Las oficinas de Maître Delambre impresionaban más que la apariencia del abogado. Pálido, con gafas de metal y pelo parduzco, con su larga túnica negra de cuello blanco no parecía tener más de 25 años.
El techo abovedado de madera y las estanterías cubiertas de expedientes legales y gruesos volúmenes del código penal no contribuían a acallar sus miedos. En el membrete del bufete impreso en gruesas hojas de vitela se podía leer: «Delambre e Hijos». Un asunto de familia. Quizá Laure debería pedir la ayuda del padre.
– Maître Delambre, estoy preocupada por Laure Rousseau -dijo Aimée.
– Todavía no he conseguido hablar con mi cliente -le dijo mientras ella se sentaba en una butaca-. ¿Cómo puedo saber que es verdad que ella la contrató?
La semántica, pensó Aimée. Ignoró el tono dubitativo de sus palabras.
– ¿Ha recibido el informe de la policía científica?
– Acabo de llegar al despacho -dijo él, molesto-.Tengo que encargarme de un montón de mensajes. Ella es solo una de tantos clientes.
– ¿Y a cuántos de ellos les espera la cárcel por haber disparado a su compañero? -preguntó Aimée-. Por favor, es importante. Le agradecería que lo comprobase.
– Un momento. -Ordenó un montón de papeles y carraspeó-. Veamos aquí. -Una pausa, más movimiento de papeles.
Afuera, en el muelle, el aguanieve batía contra el techo de un autobús parado en medio del tráfico. Ella oyó que cogía aire y se volvió hacia él.
– La han trasladado. Al Hôtel Dieu, pabellón Cusco.
Ella se aferró a los brazos de la silla. ¡Era el pabellón de cuidados intensivos para delincuentes del hospital público de la Île de la Cité!
– ¿Se han presentado cargos?
– Todavía no. Sin embargo, en estos casos, ese es el siguiente paso.
– ¿Se ha deteriorado su estado?
– Imagíneselo, mademoiselle Leduc -dijo-. Usted es la detective.
Aimée ahogó un gruñido.
– ¿De qué información dispone?
– Sufrió una conmoción cerebral importante -dijo, tras consultar un cuadernillo-. Por lo que dice aquí, está estable pero monitorizada. Es todo lo que sé.
¿Laure en cuidados intensivos? Las complicaciones surgían amenazadoras y la posibilidad de daño irreversible pasó por la mente de Aimée. Y la representaba un joven abogado que parecía que acababa de sacar el título.
– Por favor, enséñeme el dosier -dijo ella.
Con desgana, lo deslizó sobre la mesa de caoba. Por lo menos está tratando de ser complaciente, pensó.
En el interior vio el pròces-verbal, constituido por la declaración de Laure, breves informes que describían el escenario del crimen, las condiciones atmosféricas y una descripción del cuerpo y un diagrama superficial del tejado hecho a lápiz. Incluso su propia declaración estaba incluida.
– ¿No había un informe del laboratorio?
Maître Delambre negó con la cabeza.
– Qué extraño. Laure me dijo que la prueba de laboratorio había encontrado residuos de pólvora en sus manos, aunque ella no había disparado su arma desde hacía un mes.
Lo miró con más atención. La persona que había dibujado el diagrama de la escena del crimen no había tenido en cuenta el ángulo del tejado en el andamio, algo que ella solo había podido contemplar desde lo alto de la chimenea. No se mencionaba la claraboya rota en el edificio adyacente. Las fotografías de la policía, adjuntadas al final del informe, mostraban únicamente la zona de alrededor del cadáver de Jacques.
– Tiene que exigir que se realice una investigación más detallada del tejado.
– ¿Me está diciendo cómo tengo que hacer mi trabajo?
Ella tomó aire. ¿Cómo podía hacer que él hiciera algo sin revelar sus andanzas de la pasada noche por el tejado?
