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– ¿Diría usted que su música tiene contenido político?

Yann frunció el ceño.

– Diría que habla de liberar a Córcega, pero de volver a la naturaleza. A Felix le sobran palabras de alabanza para describir su música, pero…

Ella asintió y esperó. A su lado pasaba una pareja y con ellos les llegó una ráfaga de aire frío.

– Un entusiasta, eso es lo que es Felix. Tiene un gran corazón -dijo Yann-. Luego descubrió que Lucien perteneció a la Armata Corsa y eso hizo que le resultara difícil dar prioridad a la firma de su contrato.

Ese diagrama y la relación de Lucien Sarti con el movimiento separatista corso. ¿Proporcionaría algún dato nuevo sobre el asesinato de Jacques? ¿Habría malinterpretado a Jacques? ¿Se habría juntado con Lucien Sarti para echar por tierra una conspiración o para prevenir un atentado terrorista? ¿Sería el músico su confidente?

Tenía que encontrar a Lucien Sarti. Una larga noche se extendía por delante de ella.

En el cuarto de baño respiró hondo y llamó desde el teléfono público a Borderau, un contacto que tenía en la DST. Con la DST siempre había que utilizar el teléfono público. Podían localizar las llamadas en un plazo de tres minutos.

Borderau contestó al primer timbre de llamada.

– Unidad 813.

– Soy Aimée Leduc. Tengo algo que quizá te gustaría ver.

– Siempre me interesan tus regalitos -dijo Borderau-. Dentro de veinte minutos en mi sitio favorito.

Echó un vistazo rápido a su reloj de Tintín: tendría que darse prisa.

– Que sean veinticinco -y colgó.

* * *

Veinticinco minutos más tarde saludó con la cabeza a Borderau, que la estaba esperando detrás de la verja de las oficinas de la Archidiócesis de Paría, un edificio del siglo XVII situado a un bloque de distancia del Ministerio del Interior donde trabajaba. Algún día, si llegaba a conocerlo mejor, le preguntaría por qué no trabajaba en la DST de la rue Nélaton. No parecía tener más de treinta años, aunque había pasado de los cuarenta. El pelo corto a cepillo de Borderau brillaba con las gotas de lluvia. Lo había conocido haciendo largos en la piscina de Reully cuando su busca sumergible se quedó atascado en el filtro y ella lo había recuperado. El número mostraba un acceso ministerial. Ella supo de inmediato que trabajaba en los servicios de inteligencia y en un puesto elevado si tenía que llevar el busca a la piscina. Resultaba útil conocer a este hombre. Y no estaba nada mal en su Speedo.

Un haz de luz cruzó la entrada de piedra cuando el portero, un hombre encorvado con pelo grisáceo, abrió la alta puerta de madera.

– Entrez, monsieur-dijo.

Borderau asintió. Juntos pasaron al vestíbulo rodeado de bajorrelieves y que estaba impregnado de un olor que ella recordaba, el olor típico de una escuela católica, por lo menos durante los dos años que había asistido a una de ellas. Un ambiente que asociaba con tapices que colgaban en salas de altos techos, la estampida de los alumnos en las escaleras de madera similar a la del ganado y las monjas que vestían el hábito completo y cuyas tocas les impedían toda visión periférica.

El portero desapareció. Ella sacó el diagrama de su bolso, se arrodilló, lo desdobló y lo extendió sobre el suelo de parqué encerado.

– Encontraron esto en el contenedor de una obra -dijo-. No puedo avalar su autenticidad ni nada por el estilo. Asesinaron a un flic el lunes por la noche en un tejado cercano.

– Está seco -dijo Borderau al tiempo que sus ojos echaban un rápido vistazo al diagrama-. ¿Estaba en el fondo?

– Esa es la información que tengo -repuso ella-. Según mi plano, corresponde a la Mairíe en el distrito 18.

Él no llegó a silbar, pero ella pensó que le quedaron ganas.

