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– ¿La experta ha encontrado un problema? -dijo él inclinándose por encima de su hombro.

Ella ignoró el sarcasmo.

– Una proporción muy alta de estaño. Noventa y ocho por ciento. Esto no es normal -dijo ella-. ¿Tiene copia de este informe?

Le entregó una y ella la estudió.

– Exija una nueva prueba. ¡Estos hallazgos del laboratorio son cruciales!

Maître Delambre se pasó los dedos por su ralo cabello.

– Mire, lo siento. El laboratorio ha realizado su labor, que es mostrar la presencia o la ausencia de residuos de pólvora. De aquí se ha demostrado sin ninguna duda la presencia de residuos. Por lo que respecta a los flics, y debo mostrarme de acuerdo, esto indica que ella disparó la pistola que mató a su compañero. Asuntos Internos tiene un caso abierto y cerrado. No puedo ayudarla.

Algo iba mal.

– Eso no es del todo correcto. Nada tiene sentido a no ser que sufriera una encerrona -dijo Aimée-. Los restos de pólvora tienen que ser de otra pistola, una con un alto contenido de estaño en su munición.

– Un asunto interesante, pero discutible.

– Pregúntese esto: podría haberse ocupado de su compañero mucho más fácilmente y haberlo hecho parecer un accidente, así que ¿quién le tendió la trampa y por qué?

– Tal y como yo lo veo, el asunto ha concluido -le dijo él-. Discutió con su compañero en presencia de un bar lleno de testigos. Asuntos Internos le dio la posibilidad de trabajar conmigo, un abogado externo, una cortesía inédita, pero a la luz de la evidencia, se van a ocupar ellos. Lo que tenían que haber hecho desde el principio. Alguien tocó las teclas necesarias para conseguir que la defendiera alguien de fuera, pero ahora esto es un asunto interno de la policía, no mío.

Así que Morbier había tratado de ayudar a Laure.

– Por favor, exija que se realice otra prueba de laboratorio en su presencia. Pregunte sobre el alto contenido de estaño del residuo. Dudo que alguien haya sido condenado basándose solo en la evidencia de los restos de pólvora. Averiguelo. No querrá perder uno de sus primeros casos, ¿verdad?

Él se balanceaba sobre los tacones de sus relucientes zapatos negros.

– La munición del arma de un flic se compone de tres elementos. No hay estaño. Cualquier flic puede decirle eso. Tiene que pedir otra prueba y comparar los resultados con los de una bala disparada por una Manhurin.

– Ya sé que es su amiga, pero me temo que…

– Delambre, ¡vaya un golpe para usted! -dijo ella-. Lo que parecía ser un caso cerrado se vuelve del revés gracias a un abogado que insiste en un exhaustivo análisis de balística. Se ganaría usted su reputación.

Él pestañeó y ella dedujo que no había pensado en ello.

– Les enseñaría un par de cosas a esos tipos de la vieja escuela -continuó-. La Proc siempre anda buscando nuevas personas ambiciosas para su equipo, créame.

Ella no lo sabía con toda seguridad, pero se figuró que sonaba bien.

Él vaciló.

– El laboratorio lo lleva Boris Viard. Es bueno, hable con él. -Casi había convencido a Delambre, podía olerlo-. ¿Qué tiene que perder más que un caso que, de todos modos, nadie piensa que va a ganar? Intente hablar con Viard.

– Deje que lo piense -respondió él.

– ¿Ha utilizado los informes policiales que encontré?

– Según el Código Civil, pertenecen al informe de mi cliente -dijo-, artículo… Bueno, eso son legalismos. Tiene razón, pero su aparición causó sorpresa en algunos sectores.

Ella apretó las manos dentro de los bolsillos sintiendo la ausencia del anillo de Guy.

– ¿En cuáles?

– Vamos a hablar ahí -dijo él señalando un lugar detrás de una columna.

Sentía las corrientes de aire como latigazos a través de sus medias negras. Sintió un escalofrío y deseó que el frío del suelo de piedra no le subiera por las piernas.

