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»Por fin, al cabo de muchos años, estimó que había llegado la hora de volver a entrar en la vida de ella. Todo fue bien. Su mujer no llegó a sospechar cuál era su verdadera identidad. Era un hombre conocidísimo en los medios científicos. El joven erguido y de buena presencia de antes era entonces un hombre de mediana edad, cargado de hombros, que llevaba barba. Y vemos cómo se repite la historia. Frederick es capaz de dominar a Louise, tal como hizo años antes. Ella consiente, por segunda vez, en casarse con él. Ninguna carta vino a romper el compromiso.

»Pero, poco después se recibe una de ellas. ¿Por qué?

»Creo que el doctor Leidner no quería dejar nada al azar. La intimidad del matrimonio podía despertar en ella ciertos recuerdos capaces de desbaratar sus planes. Deseaba grabar en la mente de su esposa, de una vez para siempre, que Eric Leidner y Frederick Bosner eran dos personas diferentes por completo. Y a tal efecto se recibió uno de los anónimos, que escribió el primero por cuenta del segundo. A esto le sigue el pueril asunto del gas. Fue el mismo doctor Leidner quien lo planeó con el mismo propósito.

»Una vez hecho aquello, quedó satisfecho. Ya podían disfrutar de una feliz vida conyugal. Pero luego, hace casi dos años, vuelven a recibirse los anónimos. ¿Por qué causa? Eh bien, creo saberlo. Porque la amenaza contenida en aquellas cartas era una amenaza verdadera. Por ello estaba siempre asustada la señora Leidner. Sabía que Frederick era suave, pero despiadado en el fondo. Que la mataría si llegaba a pertenecer a otro hombre. Y ella se había entregado ya a Richard Carey.

»Por lo tanto, una vez que descubrió esto, el doctor Leidner preparó con toda calma y sangre fría el escenario del crimen. Y posteriormente lo llevó a cabo convencido de que no sería descubierto su autor.

»¿Ven ustedes ahora el importante papel desempeñado por la enfermera Leatheran? Queda explicada la conducta un tanto curiosa del doctor Leidner al contratar los servicios de una enfermera para cuidar de su esposa; conducta que al principio me confundió. Era necesario que un testigo de reconocida solvencia profesional pudiera asegurar de forma incontrovertible que la señora Leidner había muerto hacía más de una hora cuando se descubrió su cadáver. Es decir, que había sido asesinada a una hora en que todos jurarían que su marido estaba en la azotea. Podía suscitarse la sospecha de que él la había matado cuando entró en la habitación y encontró el cadáver. Pero esto carecía de importancia si una enfermera competente podía asegurar positivamente que había muerto hacía más de una hora.

»Otra cosa que queda explicada es el extraño estado de tensión que se notaba este año entre los componentes de la expedición. No creí que aquello pudiera atribuirse exclusivamente a la señora Leidner. Durante muchos años había reinado el compañerismo y la alegría en esta expedición. Opino que el estado anímico de una comunidad siempre se ajusta a la influencia del hombre que la dirige. Debido a su tacto, a su juicio y a su forma de manejar a los seres humanos, el doctor Leidner había conseguido que el ambiente fuera siempre grato.

»De producirse un cambio, pues, debía ser a causa del hombre que dirigía la expedición; es decir, del doctor Leidner. Era él y no la señora Leidner, el responsable de la tensión y la intranquilidad. No es extraño que los demás, sin comprenderlo, notaran el cambio. Aunque en el aspecto externo era el mismo, el amable y cordial doctor Leidner no hacía más que representar una farsa. El verdadero Leidner era el fanático obsesionado en cuya mente se fraguaba el crimen.

»Y ahora pasemos al segundo asesinato; el de la señorita Johnson. Mientras ponía en orden los papeles del doctor Leidner, un trabajo que se impuso ella misma en su deseo de hacer algo, debió encontrar el borrador de uno de los anónimos.

»Tuvo que ser algo incomprensible y desconcertante para ella. ¡El doctor Leidner había atemorizado a su mujer con toda deliberación! No podía comprenderlo... y aquello la trastornó. Fue entonces cuando la enfermera Leatheran la encontró llorando desesperadamente.

»No creo que entonces sospechara que el doctor Leidner era el asesino, pero mis experiencias con los gritos en las habitaciones de la señora Leidner y del padre Lavigny no le pasaron por alto. Se dio cuenta de que si el grito que oyó fue lanzado por la señora Leidner, la ventana debió de estar abierta, no cerrada. De momento, aquello no tenía significado alguno para ella, pero lo recordó.

»Su mente siguió trabajando; avanzando hacia la verdad. Tal vez se refirió a los anónimos de una forma bastante clara ante el doctor Leidner, éste comprendió que ella sabía la verdad respecto a ellos. La señorita Johnson pudo ver entonces que las maneras de él cambiaban; que no hablaba, que se asustaba.

»Pero el doctor Leidner, según pensó ella, no podía haber asesinado a su mujer. Estuvo en la azotea.

»Pero entonces, una tarde, mientras estaba en la terraza meditando sobre lo ocurrido, se dio cuenta súbitamente de la verdad. La señora Leidner había sido asesinada desde la parte alta, a través de la ventana abierta.

»En aquel momento apareció la enfermera Leatheran.

»Pero al instante, su viejo afecto hacia el doctor Leidner volvió a dominarla y se apresuró a disimular lo que sentía. La enfermera no debía sospechar el terrible descubrimiento que acababa de hacer.

»Miró deliberadamente en dirección opuesta, hacia el patio, e hizo una observación, sugerida por la presencia del padre Lavigny, que en aquel momento se dirigía hacia el portalón.

»Rehusó decir nada más. Tenía que recapacitar sobre ello.

»Y el doctor Leidner, que la estaba vigilando estrechamente, quedó convencido de que ella sabía quién era el asesino. No era mujer capaz de disimular ante él su horror y su angustia.

»Hasta entonces, pensó Leidner, no le había delatado, ¿pero hasta qué extremo podía confiar en ella?

»Asesinar es una costumbre. Aquella noche, el doctor Leidner sustituyó un vaso de agua por uno de ácido. Existía la posibilidad de que se creyera que ella misma se había envenenado. Podía también creerse que fue la autora del primer asesinato y que los remordimientos habían acabado por hacerle llegar a la determinación de suicidarse. Con objeto de reforzar esta última idea, bajó de la azotea la piedra de molino y la puso bajo su cama.

»No es extraño que la pobre señorita Johnson, en la agonía, tratara desesperadamente de hacer saber a los demás la información que había conseguido a costa de su propia vida. "Por la ventana", así es como fue asesinada la señora Leidner; no era por la puerta... "por la ventana"...

»Y con ello, todo se explica; todo encaja en su lugar... todo es psicológicamente perfecto.

»Pero no tengo pruebas... ni una sola prueba...

Ninguno de nosotros habló. Estábamos sumergidos en un océano de horror. De horror y de lástima, a la vez.

El doctor Leidner seguía callado, sin hacer ningún movimiento. Estaba sentado en la misma posición que adoptó desde el principio. Parecía un hombre envejecido, arruinado, destrozado...

Por fin se movió ligeramente y miró a Poirot con ojos de expresión suave y hastiada...