– Creo que tiene relación con el asesinato del flic y con el ajusticiamiento de Zette, el dueño corso de un bar, en la rue Ronsard. Hicieron que pareciera un asesinato de la vendetta, pero yo creo que tienen relación.

Borderau no hizo ningún tipo de gesto. A ella le sorprendió su economía de movimientos.

– Y ¿en que se basa tu razonamiento?

– El policía muerto metía horas para Zette de vez en cuando -dijo ella-. Demasiada coincidencia, creo. Ahora tengo algunas preguntas para ti, ¿de acuerdo?

Él asintió, con los ojos todavía puestos en el diagrama.

– ¿Tuvo lugar el ataque?

– Casi. El domingo por la noche. Fue abortado y se desactivaron las bombas.

La noche antes del asesinato de Jacques, una amenaza de bomba fallida.

– ¿Se relacionó con la Armata Corsa?

– Eso se dice -dijo él levantándose, doblando el plano y deslizándolo en el bolsillo de su abrigo-, pero no teníamos pruebas. ¿Cuál es tu fuente?

– Yann Marant, un programador, tiró basura en un contenedor demasiado lleno cerca del número 18 de la rue André Antoine. Cuando se salió la basura intentó empujarla hacia adentro y encontró esto.

– Merci.

Incluso si ya no tiene validez inmediata, tenía que servir para algo.

– ¿Hay algo interesante sobre Córcega que debiera saber?

Él levantó sus cejas rubias.

– ¿Aparte de mafiosos disfrazados de Armata Corsa que usan armas de Europa del Este para robar furgonetas blindadas con documentos delicados? ¿Y de una filtración de datos codificados de Orejas Grandes? -sonrió-. No, no creo.

Ella devolvió la sonrisa.

– Una filtración de datos codificados… ¿A qué te refieres?

– Tú espera a ver. Y olvida lo que te he contado -se levantó-. No te he visto en la piscina esta semana.

– Tengo mucho trabajo.

En el metro intentó buscar un sentido a todo ello: documentos delicados, una filtración de datos codificados, una amenaza de bomba fallida que se rumoreaba estaba relacionada con los corsos… Las implicaciones la corroían por dentro. Un asesinato en lo alto de un tejado en medio de una ventisca, Laure acusada y en coma. Los acontecimientos se sucedían en una espiral fuera de control.

Jueves por la mañana

Trazos de la primera luz de la mañana se filtraban a través de la bruma que envolvía el pont Marie. Aimée deslizó el jersey de invierno de tela de cuadros de Miles Davis a través de las patas traseras, lo aposentó en la cesta de metal de su bicicleta y pedaleó a través de la niebla hasta Leduc Detective. Como se sentía culpable por haber estado ausente de nuevo, lo había arreglado para que Marcel, el veterano de la guerra de Argelia que solo tenía un brazo y que regentaba el quiosco de la rue du Louvre, se ocupara de él durante unos días.

En la oficina encendió la máquina de café y se preparó un fuerte café negro doble. Esperaba tener respuesta de alguno de los tres clubes en los que había dejado mensajes para Lucien Sarti. Con un poco de suerte, lo encontraría y descubriría su relación con la Armata Corsa y por qué se había marchado de la fiesta de Conari antes de ser interrogado por la policía. Tenía la impresión de que había visto el asesinato de Jacques y tenía alguna relación con él o con el diagrama que había encontrado Yann. O con algo peor.

Mientras tanto, abrió completamente las contraventanas para dejar entrar el húmedo aire gris de la rue du Louvre junto al olor a mantequilla que emanaba de la cercana boulangerie. Puso una cinta de música trance-tecno que le había comprado a un discjockey la noche anterior. Emotiva y con un ritmo constante. Encendió el ordenador y buscó en Internet información sobre la filtración de datos codificados que había mencionado Borderau y sobre todo lo que pudiera averiguar sobre Orejas Grandes.