– Los de Asuntos Internos mostraron una cierta consternación, pero callaron pronto -dijo Maître Delambre torciendo la cabeza hacia un lado.

– ¿Se mostraron sorprendidos o consternados?

Él sonrió.

– Bueno, ya que yo no había percibido antes su existencia, tal y como informé al inspector, elogié al departamento por su eficacia al ponerme al día.

Después de todo, no estaba tan verde.

– ¿No es Ludovic Jubert el jefe de Asuntos Internos ahora? -preguntó ella, expresando una corazonada.

Maître Delambre se paró y movió la cabeza.

– No, pero me suena el nombre.

Ella había comprobado varias secciones de la RG [9] y del directorio del ministerio, pero ninguna de ellas ofrecía un listado con los nombres de los agentes. Cada vez que lo había intentado se había encontrado en un callejón sin salida.

– Estoy convencida de que esa noche dispararon otra pistola. -Un magistrado con la toga negra dio unas palmadas en el hombro a Delambre al pasar-. Tenemos un testigo -le dijo al abogado.

– Entonces ese testigo tiene que presentarse. -Hizo un movimiento negativo con la cabeza-. De todos modos, como los restos de pólvora se encontraron en sus manos, no sé hasta qué punto puede ser efectivo ese testimonio para la investigación de Asuntos Internos.

La invadió el pánico.

– El testigo es un niño, todavía va a la escuela.

– Los menores pueden ser citados a declarar de acuerdo con la ley.

– Espere -dijo ella-, vendrá motu proprio.

– Y ayudaría encontrar una segunda pistola -repuso Delambre.

Claro que sí, y también conocer la identidad de los hombres que estaban en el tejado.

– Estoy trabajando en ello.

– Es hora de mi próximo juicio, lo siento -dijo él metiendo el montón de archivos en el maletín.

– Por favor, llame al laboratorio para solicitar otra prueba. Solo le llevará una llamada.

Él se frotó la mejilla e hizo un gesto de dolor.

– Ya he arriesgado bastante el pescuezo -dijo comprobando su reloj-. Me está esperando el siguiente cliente, lo siento.

Desilusionada, palpó las llaves de la oficina en el bolsillo e hizo un gesto con la cabeza.

– Yo también.

Tendría que hacerlo todo por su cuenta.

Jueves, a última hora de la tarde

Si existía otra bala, tenía que encontrarla. De vuelta en la oficina, localizó su buzo en el armario y lo metió de cualquier manera en su bolsa junto con una caja de herramientas. Para cuando alcanzó el edificio de la rue André Antoine, tenía la aprensión bajo control y había preparado una historia. Habían tomado la foto en la que aparecía con Cloclo justo fuera de este edificio. Tenía que olvidarse de eso. Ahora no había ni rastro de Cloclo.

– Otra vez usted -dijo la portera mientras barría el frío portal. Hoy llevaba puesto un vestido de estar por casa con una bata de color azul por encima, pero todavía llevaba las botas de lluvia-. La policía ha precintado la entrada al piso y no se permite el acceso.

– Tiene razón -dijo Aimée. Mostró a la portera una orden de trabajo que había impreso ella misma-. Esta vez es la claraboya. ¿Le importaría dejarme trabajar? Tengo a mi compañero enfermo y tengo que hacer otras tres salidas.

En la garita de la portera se oyó ladrar a un perro.

– Déjeme ver. -Leyó la orden de trabajo-. Ya vinieron unos hombres ayer para hacer esto. Tuve que volver a pasar la aspiradora, trabajé el doble. Ha hecho el viaje en balde, un error.

¿Habrían sido los asesinos buscando una bala? ¿O los cerrajeros de verdad?

– ¿Louis y Antoine? -preguntó a la portera.

– ¿Eh? No los conozco por el nombre, con todos los obreros que se pasean por aquí, mademoiselle.

– ¿Un tipo con pelo blanco decolorado?

La portera frunció el ceño y negó con la cabeza.

– ¡Ah!, entonces es Antoine. ¿Llevaba una gorra negra, plumífero y tenía los dientes feos?