– Para nada, Maître Delambre, pero cuando tuvo lugar el crimen, estaba teniendo lugar una tormenta de nivel 3, unas condiciones atmosféricas muy difíciles. No hay duda de que se les escapó algo.
– Compruébelo usted misma -dijo.
Ella echó un rápido vistazo a la lista de personas que habían acudido a la fiesta y que habían sido interrogadas en el edificio del otro lado del patio. Nadie había visto, oído o notado nada. ¿Habrían interrogado al hombre que ella vio en la verja?
¿Sería debido al poco tiempo disponible por lo que el informe de la científica para la Proc era tan superficial? Laure era la única sospechosa; no habían seguido ninguna otra línea de investigación.
– Hablé con una mujer que vive en el piso de arriba del edificio junto al que se produjo el crimen -dijo ella-. Ayer por la noche, escuchó voces de hombre en el tejado, pero nadie le ha preguntado nada. Y la claraboya del vestíbulo de su edificio estaba rota.
Le mostró las polaroid que había sacado.
– Aquí se ven los cristales rotos en el portal. Quédeselas.
– Merci. Si es algo relevante, seguro que la policía lo descubrirá -dijo él, dudando por primera vez-. Escuche, hay otro problema.
Ella levantó la vista del informe.
– ¿Qué quiere decir?
– Una tal Nathalie Gagnard ha denunciado a Laure -dijo.
Aimée recordaba el apellido de Jacques.
– ¿Su esposa?
– Ex esposa. Acusa a Laure de asesinato.
Estupendo.
– También hablará en una entrevista en la edición de mañana de Le Parisién.
– ¿No puede evitar que se publique la entrevista?
Ella oyó las campanadas de un reloj, lentas y medidas.
– Demasiado tarde.
Aimée mostró su pase y su autorización a los dos jóvenes policías del Hôtel Dieu. En lugar de plantear problemas, le mostraron el camino a la sala de delincuentes internos del hospital. Las enfermeras andaban deprisa, sus pasos golpeaban las descascarilladas baldosas art nouveau surcadas por estrechos haces de luz que entraba a través de las persianas de las ventanas. Normalmente evitaba los hospitales, pero aquí estaba, en el segundo en dos días.
Y entonces se quedó helada, enfrentada a una pálida Laure que yacía enganchada a máquinas que goteaban fluidos a través de tubos trasparentes. Los monitores emitían pitidos. El olor a alcohol y a desinfectante de pino impregnaba todos los rincones.
La mente de Aimée regresó a una tarde en los Jardines de Luxemburgo bajo los árboles moteados por el sol y las sombras que danzaban sobre la gravilla. Su padre y Georges, el padre de Laure, estaban leyendo el periódico sentados en bancos verdes de listones de madera, compañeros que dependían el uno del otro cuando arriesgaban sus vidas y estaban gastándose bromas. El ruido del fluir del agua de la fuente y su humedad se agradecían en el calor pegajoso. Habían pasado dos veranos desde que su madre americana se había marchado. La pequeña Laure, con diez años, le había confiado en el parque infantil que tenía intención de seguir los pasos de su papá en la policía.
Los pitidos y chasquidos de las máquinas junto a la cama la devolvieron a la realidad. Obligó a sus piernas a moverse. ¿Podría hablar Laure? ¿Estaría lo suficientemente bien?
– Ça val ¿Qué tal te encuentras? -le preguntó mientras le acariciaba los dedos helados, con cuidado para evitar las vías intravenosas pegadas con esparadrapo a su muñeca y al dorso de la mano.
Los ojos de Laure luchaban por abrirse. Tenía las pupilas dilatadas. Lentamente, su rostro se iluminó al reconocerla.
– El informe… has leído el informe… ¿por eso estás aquí, bibiche?
– Laure, ¿qué informe?
– Hace mucho frío. ¿Dónde estoy? -preguntó Laure, confusa.
– En el hospital.
Aimée tiró de la manta hacia arriba hasta la barbilla de Laure.