– René, la encontré inconsciente, y a Jacques con un tiro… Su corazón siguió funcionando brevemente, pero era demasiado tarde.
Se detuvo, hizo un movimiento negativo con la cabeza, mientras veía la imagen de los copos en las pestañas de Jacques, y su sangre fluyendo poco a poco en la nieve. Luchaba contra el sentimiento de que él había intentado decirle algo.
René la miraba fijamente.
– Lo siento, Aimée.
La caldera de vapor chisporroteaba, expulsando oleadas de calor que se evaporaban en algún lugar a la altura del elevado techo. Se obligó a continuar.
– Luego, en el tejado de al lado, Sebastian y yo descubrimos una claraboya rota y huellas húmedas de pisadas en la alfombra debajo. Eso me explicó la huida.
– ¿La huida?
– Sí, del asesino. Luego aparecieron los flics y nos batimos en retirada por el tejado.
René dejó escapar un suspiro.
– Me prometiste que acabarías con todo esto, ¿verdad? Deja que se encarguen los flics.
Sonaba igual que Guy. Pero Guy ya no estaba por allí para hablarle así de nuevo. Se pasó las uñas con el esmalte cobrizo descascarillado por su pelo pincho.
– Laure puede enfrentarse a la cárcel.
No quería pensar en La Santé, la superpoblada prisión del siglo XVIII, las celdas sin calefacción y la reacción de las internas cuando descubrieran que Laure era una flic.
– Me siento responsable.
– ¿Responsable? Lo siento, pero parece que Jacques se lo buscó él mismo.
– Laure siempre tiene que estar probándose a sí misma para seguir los pasos de su padre. Por supuesto, haría cualquier cosa que Jacques le pidiera, no como yo.
– Nadie es como tú, Aimée -dijo René poniendo los ojos en blanco-. Gracias a Dios.
– René, Laure es lo más parecido a una hermana pequeña que tendré nunca. Está acomplejada y es muy sensible con respecto a su paladar hendido. La conozco, se desmoronará si la encierran.
Completamente.
Aimée arrugó la nariz, consciente del olor a flores que llegaba de algún lugar de la oficina.
– De todos modos, me he puesto al día. Preparé tres cuartas partes de los presupuestos ayer por la noche. -Y por eso me perdí la recepción de Guy.
– Morbier ha dejado un mensaje para ti -dijo René-, algo sobre mantener tus manazas a salvo. Igual le debes disculpas.
– ¿Qué puedo hacer?
– ¿Me estás pidiendo consejo? -René fingió terror-. Te va a costar. Di que lo sientes con flores. Es un romántico.
– ¿Estamos hablando de la misma persona?
Ella echó un vistazo a la oficina. Encima del soporte de la impresora se encontraba un tarro de mermelada con ramos de narcisos de un blanco puro, llenando el aire con su fragancia. Un presagio de la primavera.
– ¿Ya estamos celebrando la primavera? ¿O es un día especial? -preguntó, tratando de adivinar de dónde habían salido sin preguntar directamente-. ¿Qué pasa? ¿Buenas noticias? -Dejó la frase flotando, esperando que dijera que las había enviado Guy.
– Saca los datos de Salys. -Fue la única respuesta, al tiempo que los dedos de René se movían a toda velocidad sobre el teclado-. Necesitamos el borrador de una propuesta. Para el mediodía.
Su corazón le dio un vuelco. Guy no las había enviado.
La forma en la que René evitaba contestar, su apariencia… esa sensación de tener el estómago encogido… ¿serían celos? ¿Habría conocido a alguien? ¿Cómo podía estar celosa? Bueno, ¡era maravilloso que a René le hubiera picado el gusanillo! Lo contempló. Se veía en su cara. Tendría que estar contenta por él, entusiasmada. ¿Por qué no lo estaba? Solo porque Guy la había dejado, no quería decir que René no podía encontrar el amor.
– ¿Quién es ella, socio?
– ¿He dicho algo?
Ella sonrió.
– No hace falta.
– Tenemos trabajo. Mucho.
