Выбрать главу

– El domingo por la noche.

– Mataron a Jacques el lunes por la noche -dijo René-. Buen intento.

Desanimada, Aimée se quedó mirando el mapa mientras hacía un esfuerzo por pensar.

– Correcto. -No se rendiría tan fácilmente-. Supongamos que Jacques sabía de la existencia de un plan terrorista de reserva y se encontró con el confidente para tratar de averiguar el siguiente objetivo. Mi contacto en la DST también mencionó una filtración de datos codificados -dijo-. Supón que existe una relación.

– Los flics no se tragan las suposiciones -repuso René.

Aimée asintió.

– He estado investigando sobre Orejas Grandes y fugas de datos codificados y me he encontrado con Franchelon. ¿Me ayudas?

– Dile a Saj -dijo René-. El año pasado diseñó esos «asquerosos pequeños códigos», como los llamó el ministro, para reinstalar la seguridad en la estafa del Bankverein Swiss. ¿Te acuerdas?

El Bankverein Swiss había perdido millones de francos debido a los piratas informáticos, pero lo había mantenido en silencio para evitar el pánico entre sus clientes y lo había cubierto con sus reservas. Una simple dentellada en los considerables activos del banco, tal y como concluyeron los analistas financieros.

Llamaría a Saj más tarde.

René cogió la carpeta con la información sobre Varnet.

– ¿Te parece que les haga una visita?

– ¿Antes de que cambien de opinión? Buena idea. Llévate este formulario de contrato y consigue que firmen. -Se detuvo un momento-. ¿Qué ha ocurrido con la cita que tenías?

Él miró hacia otro lado.

– Eso me corresponde a mí saberlo y a ti averiguarlo. Mientras tanto, aquí está la notificación de la devolución de Hacienda. ¡Por fin!

– ¡Bravo, René!

Él conseguía sorprenderla continuamente. Les había costado un año y la tenaz determinación de René de ocuparse del papeleo emitido por una serie de oficinas para obtener su devolución.

– No lo celebres todavía. Ahora tengo que ponerme en contacto con el funcionario que reparte las devoluciones. Ha estado fuera con problemas de vesícula, pero ahora podremos pagar los portátiles nuevos que necesitamos.

Ella se levantó y lo abrazó, notando el orgullo en su mirada y el rosa de sus mejillas antes de que se diera la vuelta. ¿Se estaba sonrojando René?

– Consigue esa devolución, socio, y ya los tienes. Y más. Puedes impresionar a tu chica.

– Entonces mejor que me vaya ya -dijo René alcanzando su abrigo.

– Yo también.

Afuera en el pasillo se dio cuenta de que se había olvidado de pasar por la asesoría contable de al lado para recoger un sobre que, según el albarán, habían dejado allí.

– Vete yendo, René.

– ¿Qué tal, Diza? -dijo Aimée a la recepcionista-. ¿Algo para mí?

Diza llevaba una falda estrecha verde de lana, camisa de seda floreada y chaqueta de imitación de agnés b. y hacía esfuerzos por mantener en equilibrio una bandeja con cafés de la cafetería de abajo. Aunque tenía cuarenta y tantos años, vestía de forma juvenil y lo llevaba bien. Por lo menos la mayoría de las veces.

– Encima de mi mesa, mademoiselle Aimée -dijo sonriendo-. Es la hora del café de los chicos.

Ninguno de los «chicos» de los que hablaba tenía menos de sesenta años.

Aimée abrió un sobre de papel manila con su nombre impreso en letras mayúsculas. Se desprendieron varias fotografías granuladas en blanco y negro, del tipo de las que se hacen por la noche con un teleobjetivo a larga distancia. Mostraban a dos mujeres de pie en la calle. Miró con más atención y reconoció que eran Cloclo y ella misma conversando. Sintió que se le revolvía el estómago. Otras dos fotos mostraban a René con una mujer con pelo pincho. ¿Sería ella o…?

– ¡Qué foto más bonita con monsieur René! -observó Diza mirando por encima de su hombro-. Se estaban ustedes divirtiendo. Eso está bien. Es agradable ver a monsieur René sonreír.

