Desde el escenario bañado por tonos rojizos, naranjas y rosados llegaban las vibraciones del ritmo oscuro e hipnótico. La canción de Lucien, aderezada por el hip-hop y los tensos acordes de la cetera transportó a Aimée a un lugar lejano bañado por el siroco del sur. A pesar de los analgésicos, la música la emocionaba y le hacía evocar el aire con aroma a monte bajo, el aleteo de los peces de escamas plateadas en la red y la isla de granito sumergida en el sol. Bajo el anodino techo negro, la música de Lucien transportaba a la audiencia.
Aplausos. La gente comenzó a pulular y entonces Aimée fue consciente de la mano de Lucien, grande y cálida, sobre su hombro. Trató de no mostrar un gesto de dolor.
– Tienes un don -dijo, elevando la vista hasta sus ojos hundidos.
– ¿Me dejas que te enseñe una cosa?
Ella asintió.
Salieron del Conservatorio Nacional de París y subieron por las empinadas calles. Al lado de un edificio con fachada de cristal, un antiguo taller, Lucien retiró la verja de hierro.
– Espero que merezca la pena, músico.
– Sigue, conozco al dueño -repuso él.
Ella atravesó las malas hierbas del jardín y siguió un sendero a través de la maleza, agradecida de llevar pantalones de cuero. Sus ojos se encontraron con una terraza desierta con muchas mesas redondas.
– Es un restaurante.
– ¿Qué te parecería una vista única?
La condujo hacia la parte de atrás y abrió una puerta con una larga llave de color negro. Ella lo siguió por las serpenteantes escaleras con olor a cerrado. Lucien abrió una ventana que chirrió al abrir. Lo que vio la dejó sin respiración. Las aspas de madera de un molino de viento enmarcaban el mar de tejados de zinc y chimeneas a sus pies. Se encontraban en el molino del Moulin de la Galette.
– Esto sigue siendo un pueblo -dijo ella-. París aún no lo ha domesticado.
– Me han invitado al World Music Festival de Londres -le dijo entonces Lucien.
– ¡Enhorabuena! Me alegro por ti. -Echó un vistazo a su reloj de Tintín-. Antes de que te vayas yo también tengo algo que enseñarte.
Sus piernas se tocaban bajo las sábanas. La envolvía su calidez. Suspiró y le pegó un pequeño codazo. Como respuesta, él la abrazó, la besó en el cuello y continuaron con lo que estaban haciendo.
Un rato más tarde, Aimée pestañeó hasta abrir los ojos. Miles Davis estaba acurrucado hecho un ovillo entre los dos. La débil luz invernal se reflejaba en la gastada chaqueta de cuero de Lucien que colgaba sobre la puerta del armario. Del bolsillo sobresalía el billete de tren para Londres. Sus vaqueros estaban en el suelo. La funda de su cetera se recortaba contra la ventana con vistas al Sena.
– ¡Eh, músico! -exclamó Aimée mirando el reloj sobre el tocador-. Llego tarde.
Como respuesta, él se cubrió la cabeza con la almohada.
Ella se levantó, se deslizó dentro de los pantalones de piel negros, metió con cuidado el brazo vendado en las mangas de su jersey de cuello redondo y salió de la habitación.
Encontró a Morbier en el hospital junto a la cama de Laure con una sonrisa torcida.
– Me alegro de que aparezcas, Leduc -dijo-. Ya he pasado el parte a Laure, pero seguro que tú lo adornarás con detalles.
Besó a Laure en las mejillas. Tenía las sienes adornadas por moratones amarillentos, señal de que se estaba curando.
– Sin tu ayuda, Laure, los flics no hubieran podido cogerlo.
– Bibiche… -Eso fue todo lo que pudo entender Aimée. El resto era confuso. Laure tecleaba con furia en el ordenador.
Morbier leyó en alto: «Me han rehabilitado y han exculpado a Jacques. Consígueme una nueva logopeda; esta es lenta e idiota».
Aimée sonrió y se volvió. Media hora más tarde estaba caminando del brazo de Morbier sobre el suelo de azulejos. Se detuvieron en las ventanas desde las que se veían las fuentes sin agua del patio. El borde estaba recubierto por una capa de hielo.
– No se lo dirás, Leduc -dijo Morbier.
– ¿Es una pregunta o una afirmación?
– Un poco de cada -suspiró él.
– Ludovic Jubert me contó que hicisteis un pacto en la academia de policía. Una especie de «uno para todos, todos para uno». ¿Es cierto?
Morbier desvió la mirada y se removió dentro de los gastados zapatos marrones.
– Así que mi padre, ligado a esa promesa, no informó sobre Rousseau a pesar de su corrupción. Tampoco tú o Jubert. Después de la muerte de papá… -Se detuvo y tomó aire-. El informe sobre Rousseau dice que papá aceptaba sobornos y sabía lo del tráfico de armas. Era más fácil así, así que los dos mantuvisteis la boca cerrada siempre y cuando Rousseau se mostrara de acuerdo con jubilarse.
Morbier estaba quieto. Tan quieto que se oía el ruido de las ruedas de goma de las camillas al deslizarse por el suelo y los ahogados sollozos de una mujer que se balanceaba sobre un banco con las manos sobre su cara.
– La vida y la muerte contienen secretos, Leduc -repuso Morbier-. Algunos están mejor ocultos.
Su padre estaba limpio. Lo sabía, todos lo sabían. Excepto Laure. Pero ella no se lo diría. No podría.
Se detuvieron afuera en el muelle, frente a la fachada iluminada del Hôtel de Ville y Notre Dame a la derecha. Y todo estaba en su entorno.
Alisó la solapa de tweed de la chaqueta de Morbier y se quedó mirando el lento fluir del Sena. Diminutos puntitos de hielo relucían sobre los peldaños de metal que en un tiempo se utilizaron para amarrar las barcazas. Y en ese preciso instante, en las sombras del crepúsculo y con el ulular de las sirenas en la distancia, la risa de un niño que pasaba sentado en una sillita y el batir del Sena a sus pies, se sintió en paz con sus fantasmas. Por ahora.
– ¿Tienes hambre? -preguntó.
Cara Black
[1] N. de la T.: Título que se les da a los abogados en Francia.
[2] N. de la T.: Arrondisementes un término francés que se utiliza para designar cada uno de los veinte distritos municipales en los que está dividido París.
[3] N. de la T.: Los zoot suits eran trajes que se pusieron de moda en los años treinta: pantalones anchos, de talle alto sujetos por tirantes y con chaquetas largas. Se llamaba zazous a quienes los llevaban. Posteriormente esa indumentaria se identificó con los italoamericanos.
[4] N. de la T.: Policía judicial.
[5] N. de la T.: Base de datos central de la policía.
[6] N. de la T.: Dirección de Transmisiones Informáticas.
[7] N. de la T.: Dirección de Vigilancia del Territorio.
[8] N. de la T.: Techie es el término inglés ampliamente utilizado para referirse a las personas que muestran gran interés por la tecnología.
[9]N. de la T.: abreviatura de «Reseignements Generaux», la Oficina de Investigación Francesa.
[10] N. de la T.: Marianne encarna la República Francesa y representa la permanencia de los valores de la república y de los ciudadanos franceses. Varias famosas han prestado sus rasgos para los bustos de las mariannes, entre ellas Laetitia Casta, a quien se refiere la autora.