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– Buena pregunta -dijo ella-. Todo está relacionado. Y hay algo que apesta a distancia. Por eso te he llamado.

– Necesito centrarme, Aimée -dijo Saj limpiándose las manos y sentándose con las piernas cruzadas sobre la raída alfombra Savonnerie.

Ella gruñía por dentro. ¿Por qué no podía centrarse antes de venir?

– ¿Por qué no lo haces conmigo? Ya hace tiempo que no lo haces, ¿no?

Había hecho algún intento de meditación en el templo Cao Dai en noviembre, pero falló en las respiraciones conscientes. Tenía calambres en las piernas y su mente se desviaba continuamente, pero había experimentado un breve momento brillante cuando el mundo se desvaneció y de alguna manera se había sentido en comunión con el Universo.

– En este momento necesito toda la ayuda que pueda conseguir.

Se sentó a su lado con las piernas cruzadas y junto sus pulgares con los dedos corazón. Trató de aclarar sus pensamientos.

– Asana profunda -dijo Saj-. Toma aire por la nariz, mantenlo, bien, y ahora expúlsalo lentamente.

Consciente de la rama desnuda que golpeaba su ventana, del crujir de los troncos en la chimenea y de la dureza del suelo de madera, esperó. El otro «estado» permanecía escurridizo. Sin embargo, al cabo de diez minutos, había aclarado sus pensamientos.

Saj se levantó y se sirvió comida india.

Borderau, de la DST, había mencionado una filtración de datos codificados en la misma frase en la que había nombrado a los separatistas corsos.

– Mira esto -dijo ella-. Filtraciones de datos codificados y un enlace que nos remite a Franchelon. ¿Qué sabes sobre la relación con el satélite Helios-1 A?

– El satélite tiene un polizón a bordo, el Eurocom, un cartucho de intercepción que recoge señales Inmarsat e Intelsat para poder leer comunicaciones de microondas y teléfonos móviles. Mi amigo de Dassault Systémes trabajó en la fabricación del Eurocom.

– Muy impresionante -dijo ella-. Una herramienta estupenda para localizar terroristas.

– Lo llaman buscar en el tren de datos; la mayoría de las veces es como filtrar arena para encontrar una moneda.

– Dilo otra vez -dijo ella tamborileando con las uñas rotas sobre la barra espaciadora.

– Eh… buscar en el tren de datos…

– ¡Eso es! -¿No había escuchado Zoe Tardou a los hombres del tejado que hablaban corso decir «buscar en el tren» para ocultar lo que querían decir? Por fin había encontrado la conexión.

Saj sonrió y echó hacia atrás un rizo color rubio oscuro.

– De todo y para todos, diría yo. Una llamada interceptada muy jugosa fue la de Brezhnev a su amante desde su limusina. Otra el escándalo del Rainbow Warrior y Greenpeace vía Arabsat y el conflicto de Gadafi con el Chad. Pero el principal objetivo para Echelon es la OTAN y también es un verdadero filtro. Por supuesto, también se utiliza para flagrante espionaje industrial.

Aimée aguzó el oído y se echó hacia delante en la silla.

– ¿Puedes entrar en el sistema?

– Y, ¿por qué habría de hacerlo?

– Para demostrarme que puedes -contestó ella-. ¿Cómo de difícil sería para ti o para cualquier otra persona?

– Sé realista, Aimée. Estamos hablando de chicos grandes con grandes juguetes.

– Supongamos que alguien te contrató para interceptar la información de un satélite.

Él se encogió de hombros.

– No funciona así -dijo-. Necesitaría un equipo especial.

– ¿Cómo qué?

Ella podía asegurar que había despertado su interés por la forma en la que ya estaba moviéndose por Internet y por cómo había buscado varios sitios.

– Como un satélite -dijo él-. Y suponiendo que tuviera el satélite, la jaula de Faraday plantea un problema.

– ¿Cómo una jaula para tigres?

– Es una forma de decirlo.

– ¿Dónde se encuentra esa jaula de Faraday?

