Lo que encontró fue Gran Hermano, el alias del Echelon de los EE. UU. y de Gran Bretaña, las grandes orejas de las escuchas.
Pensó que sonaba anticuado, de la época de la Guerra Fría, algo así como historia antigua.
Pero según indagó más, descubrió todo lo contrario. De acuerdo con la NSA, la Agencia para la Seguridad Nacional con sede en los Estados Unidos, Echelon era responsable de la intercepción de señales internacionales; todo tipo de tráfico, desde las líneas telefónicas, hasta los correos electrónicos y faxes enviados por líneas terrestres o por teléfonos móviles.
Algo más que impresionante.
La red Echelon operaba con un sistema de filtros que utilizaba bancos de poderosos ordenadores programados para reconocer palabras clave en varias lenguas e interceptar mensajes que contienen esas palabras para su grabación y posterior análisis. Todo ello desde un satélite Helios-1A que emitía a antenas terrestres, de cable y parabólicas.
Sabía que el Helios-1A sacaba fotos de alta definición para la vigilancia: asuntos de espionaje. ¿Cómo funcionaba? Buscando más, encontró una página militar francesa. Lo que vio la hizo incorporarse en la silla. Francia tenía su propia versión del Echelon: «Orejas Grandes», llamado también «Franchelon». Buscó durante veinte minutos hasta que descubrió un corto artículo en Le Nouvel Observateur, de tendencia izquierdista, y que indicaba que Franchelon tenía capacidad para procesar dos millones de llamadas de teléfono, faxes y correos electrónicos al mes. O más. Se rumoreaba que era incluso capaz de seguir el rastro a cuentas bancarias privadas.
Sonó el teléfono.
– Leduc Detective -dijo.
– Bonjour, llamo de Varnet y estamos interesados en su propuesta. ¿Podría responderme a unas preguntas?
Cambió de chip mientras rebuscaba en la pila de papeles sobre su escritorio.
– Por supuesto. Aquí mismo tengo su propuesta y estoy encantada de poder ayudarle.
Pasó la siguiente media hora guiando al director de Varnet por la propuesta de Leduc, aclarando información sobre el servicio de seguridad informática que ofrecían. Y las dos horas siguientes ejecutando los programas pendientes en su portátil. Para cuando apareció René llevaba tres horas trabajando y había actualizado todas las cuentas de la base de datos.
– Estamos al día, René -dijo-. ¡Hemos pagado la renta y tenemos veintitrés francos en el banco! ¿Qué tal eso con respecto a tener saldo?
– Por lo menos Saj trabajará a cambio de comida -dijo René mientras colgaba el abrigo de pelo de camello en el perchero.
Saj, de la Academia Hacktaviste donde daba clases René, hacía labores de pirata informático para ellos a tiempo parcial.
– Esto servirá de ayuda -dijo poniendo sobre la mesa un cheque de Cereus.
Estupendo. Gracias a Dios, servía para pagar la nómina de René. Si sus clientes pagaran a tiempo, tendrían seis cifras para unirse a los 23 francos, pero eso sería un milagro.
– Varnet está interesado; creo que tenemos un nuevo cliente.
En lugar de parecer aliviado, René parecía preocupado.
– ¿Qué ocurre, René?
– Ni rastro de Paul o de su madre en su apartamento. Lo comprobé ayer dos veces y también por la noche.
La invadió un presentimiento.
– ¿Se han largado?
– Es difícil saberlo.
– Necesitamos su declaración. La autopsia encontró una bala, pero tu amiguito Paul vio otro disparo. Pero para que él falte a la escuela…
– ¡Paul tiene nueve años, se encuentra solo y su madre es alcohólica! -dijo- ¿Dónde irían?
– Los buscaremos hasta que demos con ellos -dijo ella-. Rescata tu traje de Toulouse-Lautrec.
– Él sabe que no soy Toulouse-Lautrec, Aimée.
– Pero nuestra prioridad es revisar los hallazgos del laboratorio sobre los residuos de pólvora encontrados en las manos de Laure. Ahora mismo tengo que acorralar a Maître Delambre. Tengo que averiguar lo que contiene el informe.
