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Kurt Wallander desenfundó su pistola y le indicó a Kalle Enberg que hiciera lo mismo.

Luego llamó al timbre.

Abrió la puerta una mujer vestida con una bata. Wallander la reconoció de la noche anterior. Era la que dormía en la cama de matrimonio.

Escondió la pistola detrás de la espalda.

– Somos de la policía -dijo-. Estamos buscando a su marido, Valfrid Ström.

La mujer, que tendría unos cuarenta años y cara ajada, parecía asustada.

Luego se apartó y los dejó pasar.

De repente, Valfrid Ström estaba delante de ellos. Iba vestido con un conjunto deportivo verde.

– Policía -dijo Wallander-. Te invitamos a que nos acompañes.

El hombre con la calva en forma de media luna le miró fijamente.

– ¿Por qué?

– Interrogatorio.

– ¿Sobre qué?

– Lo sabrás cuando lleguemos a la comisaría.

Luego Wallander se volvió hacia la mujer.

– Es mejor que tú también vengas -ordenó-. Ponte algo de ropa.

El hombre que tenía delante parecía completamente tranquilo.

– No iré si no me explicáis por qué -dijo-. Quizá podríais empezar identificándoos.

Cuando Wallander metió la mano derecha en el bolsillo interior, no pudo esconder la pistola. La sujetó con la mano izquierda y buscó la cartera donde llevaba la placa de policía.

En ese mismo momento Valfrid Ström se le echó encima. Le dio un cabezazo en la frente, en medio del ya hinchado y reventado chichón. Se desplomó hacia atrás y la pistola salió despedida de su mano. Kalle Enberg no tuvo tiempo de reaccionar antes de que el hombre desapareciera por la puerta. La mujer gritaba y Wallander buscaba su pistola a tientas. Luego corrió tras el hombre escaleras abajo, mientras gritaba una advertencia a los dos policías que estaban de guardia más abajo.

Valfrid Ström era rápido. Le dio un codazo en el mentón al policía que aguardaba en la portería. Al hombre que estaba en la calle se le cayó la mitad de la puerta encima cuando Ström se abalanzó hacia fuera. Wallander, que apenas veía por la sangre que le caía por los ojos, tropezó con el policía desmayado en la escalera. Estiró y tiró del seguro de la pistola que se había encallado.

Luego apareció en la calle.

– ¿Hacia dónde se ha ido? -gritó al confuso policía que se había enredado en la tela de saco.

– Izquierda -le contestó.

Corrió. Pudo ver el traje deportivo de Valfrid Ström justo cuando desaparecía por debajo de un viaducto. Se quitó el gorro de un tirón y se secó la cara. Unas señoras mayores, que parecían ir de camino a misa, se apartaron asustadas. Corría como un poseso bajo el viaducto a la vez que un tren pasaba por encima traqueteando.

Al subir a la calle, vio que Valfrid Ström paraba un coche, sacaba al conductor de un tirón y se marchaba.

El único vehículo que había cerca era una gran furgoneta que transportaba animales. El conductor estaba sacando un paquete de preservativos de una máquina. Cuando Wallander llegó corriendo, pistola en mano y la sangre corriéndole por la cara, dejó caer los preservativos y se largó apresuradamente.

Wallander se sentó en el asiento del conductor. Detrás de él, oyó relinchar a un caballo. El motor ya estaba en marcha y puso la primera.

Pensó que había perdido el coche en que iba Valfrid Ström, cuando volvió a verlo. El coche se pasó el semáforo en rojo y continuó por una calle estrecha que llevaba directamente a la catedral. Wallander estiraba las marchas para no perder el coche de vista. Los caballos relinchaban a sus espaldas y notó el olor a estiércol caliente.

En una curva cerrada estuvo a punto de perder el control del vehículo. Iba derrapando hacia dos coches aparcados en la acera, pero al final logró enderezar el vehículo de nuevo.

La persecución le llevó hasta el hospital y luego tuvo que atravesar un polígono industrial. De repente Wallander vio que la furgoneta llevaba teléfono móvil. Con una mano intentó marcar el número de alarma, mientras que con la otra mantenía el pesado vehículo en la calzada.

Cuando por fin contestaron en la estación de alarma, tuvo que maniobrar en una curva.

El teléfono se le cayó de la mano y comprendió que no podría alcanzarlo sin detenerse.

«Esto es una locura», pensó desesperadamente. «Una locura total.»

A la vez se acordó de su hermana. En aquel momento debería estar en el aeropuerto de Sturup recogiéndola.

En la rotonda de la entrada a Staffanstorp se acabó la persecución.

Valfrid Ström tuvo que frenar bruscamente por un autobús que ya estaba dentro de la rotonda. Perdió el control del coche y se empotró en una columna de cemento. Wallander, que estaba a unos cien metros de distancia, vio salir unas llamas del coche. Frenó tan fuerte que la furgoneta resbaló hacia la cuneta y volcó. Las puertas traseras se abrieron y tres caballos saltaron y se fueron galopando por los campos.