– Más vale que me lo digas -dijo ella mientras añadía más agua a los narcisos-. O te agobiaré hasta que lo hagas. -Echó hacia atrás la silla y repasó la correspondencia.
– Fui a tomar una copa con alguien después de una fiesta bajo la luna llena -dijo él.
– ¿Quieres decir que fuiste a una macrofiesta?
– Eso lo dejamos para hoy -dijo-. Eh, voilà.
René estaba lleno de sorpresas.
– ¿Cómo se llama?
Balbuceó algo.
– No lo he cogido.
– Magali. Ahora saca la cuenta de Salys.
– Lo acabé ayer.
Él se la quedó mirando fijamente.
– Mientras tú salías a bailar. Para variar, ¿eh?
Sumiso, René suspiró.
– Simplemente nos conocimos. Ahora no empieces con que Guy y tú queréis…
– ¿Conocerla? No te preocupes.
Se había guardado lo de Guy. No había motivos para preocupar a René cuando él era tan feliz. Afuera, el hielo que se derretía rociaba con gotas de plata la ventana sobre la rue du Louvre.
– René, necesito ayuda con un seguimiento. Interrogué a una mujer que vive en un piso alto desde donde se ve el lugar en el que dispararon a Jacques. Pero no pude encontrar a una prostituta que hay en la calle de enfrente.
Él arqueó las cejas.
– Por si no te has dado cuenta, tengo una reunión acerca de la cuenta de Salys dentro de media hora. Por lo menos son puntuales a la hora de pagar.
Y era una buena cuenta, además.
– Después de eso, vete por favor a hacer este encargo del caso de Laure.
– ¿Yo? -resopló René-. ¡Cómo si pasara desapercibido entre la multitud!
– Encuentra a la pute. Eso es como un pueblo. Los de Montmartre no se consideran parte de París. Además, tú eres perfecto.
– ¿Qué tal Toulouse-Lautrec reencarnado y moviéndome por ahí con una paleta para los turistas?
Ella sonrió.
– Es una idea.
– En este campo, cada uno usa lo que tiene, ¿no? -dijo él medio en broma y se detuvo, con sus dedos sobre el teclado.
Ella se inclinó hacia adelante.
– Están restaurando el edificio. Alguien sabía que uno de los pisos de arriba estaba vacío. Digamos que el asesino atrajo a Jacques desde este piso vacío y luego se aprovechó de la aparición de Laure para encasquetárselo. Él conocía el edificio y escapó por el tejado de al lado. Es una teoría.
– Ya lo he dicho antes: tienes una imaginación hiperactiva. Haz que trabaje en nuestra nueva cuenta con Salys.
Tenía razón, por supuesto.
– Ya lo he hecho.
Pulsó el teclado y el fichero de Salys apareció en su portátil.
– Envié la propuesta ayer por la noche; estarán preparados.
Extendió sobre la mesa el diagrama de los edificios y el patio que había hecho en la comisaría.
– Vi luces y escuché música de una fiesta ahí -dijo mientras señalaba una vivienda-. Estoy intentando echar mano al dueño, un tal monsieur Conari.
– Ya le interrogarán los flics.
– Puedes buscar a la prostituta después de tu reunión con Salys. Interrógala, y también a cualquiera que veas entrar en cualquiera de los edificios contiguos al de enfrente de donde dispararon a Jacques. El tiempo pasa. Yo me concentraré en el que se celebró la fiesta.
– ¿De verdad quieres que vaya de forma encubierta?
¿Había en su voz un cierto brillo de interés?
– ¿No es eso lo que siempre has querido, socio?
Aimée trabajó en unos programas antivirus. Dos horas más tarde, la impaciencia pudo con ella y llamó de nuevo a Maître Delambre.
– Estará aquí en cualquier momento -le dijo su secretaria.
Tenía que pillarlo antes de que marchara a otra vista. Echó mano de su abrigo de cuero. Sin el informe policial, era como dar palos de ciego.
– Por favor, dígale que Aimée Leduc está de camino para hablar con él.