ¿lo entiendes? Milón se comprometió a detenerte simplemente, y sólo hasta que la crisis terminara. Luego Eco y tú seríais liberados sin haber sufrido daño.

– Los hombres que escaparon de Lanuvio dijeron que Milón había decidido matarlos.

– Sólo fue un rumor, pero aunque fuera cierto, no tenía nada que ver contigo. Tenía la palabra de Milón de que no te haría ningún daño. ¡La palabra de Milón!

– ¿Sufriste algún daño? ¿Fuiste maltratado? ¿Lo ves? Mantuvo su palabra. A pesar de todo, estaba muy preocupado por tu familia, ya que sé lo mucho que te quieren y lo mucho que te echarían de menos y se preocuparían por ti. ¡No fui tan frío ni tan duro como para pasarlo por alto! Así que le escribí una nota a tu esposa para calmar su miedo. La escribí con mi propia mano e hice que la llevara un esclavo analfabeto. Debería haber sabido que al final me descubrirías, Gordiano. ¡No se te escapa nada! Pero era lo que tenía que hacer. Ni siquiera ahora lamento haberlo hecho.

Estaba erguido con la barbilla levantada, como un oficial cuyo honor hubiera sido manchado después de un acto de valentía. Le miré con la boca abierta.

– Realmente estás orgulloso de ti mismo, ¿no es cierto? Orgulloso porque convenciste a Milón de que me secuestrara en lugar de matarme…

– ¡Te salvé la vida, Gordiano!

– Y orgulloso por haber escrito dos líneas a mi mujer en lugar de liberarme.

Suspiró ante mi obstinación.

– A veces, Gordiano, para defender la libertad, acciones que de otra forma serían reprobables no sólo están justificadas, sino que son inevitables.

Sacudí la cabeza.

– Tirón, ¿lo has oído? ¿Lo estás copiando? ¡Seguro que tu amo podrá utilizarlo en el discurso de mañana!

Cicerón apretó los dedos.

– Gordiano, algún día reflexionarás sobre este episodio y te darás cuenta de que fuiste llamado para sacrificarte en beneficio del Estado. Puede que Milón estuviera equivocado al pensar que tenía que apartarte de Roma durante un tiempo. ¡Deberías sentirte halagado de que te considerara tan peligroso! Pero piensa en lo más importante. Es beneficioso…, muy beneficioso…, que Clodio esté muerto y sería un completo desastre que los enemigos de Milón consiguieran enviarle al exilio.

– Un desastre para Milón, querrás decir.

– ¡Sí! Y un desastre para mí… y para cualquiera al que le preocupe que Roma siga siendo una república. Necesitamos hombres como Milón y Catón y, sí, como yo mismo. ¡No se puede desperdiciar a ninguno de nosotros! Te has relacionado con Pompeyo. Has conocido personalmente a César. ¿Realmente te gustaría que ellos fueran los que tomaran todas las decisiones? Si llegamos a eso, si todos los hombres buenos son eliminados uno por uno y el poder del Senado disminuyera hasta convertirse en nada y César y Pompeyo fueran los únicos que quedaran, ¿cuánto crees que duraría su compadraje? ¿Te imaginas otra guerra civil, Gordiano? Eres lo bastante viejo para recordar a Mario y a Sila. Cuánto más terrible sería ahora, con el mundo entero en llamas. ¿Quién quedaría para recoger los pedazos?

Inclinó la cabeza como si de repente le pesara la hora.

– Todo lo que hago, todo, es prevenir el curso de los acontecimientos. Piénsalo, Gordiano, y considera que este insignificante asunto, esta pequeña injusticia de Milón contigo, sólo fueron unos pocos días de tu vida encerrado. ¿Deseas ser compensado? ¿Es una indemnización lo que buscas? ¿Eso te dejaría satisfecho? ¿O puedes hacer un esfuerzo para ver el cuadro completo y sacar tus propias conclusiones sobre tu pequeña participación en él? Este juicio no es sólo sobre Milón y Clodio. Es sobre el futuro de la República. Si la verdad ha de ser disfrazada, si tu familia y tú tenéis que sufrir un poco en nombre dé esa causa, ¡hacedlo!

Levantó la cabeza y me miró fijamente, esperando mi reacción.

– ¡La belleza, el poder de las palabras! -dije finalmente, imitándole-. ¡Maldigo a los dioses que nos dieron la oratoria! ¡Y maldigo a los hombres inteligentes como tú, que disfrazan el significado de palabras como libertad y justicia! Este asunto todavía no ha terminado, Marco Cicerón. En cuanto a Milón, espero sentirme vengado por su ofensa mañana, cuando el tribunal decida su destino.

Me di la vuelta para salir, pero antes miré a Tirón. Había permanecido en silencio y con la mirada desviada durante toda la conversación.

– ¿Tú lo sabías? -dije.

Cuando Tirón vaciló, Cicerón contestó por él.

– Tirón no sabía nada del secuestro. Milón y yo nunca lo comentamos en su presencia. El hecho es que no confiaba en que pudiera mantener la boca cerrada al respecto. Tirón siempre ha tenido cierta debilidad por ti, Gordiano. Yo también, ya que escribí esa nota a tu esposa. Tirón habría hecho alguna tontería mayor. No sabía nada.

Miré fijamente a Tirón, que seguía sin mirarme a los ojos.

– Así que también has decepcionado a Tirón. Puedo creerlo. No es tan buen actor como tú, Cicerón; su sorpresa y alivio cuando nos encontramos en la Vía Flaminia eran demasiado genuinos para ser fingidos. Pero Tirón… ¡Tirón, mírame! Debías de sospechar algo. Exceptuando a Milón, ¿quién tenía motivos para secuestrarnos? ¿Cómo podía no saberlo Cicerón?

Tirón se mordió el labio inferior.

La idea se me había ocurrido. Pero no pregunté. Supongo que, en realidad, no quería saberlo. Tengo muchas cosas en la cabeza…

– Dime sólo una cosa, Tirón. Sólo una, y dime la verdad. ¿Lo harás por mí?

Tirón me miró con desamparo.

– Sí, Gordiano.

– ¿El discurso para Milón… ¿es tan bueno como asegura Cicerón? ¿O es su vanidad la que habla por él? Dime lo que piensas realmente.

– La verdad, Gordiano?

– Nada más.

– El discurso de Cicerón para Milón es… -Tirón suspiró-. Cicerón nunca ha escrito un discurso mejor. Nadie lo ha hecho. Es mi opinión sincera. Si algo puede salvar a Milón es este discurso. El jurado llorará. Va a ser la mejor hora de Cicerón.

– Esto no era lo que quería oír. «Que los dioses nos ayuden», pensé mientras salía del despacho y los dejaba continuar con su trabajo.