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– Ahora hablas como mi padre -dijo-. Es un juez retirado. Un viejo funcionario reaccionario.

– Quizá sí. Tal vez sea conservador. Pero es mi opinión. Entiendo que la gente a veces se tome la justicia por su mano.

– Sin duda también entenderás que algunos cerebros confusos maten a tiros a un inocente que solicita asilo político.

– Sí y no. La inseguridad en este país es grande. La gente tiene miedo. Especialmente en las regiones de granjeros como éstas. Pronto sabrás que hay un gran héroe en esta parte del país en estos momentos. Un hombre al que aplauden calladamente detrás de las cortinas. El hombre que consiguió un referéndum municipal que contestó que no a la recepción de refugiados.

– ¿Qué pasa si nos oponemos a las decisiones del parlamento? En este país tenemos una política de refugiados que hay que seguir.

– Incorrecto. Es la falta de política de refugiados la que está creando el caos. Ahora mismo vivimos en un país donde quien sea, por los motivos que sean, puede entrar como sea, cuando sea y por donde sea. Los controles de las fronteras han dejado de existir. La administración de la aduana está paralizada. Hay infinidad de pequeños aeropuertos sin vigilancia adonde llegan la droga y los inmigrantes ilegales cada noche.

Notó que se estaba enfadando. El asesinato del somalí era un crimen con mucho trasfondo.

– Rune Bergman naturalmente debe ser encerrado con el castigo más severo posible. Pero el Departamento de Inmigración y el gobierno tendrán que aceptar su parte de culpa.

– Eso son tonterías.

– Ah, ¿sí? Ahora empiezan a aparecer personas que han pertenecido al servicio secreto fascista de Rumania. Buscan asilo político. ¿Se lo vamos a permitir?

– El principio tiene que estar vigente.

– ¿Realmente debe ser así? ¿Siempre? ¿Aun cuando esté equivocado?

Ella se levantó del sofá y llenó de nuevo las copas.

Kurt Wallander empezó a sentirse de mal humor. «Somos demasiado diferentes», pensó.

«Después de diez minutos de conversación se abre un abismo.»

El alcohol lo volvía agresivo. La miró y notó que se excitaba.

¿Cuánto tiempo hacía que él y Mona habían hecho el amor por última vez?

Casi un año. Un año sin vida sexual.

Gimió al pensarlo.

– ¿Te duele? -preguntó.

Él afirmó con la cabeza. No era verdad en absoluto. Pero dejó salir su oscura necesidad de compasión.

– Tal vez sea mejor que te vayas a casa -propuso ella.

Era lo último que quería. Pensó que no tenía un hogar desde que Mona se marchó.

Se acabó la copa y estiró la mano para que se la volviera a llenar. Estaba tan borracho que empezaba a perder sus inhibiciones.

– Una más -dijo-. La merezco.

– Después has de marcharte -repuso ella.

El tono de su voz era más frío. Pero no tenía ganas de preocuparse por eso. Cuando le acercó la copa, la tomó del brazo y la hizo sentarse en la silla.

– Siéntate aquí a mi lado -dijo, y puso la mano encima de su muslo.

Ella le esquivó y le soltó una bofetada. Le pegó con la mano en que llevaba el anillo de casada y notó que le rasgaba la mejilla.

– Vete a casa ya -le increpó.

Dejó la copa encima de la mesa.

– Si no, ¿qué harás? -preguntó-. ¿Llamarás a la policía?

No contestó. Pero Wallander vio que estaba furiosa.

Tropezó al levantarse.

De repente comprendió lo que había intentado hacer.

– Perdóname -se disculpó-. Estoy cansado.

– Lo olvidaremos -dijo-. Pero ahora debes marcharte.

– No sé qué me ha pasado -dijo dándole la mano.

Ella le tendió la suya.

– Lo olvidaremos -dijo-. Buenas noches.

Intentó decir algo más. En alguna parte de su conciencia confusa le roía el pensamiento de que había hecho algo imperdonable y peligroso. De la misma manera que cuando había conducido borracho después de la cita con Mona.

Se marchó y oyó que la puerta se cerraba tras él.

«Tengo que dejar de beber alcohol», pensó con rabia. «No lo controlo.»

Abajo en la calle inspiró el aire frío.

«Cómo se puede uno comportar de forma tan estúpida, joder», pensó. «Como un adolescente borracho, que nada sabe sobre sí mismo, ni sobre las mujeres ni sobre el mundo.»

Se fue caminando a su casa de la calle Mariagatan.

Al día siguiente comenzaría de nuevo la caza de los asesinos de Lenarp.

13

El 15 de enero por la mañana, Kurt Wallander se dirigió al mercado de flores y plantas que había en la salida hacia Malmö y compró dos centros de flores. Recordó que hacía ocho días había hecho el mismo trayecto hacia Lenarp y el lugar del crimen que aún ocupaba toda su atención. Pensó que aquella semana era la más intensa que había vivido en todos sus años como policía. Al ver su cara en el espejo retrovisor pensó que cada rasguño, cada chichón, cada matiz entre morado y negro le recordaban aquella semana.

