Pensaba en Nyström y su señora.
Toda la vida cerca de una persona que en absoluto era lo que aparentaba.
¿Cómo reaccionarían cuando se revelara la verdad?
¿Con rechazo? ¿Amargura? ¿Sorpresa?
Volvió al escritorio y se sentó. La primera sensación de alivio cuando se abría una brecha en la investigación de un crimen solía enfriarse muy deprisa. Ya tenían un móvil, el más común de todos. Dinero. Pero aún no había un dedo invisible señalando en una dirección concreta.
No había asesino.
Kurt Wallander echó otra mirada al reloj. Si se daba prisa tendría tiempo de bajar al puesto de perritos calientes y comer algo antes de empezar la reunión. También aquel día pasaría sin que hubiera cambiado sus costumbres alimenticias.
Estaba a punto de ponerse la chaqueta cuando sonó el teléfono.
Al mismo tiempo llamaron a la puerta.
La chaqueta se le cayó al suelo cuando tomó el auricular y gritó «adelante».
Rydberg apareció por la puerta. Llevaba una gran bolsa en una mano.
Por el teléfono oía la voz de Ebba.
– La televisión insiste en hablar contigo -dijo.
Decidió rápidamente que primero quería hablar con Rydberg antes de enfrentarse de nuevo con los medios de comunicación.
– Diles que estoy reunido y que no estaré disponible hasta dentro de media hora -dijo.
– ¿Seguro?
– ¿Qué?
– ¿Que hablarás con ellos dentro de media hora? A la Televisión Sueca no le gusta esperar. Dan por sentado que todo el mundo cae de rodillas cuando llaman.
– Yo no me arrodillo delante de sus cámaras. Pero puedo hablar con ellos dentro de media hora.
Colgó el teléfono.
Rydberg se sentó en la silla que había junto a la ventana. Se estaba secando el pelo con una servilleta de papel.
– Tengo buenas noticias -anunció Kurt Wallander. Rydberg continuaba secándose el pelo-. Creo que tenemos un móvil. Dinero. Y creo que hay que buscar a los asesinos entre las personas que de un modo u otro se contaban entre sus conocidos.
Rydberg tiró la servilleta mojada a la papelera.
– He tenido un día bien jodido -dijo-. Las buenas noticias me vienen bien.
Kurt Wallander necesitó cinco minutos para describir el encuentro con el campesino Lars Herdin. Rydberg miraba con tristeza los trozos de cristal que había en el suelo.
– Una historia rara -dijo Rydberg cuando Kurt Wallander terminó-. Es lo bastante rara para ser verdad.
– Intentaré hacer un resumen -continuó Wallander-. Alguien sabía que Johannes Lövgren de vez en cuando guardaba una gran suma de dinero en casa. Eso nos da como motivo el robo. Y el robo se convierte en un homicidio. Si la descripción de Johannes Lövgren hecha por Lars Herdin coincide, en cuanto a que era una persona especialmente avara, es natural que se negase a descubrir dónde había escondido el dinero. María Lövgren, que probablemente no llegó a entender mucho lo que le pasó durante la última noche de su vida, tuvo que acompañar a Johannes en su último viaje. La cuestión es por tanto quién, además de Lars Herdin, supo que retiraba estas irregulares pero grandes sumas de dinero. Si encontramos respuesta a ello, es probable que tengamos una respuesta para todo.
Rydberg se quedó pensativo después de que Wallander se callara.
– ¿He olvidado algo? -preguntó Wallander.
– Pienso en lo que dijo antes de morir -señaló Rydberg-. Extranjero. Y pienso en lo que llevo en la bolsa de plástico. Se levantó y vació el contenido de la bolsa sobre el escritorio.
Era un montón de trozos de cuerda. Cada uno con un lazo artístico.
– He pasado cuatro horas junto a un viejo que confeccionaba velas, en un piso que olía peor de lo que puedes llegar a imaginarte -dijo Rydberg haciendo una mueca-. Resulta que este señor tiene casi noventa años y está bien entrado en su camino hacia la senilidad. Estoy pensando en contactar con alguna autoridad social. El viejo estaba tan confundido que pensaba que yo era su propio hijo. Uno de los vecinos me contó más tarde que aquel hijo murió hace treinta años. Pero sí que sabía de nudos. Cuando por fin me pude escapar, ya llevaba cuatro horas allí. Estos trozos de cuerda son un regalo.