Saj se sujetó los rizos en una coleta con una goma elástica.

– Que yo sepa, está en el mismo lugar que las antenas parabólicas. Tendría que ser para acceder a la información. -Señaló la pantalla-. ¿Ves? Los correos electrónicos, las líneas terrestres, las conversaciones por teléfono móvil y los faxes se transmiten en un tren de datos. Esos datos son recibidos por satélites polares geosincronizados que luego los devuelven en una frecuencia de bits, bajando esa secuencia de datos a un receptor o a antenas terrestres. Los datos son transportados desde la antena hasta la jaula de Faraday para su decodificación. Dentro de la jaula un programa selecciona palabras clave o particularmente significativas y las cifra. Luego envía esa información cifrada vía fibra óptica, una estación de radio protegida o un disco.

– Y ¿por qué no por correo electrónico?

– No es seguro, a no ser que se cifre y se utilice una clave en el otro extremo.

Era como entresacar palabras de la nada, organizarlas e intentar darles un sentido. Aimée se incorporó y comenzó a andar por la habitación. Una difusa luz invernal envolvía el peral del patio.

– Se dice que Franchelon procesa dos millones de llamadas telefónicas, faxes y correos electrónicos al mes en todo el mundo -dijo-. Quizá más. Incluso sigue el rastro de cuentas bancarias individuales. O eso dicen.

Saj asintió.

– El genio está en los bancos de computadoras de la jaula de Faraday y que están programados para reconocer palabras clave -dijo mientras giraba el cuello hacia los lados.

– ¿Como las direcciones y números de teléfono vigilados por la Direction Générale de la Sécurité Extérieure; las embajadas, los ministros extranjeros, las multinacionales y los agentes sospechosos?

Saj asintió de nuevo.

– El sistema los registra y los transmite para su análisis. Lo llaman «la routine». Lo que resulta no ser relevante se tira a la papelera.

– De forma que Franchelon transmite datos codificados de esos correos, faxes y conversaciones telefónicas filtrados y organizados por palabras clave. Sí, pero ¿adónde?

– El centro de análisis podría estar en cualquier sitio -replicó Saj encogiéndose de hombros.

Ella se inclinó hacia delante. Su explicación hacía que se sintiera aún más dispuesta a conseguir un teléfono con transmisión a través del satélite Inmarsat que sería más difícil de interceptar ya que utilizaba sus tres satélites propios. Conocía la existencia de la Central d'Écoute Téléphonique, la central de escuchas telefónicas situada bajo Les Invalides donde las líneas de teléfono pinchadas eran monitorizadas por la policía judicial y por el ejército. Sin embargo, eso ocurría únicamente con la autorización del presidente en Matignon Palace. O al menos eso se decía. Esto abarcaba mucho más.

– ¿Cómo podría un criminal entrar en Orejas Grandes? -preguntó Aimée.

– Lo más fácil sería conseguir la clave de decodificación, depende de cada cuánto tiempo la cambien (una vez al día, todos los jueves o lo que sea), pinchar las microondas y…

– Vender los datos y la clave al mejor postor -repuso ella con la mirada entusiasmada-, como por ejemplo un grupo terrorista renegado.

¿Qué pasaría si Jacques se hubiera tropezado con la clave que involucraba a los separatistas corsos? Pero, ¿Cómo podría Jacques, un flic del distrito 18, tener acceso a una filtración de la agencia para la seguridad?

Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza: Jacques jugaba, hacía horas extras para Zette (el cual trabajaba con máquinas tragaperras ilegales en su bar) escoltando a vips. Podía ser que los vips conocían los barrios bajos de Montmartre en el bar de Zette. También podía ser que Zette le había dicho la verdad y se trataba de algún bobo de los servicios secretos para el que Jacques había hecho de escudero y que tenía información que compartir. Pero ¿por qué explayarse con Jacques, un flic? Una corrección: un flic corrupto. Sin embargo, vender información clasificada codificada constituía otra liga, otra división completamente distinta. La relación con Jacques permanecía, como poco, confusa.