– Alors, Diza, no soy yo.

– Es exactamente igual que usted, mademoiselle Aimée -dijo Diza.

– Y que lo digas, Diza -repuso Aimée pasmada. Con el pelo pincho, tacones y todo: Magali, la nueva chica de René, ¡se parecía a ella!

– Diza, ¿cómo ha llegado este sobre?

– Por mensajero. Ya sabe, esos que van como locos en las motos. Uno casi me atropella ayer.

– ¿Podrías describirlo?

Diza sonrió.

– Veamos: gorra negra, plumífero, ya sabe de esos que se abultan, y vaqueros. Como todos.

– ¿Tenía los dientes amarillos?

– Pensándolo bien -dijo ella echando un azucarillo en uno de los cafés-, sí.

¡El tipo de la cabina que la había perseguido por el Marché Saint Pierre! Las fotos querían decir: «Sabemos quién eres y te estamos vigilando».

Aimée bajó corriendo por las escaleras a la rue du Louvre resbaladiza por la lluvia. Alcanzó a René antes de que se metiera en un taxi que esperaba en el bordillo.

– René, mira estas fotos. Nos están vigilando.

René puso su maletín en el asiento del taxi y las pasó con el dedo, con una tensa sonrisa en el rostro.

– No sabía que los acosadores también fueran detrás de los hombres.

* * *

Aimée daba unos pasos atrás y adelante en el cavernoso juzgado de suelos de mármol. Estaba lleno de abogados que pasaban a toda prisa arrastrando las togas negras y de acusados que mantenían una conversación; el olor a piedra fría y lana mojada permanecía en los rincones. Echó un vistazo a través de la ventana ovalada de la puerta de roble de la sala de juicio. En el estrado -más roble- se sentaban cuatro jueces con toga. Una de ellos estaba recostada con los ojos cerrados.

Un minuto más tarde apareció por la puerta Maître Delambre. Tenía la mejilla hinchada y los brazos llenos de informes. Por lo que parecía, había sobrevivido a la silla del dentista.

Hizo una mueca cuando la vio.

– Esos mecs todavía me siguen -dijo ella haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

– Ocúpese mejor de sus asuntos, mademoiselle Leduc. Algo difícil para usted, seguro -dijo cambiando de brazo el montón de informes-. El caso de Laure parece estar abierto y cerrado. Culpable.

– ¿Qué quiere decir? ¡Ni siquiera tiene el informe del laboratorio!

– Ha llegado esta mañana -la interrumpió y sacó una hoja de papel-. El informe confirma el hallazgo preliminar de residuo de pólvora en sus manos. Sin embargo, ni rastro en las suyas.

No tenía sentido. ¿Cómo podía Laure haberlo hecho? ¿Por qué?

– ¿A qué se ha debido el retraso? -Estaba pensando rápido-. ¿No indicaría eso algún error o algún problema con el procedimiento? ¿Puedo ver el informe?

Él se lo entregó.

– Según el laboratorio, han tenido una incidencia de casos inusualmente alta. Un montón de trabajo atrasado. Pero los resultados de la prueba son claros e incriminatorios.

Ella miró el informe rápidamente, negando con la cabeza.

– ¿Esto es todo?

– Está todo escrito, ¿qué más quiere?

Ella lo miró con más atención.

– Aquí dice que enviarán el análisis detallado del laboratorio. ¿Dónde está?

Maître Delambre dejó escapar un suspiro de desagrado y se puso a registrar su maletín.

– Ummm, porcentajes y la composición de metal y elementos. Voilá.

Aimée estudió el papel y comprobó las cifras. Su mente daba vueltas a toda velocidad.

– El residuo de pólvora se compone de plomo, bario y antimonio.

– Así que usted también es una experta en esto -dijo Maître Delambre-. Mademoiselle Leduc la de los muchos talentos.

– Tengo una pistola, con licencia, por supuesto -repuso ella-. Todas las balas contienen plomo, bario y antimonio -dijo señalando una de las columnas de cifras- pero pocas balas contienen esto.