– ¿Llegaste a averiguar lo que querías?
– El viejo miró el nudo y lo encontró feo. Luego tardé tres horas en conseguir que dijera algo sobre este lazo tan feo. Hasta entonces, incluso le dio tiempo de dormir un ratito.
Rydberg recogió los trocitos de cuerda y los metió en la bolsa de plástico mientras seguía:
– De repente empezó a hablar de cuando estaba en la mar. Y entonces dijo que ese nudo lo había visto en Argentina. Los marineros argentinos solían hacer este nudo para las correas de sus perros.
Kurt Wallander asintió con la cabeza.
– Así que tenías razón -dijo-. El nudo era extranjero. Ahora la cuestión es cómo encaja con la historia de Lars Herdin.
Salieron al pasillo. Rydberg desapareció en su despacho mientras que Kurt Wallander se fue con Martinson para estudiar sus listados de ordenador.
Resultaba que había una estadística impresionante sobre ciudadanos extranjeros que habían cometido delitos en Suecia o bien estaban bajo sospecha de haberlos cometido. Martinson también había tenido tiempo de hacer un control de anteriores asaltos a ancianos. Por lo menos cuatro personas diferentes habían asaltado durante el último año a ancianos que vivían aislados en Escania. Pero Martinson también pudo adelantarle que todos estaban encerrados en diferentes instituciones. Le quedaba por recibir un informe sobre los posibles permisos durante el día en cuestión.
La reunión de investigación tuvo lugar en el despacho de Rydberg ya que una de las administrativas se había ofrecido a limpiar el suelo de Kurt Wallander. El teléfono sonaba sin parar, pero ella no se molestó en contestar.
La reunión de investigación se hizo larga. Todos estaban de acuerdo en que el relato de Lars Herdin abría una brecha. Ya tenían una dirección que seguir. A la vez repasaron de nuevo todo lo que hasta aquel momento se había revelado en las conversaciones con los habitantes de Lenarp y con quienes habían llamado a la policía o contestado al formulario de preguntas. Un coche que había pasado a mucha velocidad por un pueblo situado a unos kilómetros de Lenarp a última hora de la noche del domingo les mereció especial atención. Un camionero que había partido hacia Göteborg a una hora tan temprana como las tres de la madrugada se había cruzado con el coche en una curva cerrada y casi le embistió. Al enterarse del doble asesinato empezó a pensar en ello y luego llamó a la policía. Después de repasar unas fotos de diferentes modelos de coches y dudar un poco llegó a la conclusión de que se trataba de un Nissan.
– No olvidéis los coches de alquiler -dijo Kurt Wallander-. Hoy en día la gente que se mueve es cómoda. Los atracadores alquilan coches de igual manera que los roban.
Ya eran las seis cuando se acabó la reunión. Kurt Wallander comprendió que todos sus colaboradores ya estaban a la ofensiva. Después de la visita de Lars Herdin reinaba un optimismo tangible.
Entró en su despacho y puso en limpio sus apuntes de la conversación con Lars Herdin. Hanson le había dejado los suyos y pudo compararlos. Enseguida vio que Lars Herdin no había vacilado. Las declaraciones coincidían plenamente.
Un poco después de las siete apartó sus papeles. De repente se acordó de que los de la televisión no habían vuelto a insistir. Llamó a la recepción y preguntó si Ebba le había dejado una nota antes de marchar. La chica que contestaba era una suplente.
– Aquí no hay nada -dijo.
Por una intuición que él mismo no entendió del todo salió al comedor y encendió la televisión. Las noticias locales acababan de comenzar. Se apoyó en una mesa y vio distraído un reportaje sobre la mala economía del municipio de Malmö.
Pensó en Sten Widén.
Y en Johannes Lövgren, que había vendido carne a los nazis durante la guerra.