René puso los ojos en blanco.
– Tengo que hacer esto por Laure. ¿Estás conmigo en esto, socio?
– Si lo hacemos juntos… -repuso él.
Ella posó la vista sobre el plano del metro de París pegado a la pared de la oficina. Los colores naranja y rosa demarcaban las viejas formaciones de piedra caliza en los distritos 18 y 14. Sacó su teléfono móvil y trató de arreglar la antena rota.
René torció la boca.
– Ese es el tercer teléfono en…
– Es que tiene espejo.
– ¡Ya estamos! ¡Vaya con la pija!
– Mira, ayer por la noche hablé con la prostituta en ese barrio. Según ella, hay un corso que entra regularmente en ese edificio. -Señaló el diagrama que había hecho-. Es un grosero, y a ella no le gusta. Vio a ese corso hablar con Jacques en el bar de Zette. Tiene que haber alguna relación.
– ¿Alguna relación? Probablemente te estaba contando lo que creía que querías oír.
Ella se encogió de hombros.
– Y creo que Sarti, el músico, el que fue a la fiesta de Conari y se marchó antes de ser interrogado, sabe algo.
– Sospechas, ideas. Eso es todo lo que tienes -dijo René.
Aimée se quedó mirando el mapa de la pared, las formaciones de caliza de Montmartre de color naranja y con forma de riñón que se extendían por la zona.
– Sarti estaba justo aquí, yo lo vi. -Señaló el lugar perdida en sus pensamientos, tratando de encontrar un sentido-. Sin embargo, el diagrama que encontró Marant…
– ¿Marant? ¿El analista de sistemas de la fiesta de Conari? -interrumpió René.
Aimée asintió.
– Buena memoria, René. Es el consultor de la empresa de Conari. Encontró un diagrama, como un plano, en un contenedor cercano.
– ¿Desde cuando los analistas de sistemas trabajan con contratistas? -René cogió un pañuelo de hilo con sus iniciales, RF, bordadas en el borde, y se sonó la nariz-. ¡La forma más segura de coger un catarro: salir del metro y meterte en una oficina caliente! -Se sonó la nariz de nuevo-. La empresa de Conari tendrá contratos con el Gobierno.
– ¿Por qué dices eso?
– Porque tener un analista de sistemas es uno de los requisitos para trabajar con el Gobierno. Míralo en las especificaciones. Nosotros también necesitaríamos uno si trabajáramos con ellos.
– ¡René! ¿No estarás sugiriendo que tiremos por esa línea?
Antes de que pudiera contestar, ella señaló las pilas de papel sobre su mesa.
– Mira, sí que tenemos trabajo, y tendremos más de los estudios que hemos preparado. Ya sabes que nuestro problema son los clientes descuidados que tardan siglos en pagar. -Era notorio que las empresas retrasaban el pago a los trabajadores independientes.
– Pues o cobramos o tenemos que solicitar una créance -dijo René-, lo cual conlleva otro tipo de problema.
Sabía demasiado bien que una créance, un préstamo hecho por el banco contra el aval de los pagos a recibir por el solicitante más un diez por ciento de comisión, predeciría problemas. Cuando el banco cobraba, las empresas se darían cuenta y eso reflejaría las dificultades financieras de Leduc Detective.
– Es verdad, René, pero todavía no hemos llegado a ese extremo.
No exactamente. Tomó aire y contó hasta cinco. Tenían que volver al asunto. Dibujó rápidamente un esquema que reproducía el que había entregado a Borderau.
– Mira lo que mostraba el diagrama de Yann. Supuestamente, los separatistas corsos colocaron las bombas aquí, en la Mairíe, donde está marcado con las «X».
René se quedó con la boca abierta.
– ¿Las bombas?
– Las desactivaron antes de que pudieran explotar. Mi contacto en la DST me lo ha confirmado. ¿Qué pasa si Jacques tenía un confidente que sabía lo del plan o…?
– ¿Cuándo las desactivaron?