En la colisión, Valfrid Ström salió disparado del coche. Se le había arrancado un pie. Tenía la cara cortada por los cristales.

Antes de llegar a su lado, Wallander supo que había muerto.

Desde las casas cercanas se acercaba gente corriendo. Los coches paraban en la cuneta. De repente se acordó de que todavía llevaba la pistola en la mano.

Minutos más tarde llegó el primer coche de policía. Poco después una ambulancia. Wallander enseñó su identificación y llamó desde el coche. Pidió hablar con Björk.

– ¿Ha ido bien? -preguntó Björk-. Rune Bergman está apresado y de camino. Todo ha ido sin problemas. Y la mujer yugoslava está esperando aquí con su intérprete.

– Envíalos a la morgue del hospital de Lund -dijo Wallander-. Ahora tendrá que enfrentarse con un cadáver. Y, por cierto, es rumana.

– ¿Qué diablos quieres decir con eso? -dijo Björk.

– Lo que has oído -contestó Wallander, y puso fin a la conversación.

En aquel momento vio uno de los caballos galopando por el campo. Era blanco, precioso.

Pensó que nunca había visto un caballo tan bonito.

Al volver a Ystad, la noticia de la muerte de Valfrid Ström ya estaba difundida. Su esposa sufrió un colapso y un médico les prohibió por el momento hacerle preguntas.

Rydberg informó que Rune Bergman lo negaba todo. No había robado su propio coche para luego esconderlo. No había estado en Hageholm. No había visitado a Valfrid Ström la noche anterior.

Exigió ser acompañado de inmediato a Malmö.

– Es una jodida rata -dijo Wallander-. Lo voy a doblegar.

– Aquí no se doblega a nadie -replicó Björk-. Esta persecución de locura a través de Lund ya ha causado suficientes problemas. No llego a comprender cómo cuatro policías adultos no pueden detener a un hombre desarmado para interrogarle. A propósito, ¿sabes que uno de aquellos caballos fue atropellado? Se llamaba Super Nova y según su dueño estaba valorado en cien mil coronas.

Wallander sintió que la ira lo dominaba.

¿Por qué no entendía Björk que lo que necesitaba era su apoyo y no aquellas inoportunas quejas?

– Estamos esperando la identificación de la rumana -explicó Björk-. Que nadie hable con la prensa y los medios excepto yo.

– Muchas gracias -dijo Wallander.

Junto con Rydberg fueron a su despacho y cerraron la puerta.

– ¿Te has visto la cara? -preguntó Rydberg.

– No, gracias, prefiero no hacerlo.

– Tu hermana llamó. Le pedí a Martinson que fuera a buscarla al aeropuerto. Supuse que lo habías olvidado. Él se cuidará de ella hasta que tengas tiempo.

Wallander asintió con la cabeza agradecido. Unos minutos más tarde, Björk entró corriendo.

– La identificación ya está hecha -anunció-. Tenemos a nuestro ansiado asesino.

– ¿Le reconoció?

– Sin dudar. Era el mismo hombre que estaba comiendo manzanas en el campo.

– ¿Quién era? -preguntó Rydberg.

– Se identificaba como empresario -contestó Björk-. Cuarenta y siete años. Pero el Servicio de Inteligencia no ha necesitado mucho tiempo para contestar a nuestra solicitud. Valfrid Ström estaba relacionado con movimientos nacionalistas desde los años sesenta. Primero algo que se llamaba Alianza Democrática, luego fracciones más radicales. Pero la forma en que llegó a ser un asesino a sangre fría es algo que quizá pueda explicarnos Rune Bergman, o su mujer.

Wallander se levantó.

– Vamos a por Bergman.

Los tres entraron en la habitación donde Rune Bergman esperaba fumando.

Wallander conducía el interrogatorio.

Atacó inmediatamente.

– ¿Sabes lo que hice anoche? -preguntó.

Rune Bergman lo miró con desprecio.

– ¿Cómo lo voy a saber?

– Te seguí hasta Lund.

A Wallander le pareció ver un rápido cambio en la expresión de la cara del hombre.

– Te seguí hasta Lund -repitió Wallander-. Y me subí a los andamios de la casa donde vivía Valfrid Ström. Te vi cambiar tu escopeta por otra. Ahora Valfrid Ström está muerto. Pero un testigo lo ha señalado como el asesino de Hageholm. ¿Qué tienes que decir a todo esto?

Rune Bergman no dijo nada en absoluto.

Encendió otro cigarrillo y miró al vacío.

– Vamos a empezar desde el principio otra vez -dijo Wallander-. Sabemos cómo ha ocurrido todo. Lo único que no sabemos son dos cosas. La primera es dónde has escondido tu coche. La segunda: ¿por qué matasteis a aquel somalí?