La temperatura era de varios grados bajo cero. No hacía viento. El transbordador blanco de Polonia estaba entrando en el puerto.

Cuando llegó a la comisaría un poco después de las ocho, le dio a Ebba uno de los centros de flores. Al principio no quería aceptarlo, pero él vio que se alegraba por el detalle. El otro centro floral se lo llevó a su despacho. Sacó una de las tarjetas que guardaba en un cajón y pensó un buen rato en lo que le escribiría a Anette Brolin. Pensó demasiado rato. Cuando al final escribió unas líneas, había desistido de encontrar la expresión perfecta. Sólo le pidió que fuera indulgente con él por su arrebato de la noche anterior. Le echó la culpa al cansancio.

«Por naturaleza soy tímido», escribió. No era exactamente verdad.

Pero pensaba que era una forma de darle ocasión a Anette Brolin de poner la otra mejilla.

Estaba a punto de ir al pasillo de la fiscalía cuando Björk entró por la puerta. Como siempre, llamó tan suavemente que Kurt Wallander no se dio cuenta.

– ¿Te han enviado flores? -preguntó Björk-. Te lo mereces, es verdad. Estoy impresionado por la rapidez con que resolviste el crimen del negro.

A Kurt Wallander no le gustó que Björk hablara del somalí como del negro muerto. Era una persona muerta la que estaba debajo de la lona en el barro, nada más. Pero por supuesto no se puso a discutir.

Björk iba vestido con una camisa floreada que había comprado en España. Se sentó en la silla coja de madera al lado de la ventana.

– He pensado que deberíamos repasar el asesinato de Lenarp -dijo-. He estudiado el material de investigación. Parece que hay muchas lagunas. Pensaba encargar a Rydberg la responsabilidad principal de la investigación, mientras tú te concentras en hacer hablar a Rune Bergman. ¿Qué te parece?

Kurt Wallander contestó con otra pregunta.

– ¿Qué dice Rydberg?

– No he hablado con él todavía.

– A mí me parece más lógico al revés. A Rydberg le duele la pierna y aún queda mucho trabajo de a pie en esa investigación.

Lo que decía Kurt Wallander era verdad. Pero no fue por consideración a Rydberg y a su pierna por lo que sugirió que se hiciera a la inversa.

No quería dejar la caza de los asesinos de Lenarp. Aunque el trabajo policial se hacía en equipo, pensaba que los asesinos eran suyos.

– También hay una tercera posibilidad -dijo Björk-. Que Svedberg y Hanson se encarguen de Rune Bergman.

Kurt Wallander asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo con Björk.

Björk se levantó de la silla coja.

– Necesitamos muebles nuevos -reconoció.

– Necesitamos más policías -contestó Kurt Wallander.

Cuando Björk se marchó, Kurt Wallander se sentó a la máquina de escribir y redactó un extenso informe sobre la aprehensión de Rune Bergman y Valfrid Ström. Se esforzó por escribir un informe al que Anette Brolin no tuviera nada que objetar. Tardó más de dos horas. A las diez y cuarto sacó la última hoja del rodillo, firmó el informe y se lo dejó a Rydberg.

Rydberg se encontraba en su escritorio con cara cansada. Cuando Kurt Wallander entró en su despacho, estaba acabando una conversación telefónica.

– He oído que Björk quiso separarnos -dijo-. Me alegro de no tener que ocuparme de ese Bergman.

Kurt Wallander colocó el informe sobre su mesa.

– Léetelo -dijo-. Y si no tienes nada que objetar, se lo entregas a Hanson.

– Svedberg ha hecho otro intento con Bergman esta mañana -le contó Rydberg-. Pero todavía no dice nada. Aunque los cigarrillos encajan. La misma marca que había en el barro al lado del coche.

– Me pregunto qué se descubrirá -dijo Kurt Wallander-. ¿Qué hay detrás? ¿Nuevos nazis? ¿Racistas con ramificaciones en Europa? ¿Cómo coño se puede cometer un crimen de esa clase? ¿Salir a la carretera y pegarle un tiro a una persona totalmente desconocida? ¿Sólo porque da la casualidad de que es negro?

– No sé -dijo Rydberg-. Pero esto es algo con lo que tendremos que aprender a vivir.

Acordaron verse media hora más tarde, en cuanto Rydberg hubiera leído el informe. Entonces se concentrarían en la investigación de Lenarp.

Kurt Wallander se encaminó hacia la oficina de la fiscal. Anette Brolin estaba en la audiencia. Dejó el centro floral a la chica de la recepción.

– ¿Es su cumpleaños? -preguntó la chica.