Выбрать главу

– Dibuja la silueta de los tejados, eso es lo que te resulta familiar, ¿no? Puedes empezar con el gris… inténtalo con el azul para dar sombra al edificio, difumínalo… ¿ves?

René repasó la superficie con su pulgar.

– Dale profundidad, sugiere…

– ¿Puedo utilizarlo en el trabajo para la maestra?

– ¿Por qué no? Y también el dibujo. Le gustará. Demuestra que tienes recursos.

Paul asintió, con las manos ocupadas. Después de diez fríos minutos, levantó la vista.

– ¿Como esto?

René lo miró. Las audaces líneas grises que reproducían el edificio demostraban bastante habilidad.

– Eres un artista, Paul. ¡Buen trabajo!

Paul mostró una amplia sonrisa. René se dio cuenta de que era la primera vez que veía los dientes del niño. ¿Nunca lo alabaría su madre?

– Yo veo esto todos los días, lo mismo que Toulouse-Lautrec veía su caballos.

René sonrió abiertamente.

– Claro, dibuja lo que conozcas. Pero tienes que practicar. Él lo hacía. Todos los días.

Paul asintió.

Y entonces René se dio cuenta de que había una bolsa de plástico a medio abrir en la que apenas se veían unos aviones de aeromodelismo. De los caros.

– Son míos -dijo Paul siguiendo la dirección de su mirada.

– ¡Eh! ¿Por qué los guardas aquí arriba?

– ¡Me los dio un amigo! -A Paul le temblaba el labio al responder.

René lo dudaba.

– Mira, no es asunto mío… Una vez robé revistas de coches. El dueño de la tienda me cogió. Me dijo que si lo hacía otra vez, me llevaría a la comisaría. -René se revolvió sobre las tejas del tejado-. Sé que no los robaste, pero las cosas pueden devolverse de forma discreta sin que nadie se entere. Es decir, suponiendo que tu amigo los haya cogido, claro.

– Es un buen amigo.

– Los buenos amigos necesitan ayuda. -René guiñó el ojo y pensó que era mejor plantar la semilla y cambiar de tema-. Pero todavía no entiendo cómo pudiste ver los fogonazos de los disparos desde aquí -dijo René-. No tenías prismáticos, ¿verdad?

– ¡Claro que los pude ver! Estaban justo ahí.

– Tienes que tener buena vista. ¿Cuántos?

– Dos.

René hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Imposible.

– Había dos hombres discutiendo -dijo Paul con voz seria-. Luego llegó otro hombre, eran majos, y luego…

– ¿Qué?

Paul desvió la mirada.

– Mi maman me dijo que no hablara de eso con nadie. Dijo que nos podíamos meter en líos. Y que ya tenemos todos los problemas que necesitamos. Odia a los flics.

Así que eso era.

– No es la única, Paul. Pero conozco a alguien que es detective privado. Puede hacer cosas sin meter a la gente en líos.

– ¿Como qué?

René se inclinó hacia delante.

– Tendrías que contarle lo que viste. Exactamente. Pero ella puede hacer llamadas anónimas e investigar sin que lo sepa nadie. Eso es lo que mejor hace; es detective informático. Nadie lo sabrá.

Paul lo miró con la boca abierta.

– ¿Detective informático?

René asintió, metiendo las enguantadas manos en los bolsillos. Las luces parpadeaban tras las oscuras siluetas de los tejados que se extendían ante ellos.

– ¿Nadie lo sabrá?

– Te lo prometo.

Martes, más tarde

El contacto de Aimée en la pólice judiciare [4], Leo Frot, se había trasladado al Ministerio de Economía. Y no le devolvía las llamadas. Así que tenía que arriesgarse e intentar acceder al STIC, Systéme de Traitment de l'Information Fichier Central [5], la Intranet de la policía; tenía que moverse rápido y encontrar la ficha de Laure.

Desde su posición privilegiada, una mesa en la parte de atrás de un bistró lleno de comensales, observaba a la multitud. Este era un local muy frecuentado por hombres y algunas mujeres que llevaban la placa de la DTI, Direction de Transmissions Informatiques [6] la división informática situada al otro lado de la calle en la rue Nélaton número siete que albergaba la DST, la Direction de la Surveillance du Territoire [7]. Iban vestidos de paisano, no de uniforme. Cada chaqueta llevaba sujeta con un clip una funda de plástico que contenía una tarjeta de identificación con el escudo del ministerio y el nombre del empleado. Sería fácil duplicar ese tipo de carné y le permitiría pasar el control de entrada. Una vez dentro, tendría que hacer un poco de «ingeniería social», como decía René. Fingir un poco lo expresaba mejor. El turno de noche, cuando la plantilla se reducía al mínimo, sería el mejor momento para intentarlo.

Acabó con los posos de su café solo, pagó y cogió su abrigo del perchero. Estaba colgado debajo del resto, tal y como lo había planeado, ya que había llegado pronto. Para cuando lo encontró, ya había memorizado la placa de una tal Simone Teil, #3867 Dep. AL4A, que estaba sujeta a una gabardina negra cuya dueña se sentaba en una mesa cercana. Dibujó un boceto del escudo y el diseño del carné en el mantel de papel blanco. Guardó ese trozo de papel en el bolsillo y salió.

Martes por la noche, tarde

Justo antes de medianoche, Aimée mostró su identificación plastificada a los guardias tras el mostrador de recepción de la DTI color marrón y turquesa. El edificio de los años setenta tenía un cierto aspecto decadente. Hasta el plano de las salidas de emergencia con las esquinas retorcidas había conocido tiempos mejores.

Varios hombres pasaron por el torno de salida. El guardia apenas miró su carné.

– ¿De vuelta de nuevo, mademoiselle Teil?

Su compañero estaba sentado con los ojos pegados a los monitores.

Aimée asintió, manteniendo la cabeza baja, con el ala del sombrero negro y el cuello del abrigo levantado cubriéndole prácticamente todo el rostro según escaneaba su carné en el control de accesos. La característica firma angulosa de Simone Teil era fácil de copiar. Fichó.

– Tengo que entregar el informe por la mañana -suspiró-. ¡Ya sabéis cómo es eso!

– No hay descanso para los pobres desgraciados, ¿eh? -dijo el guardia mientras le echaba una mirada rápida.

Cuan poco lo sabía.

– Merci. -Se echó el bolso al hombro, avanzó hacia el torno de entrada e insertó su carné. La máquina emitió un pitido y las barras de metal se cerraron, impidiéndole la entrada. Le temblaban las manos.

Tomó el carné y se aseguró de que la vieran frotarlo.

– La banda magnética está gastada. ¿Podéis dejarme pasar?

– ¿Gastada? ¡Pero si todos esos carnés son nuevos, se emitieron la semana pasada! -dijo el guarda.

Estupendo. Y vaya suerte la suya de encontrarse con un guardia al que le apetecía hablar.

– Imagínate -dijo ella-. Debe de haberse rayado en mi bolso.

– Qué raro. Los han diseñado para evitar eso.

– ¿Por qué no me dejas pasar?

– Su carné debería funcionar.

– ¡Claro! Me ocuparé de eso mañana. Pero… ¿solo por esta vez?

Él dudó y miró su reloj.

– Me marcho dentro de unos minutos.

Ella se frotó la cabeza.

– Me llamó el jefe en persona y me insistió en que volviera.

– Es hora de cuadrar el informe del turno, Fabius -dijo el guardia que estaba con los monitores.

Él se encogió de hombros y sacó un carné del bolsillo. Ella se abrió paso a través del torno.