– La asesina. Tan celosa…
Hacer rodar una roca cuesta arriba sería más sencillo que hablar con Nathalie.
– Ayúdeme a entender esto -dijo Aimée. Tenía curiosidad por las alucinaciones de Gagnard-. De acuerdo con lo que dicen los archivos, su relación profesional funcionaba bien. ¿Por qué sospecha de ella?
– ¿Quién si no? A pesar de ella, Jacques y yo volvíamos a estar juntos. -Los hombros de Nathalie se estremecieron y se cubrió los ojos, sollozando. El humo formaba espirales en la cara de Aimée.
Sorprendida, Aimée apagó el cigarrillo, sacó un pañuelo de papel y se lo pasó a Nathalie.
– Pagará por ello, esa zorra -interrumpió Nathalie al tiempo que se secaba las lágrimas de las mejillas.
– Por lo que entiendo -repuso Aimée haciendo un esfuerzo por refrenarse-, ustedes obtuvieron la sentencia de divorcio hace unos pocos meses.
– ¿Dónde está la justicia? Eso es lo que yo quiero saber.
– Justicia. Eso es lo que todos queremos -Aimée se mostró de acuerdo-. Pero tenemos que escarbar, buscar las pruebas, juntar todas las piezas y atrapar al culpable. El procedimiento exige que se cuestionen y se investiguen todos los aspectos hasta conseguir una imagen completa. Acudir a la prensa no va a favorecer su causa, Nathalie, ¿no cree?
– Por lo menos atrae la atención. -Nathalie se secó los ojos con cuidado para que no se le corriera la máscara-. Usted, ¿para quién trabaja? -preguntó desconfiada.
– Nathalie, ¿qué ocurriría si hubiera un cómplice? Podría haber más personas implicadas.
Nathalie metió el pañuelo en el bolso de cualquier manera.
– Le he preguntado que para quién trabaja.
– Investigo en nombre de Maître Delambre -replicó Aimée.
Se imaginó que Nathalie no sabría a qué parte representaba. Por lo menos, no todavía. Extrajo su cuaderno de criptografía. Hizo como que lo consultaba, pasó unas cuantas hojas y se quedó mirando la cara de Nathalie. Se decepcionó al ver el gesto resuelto de su boca.
– El informe indica que su ex marido se veía con otras mujeres -dijo Aimée pensando en el comentario de Laure sobre una novia. Una nueva táctica podría soltarle la lengua-. Pensamos que esa noche iba a encontrarse con un confidente. Una mujer.
– Usted no lo entiende. Jacques respetaba a las mujeres -dijo Nathalie como si simplemente declarara lo evidente-. Las trataba bien. Pero ella lo entendió de otra manera.
– Tengo curiosidad, si consideramos la lógica de esa noche… -repuso Aimée esperando que su voz sonara razonable-. Desde el punto de vista de la sospechosa, ¡no tendría mucho sentido asesinar a Jacques ya que todos los vieron salir juntos del café!
Los ojos de Nathalie se endurecieron en una mirada cortante.
– Haga su trabajo. Atrápela.
– ¿Se sentía Jacques presionado? ¿Facturas? ¿El trabajo? ¿Mencionó que debiera dinero a alguien?
Nathalie se levantó.
– Tengo una cita.
– Nathalie, la Proc exige pruebas. Hechos. ¿Cuándo vio a Jacques por última vez?
– Puse un plato en la mesa para él en la cena de la víspera de Navidad, pero en el último momento tuvo que trabajar. -Frunció el ceño mientras rebuscaba en la memoria.
– Eso fue hace unas semanas. ¿Algo más reciente?
Nathalie negó con la cabeza, el dolor inundaba sus ojos.
Durante un momento, Aimée se compadeció de ella. Guy había comprado un árbol de Navidad y juntos lo habían cubierto de luces y también a Miles Davis, y finalmente se habían dormido abrazados al amanecer.
Se dijo que se tenía que olvidar de eso. Vuelve al grano. Piensa. ¿Tenía Jacques alguna amante a la que mantenía? ¿Estaba tratando de mantener un ritmo de vida superior a sus posibilidades? Había visto cómo les había ocurrido eso a colegas de su padre.
– Según el informe, Jacques estaba pagando las letras del coche -dijo Aimée. Recordó que había visto la grúa llevarse el Citroën-. ¿Qué ha ocurrido con su coche?
– No puedo pagarlo -dijo Nathalie-. Lo he devuelto.
– ¿Se divorció de él porque gastaba demasiado?
Nathalie se inclinó hacia delante.
– Entre usted y yo, andábamos justos. Nos divorciamos y nos declaramos en bancarrota para salvar lo que teníamos, pero seguíamos juntos. ¿Cómo tengo que decírselo? La mujer lo mató por celos. Pero no se irá de rositas, no lo permitiré.
Aimée sintió pena de Nathalie, desesperada por vengar de alguna manera su infelicidad. Pero sus acusaciones dañaban a Laure, que, sin duda, era inocente.
– La Brigada Criminal investigará y encontrará al criminal.
– ¡Despierte! -dijo Nathalie levantándose y echando la silla hacia atrás de forma que raspó el suelo de madera-. Esa red de vejestorios no querían que el nombre de su padre se viera arrastrado por el barro. Pero nadie la encubrirá.
– Sin embargo, Jacques la aceptó como compañera…
– Como ya le he dicho -interrumpió Nathalie-, a Jacques le gustaba ayudar a la gente.
A Aimée se le ocurrió que algo sonaba mal.
– Llego tarde.
Nathalie anudó un pañuelo color naranja alrededor de su cuello, alcanzó su abrigo y salió del edificio.
Aimée la siguió hasta el Renault Mégane con el cartel de auto-école que estaba aparcado afuera. El viento azotaba la calle, arrastrando un olor a hojas mojadas.
– ¿Tiene usted una autoescuela?
– Solo conservamos este -dijo Nathalie abriendo la puerta. Su suspiro indicaba que había conocido una vida mejor-. Antes del divorcio teníamos una flota de seis coches, no crea. Yo no soy de las que se quedan sentadas en casa, así que me sumé al negocio.
Así que el divorcio había salvado lo que quedaba de su negocio. De nuevo se preguntó si Jacques se había acostumbrado demasiado a lo bueno. Los flics a menudo estaban pluriempleados, y se dedicaban a la seguridad privada para completar el sueldo.
– ¿Trabajaba Jacques en seguridad?
Nathalie hizo un mohín de aversión.
– Asesor -dijo-, hacía labores de asesoría.
La acera barrida por la lluvia reflejaba las desapacibles nubes grises. El autobús 74 dejó escapar gases por el tubo de escape al acelerar a su lado.
– Con sus habilidades, por supuesto -dijo Aimée.
Así que ambos habían mantenido dos empleos y habían trabajado duro. Pero Nathalie se había puesto rígida cuando le había preguntado por el pasado de Jacques.
Nathalie abrió la puerta del coche.
– Necesito verificar esto -dijo Aimée-. ¿Recuerda la empresa o el lugar para el que actuaba de asesor?
– Conocía Montmartre, tenía contactos allí. Algunas veces aceptaba trabajos particulares, ya sabe, para vips.
– ¿Con quién podría hablar que pudiera saber algo sobre esta actividad?
– Yo no tenía nada que ver.
¿Por qué no quería hablar esta mujer?
– Intente acordarse, Nathalie. ¿Algún nombre?
– Mire, ella fue la que asesinó a Jacques. ¿Qué tiene que ver todo esto?
– Todo es importante -dijo Aimée intentando apelar a su orgullo-. Déjeme recalcar que si ahora no salen a la luz todos los hechos, podrían ser utilizados más tarde para evitar la condena, para dejar suelto al asesino. Como mujer de un flic eso ya lo sabe.
Nathalie pestañeó y dejó caer su bolso en el sitio del pasajero.
– Algunas veces hablaba de Zette, un antiguo boxeador que tiene un bar. En la rue Houdon.
El Club Chevalier, el bar de la rue Houdon, había conocido mejores tiempos. Y Aimée se imaginó que esos mejores tiempos habían pasado hacía ya varias décadas. Las paredes del oscuro bar estaban rodeadas por taburetes cubiertos de plástico y columnas decorativas con bases de escayola desgastadas. Una mujer grande, de pelo rubio y un delantal rosa alrededor de su oronda tripa estaba pasando la aspiradora a la alfombra a conjunto que en algún momento también fue rosa. Aimée se preguntó quiénes serían los vips a los que servían aquí.