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– Algo así -contestó Kurt Wallander.

Cuando volvió a su despacho, su hermana Kristina estaba esperándole. Ya había salido cuando él se despertó por la mañana.

Le informó de que había hablado con un médico y con la asistenta social.

– Papá parece mejor -dijo-. No creen que esté entrando en una senilidad crónica. Tal vez fuera sólo un trastorno temporal. Hemos decidido intentar que vaya una asistenta regularmente a su casa. Quería saber si podrías llevarnos hoy sobre las doce. Si no tienes tiempo, quizá me dejes tu coche.

– Claro que os llevaré. ¿Sabemos quién será la asistenta?

– Voy a hablar con una señora que vive bastante cerca de papá.

Kurt Wallander asintió con la cabeza.

– Suerte que estás aquí -dijo-. No habría podido hacerlo yo solo.

Acordaron que él iría al hospital sobre las doce. Cuando su hermana se marchó, ordenó los papeles del escritorio y puso la carpeta gruesa con el material de investigación sobre Johannes y Maria Lövgren delante de sí. Era hora de volver a empezar desde el principio.

Björk había dado órdenes de que hubiera cuatro personas en el grupo de investigación hasta nuevo aviso. Como Näslund estaba en cama con gripe, sólo eran tres los que se reunieron en el despacho de Rydberg. Martinson permanecía callado y parecía tener resaca. Pero Kurt Wallander recordaba su actuación decisiva cuando se ocupó de la viuda histérica en Hageholm.

Empezaron con un escrupuloso estudio de todo el material.

Martinson pudo completarlo con diferentes datos que había sacado de su trabajo en los registros criminales centrales. Kurt Wallander sintió una gran seguridad ante aquel lento y metódico examen de los diferentes detalles. Para un observador ajeno, aquel trabajo probablemente sería aburrido y agotador. Pero para los tres policías la cosa era diferente. La verdad y la solución podrían encontrarse bajo la combinación de los detalles más insignificantes.

Marcaron los cabos sueltos que debían tratar en primer lugar.

– Tú te ocupas del viaje a Ystad de Johannes Lövgren -le dijo a Martinson-. Debemos saber cómo llegó a la ciudad y cómo volvió a casa. ¿Tendrá más cuentas bancarias que no conozcamos? ¿Qué hizo durante la hora que transcurrió entre las visitas a los dos bancos? ¿Se fue de compras a alguna tienda? ¿Quién lo vio?

– Creo que Näslund empezó a llamar a todos los bancos -dijo Martinson.

– Llámale a su casa y pregúntaselo -ordenó Kurt Wallander-. Esto no puede esperar hasta que esté bueno otra vez.

Rydberg visitaría a Lars Herdin y Kurt Wallander iría de nuevo a Malmö para hablar con Erik Magnuson, el hombre del cual Göran Boman sospechaba que era el hijo secreto de Johannes Lövgren.

– Los demás detalles quedan aplazados de momento -anunció Kurt Wallander-. Empezaremos con esto y nos vemos de nuevo a las cinco.

Antes de ir al hospital, llamó a Göran Boman a Kristianstad y hablaron sobre Erik Magnuson.

– Está trabajando en el Consejo General -dijo Göran Boman-. Por desgracia no sabemos en qué. Hemos tenido un fin de semana excepcionalmente problemático por peleas y borracheras. Apenas he podido hacer mucho más que tirar a la gente de las orejas.

– Ya le encontraré -dijo Kurt Wallander-. Te llamaré mañana por la mañana a más tardar.

Unos minutos después de las doce se marchó al hospital. Su hermana le esperaba en la recepción y juntos subieron en ascensor a la planta donde habían trasladado a su padre después de pasar en observación las primeras veinticuatro horas. Cuando llegaron, ya le habían dado el alta y estaba esperándolos en el pasillo, sentado en una silla. Llevaba el sombrero puesto y la maleta, con la ropa interior sucia y los tubos de pintura, estaba a su lado. Kurt Wallander no reconocía el traje.

– Se lo compré -dijo su hermana cuando le preguntó-. Hará más de treinta años que no se compra un traje nuevo, ¿verdad?

– ¿Qué tal, papá? -preguntó Kurt Wallander cuando estuvo delante de él.

El padre lo miró fijamente a los ojos. Kurt Wallander comprendió que se había recuperado.

– Tengo ganas de volver a casa -dijo de forma escueta, y se levantó.

Kurt Wallander tomó la maleta y su padre se apoyó en Kristina. Ella se sentó con él en el asiento trasero durante el viaje a Löderup.

Kurt Wallander, que tenía prisa por llegar a Malmö, prometió volver hacia las seis. Su hermana se quedaría a dormir y le pidió que comprara comida para la cena.

El padre se cambió el traje por su mono de pintar. Ya estaba delante de su caballete continuando con su cuadro inacabado.

– ¿Crees que se arreglará solo con la ayuda de la asistenta social? -preguntó Kurt Wallander.

– Tendremos que esperar para verlo -contestó su hermana.

Eran casi las dos de la tarde cuando Kurt Wallander torció por delante del edificio principal del Consejo General de la provincia de Malmöhus. Antes hizo una parada en el motel de Svedala para comer un plato rápido. Aparcó el coche y entró en la gran recepción.

– Busco a Erik Magnuson -le dijo a la mujer que abrió la ventanilla de cristal.

– Al menos tenemos tres Erik Magnuson trabajando en el Consejo General -contestó-. ¿A cuál de ellos busca?

Kurt Wallander sacó su placa de identificación y se la enseñó.

– No lo sé -dijo-. Pero nació a finales de los años cincuenta.

La mujer de detrás de la ventanilla se percató enseguida de lo que sucedía.

– Entonces tendrá que ser Erik Magnuson del almacén central -dijo-. Los otros dos son bastante mayores. ¿Qué ha hecho?

Kurt Wallander sonrió ante su irrefrenable curiosidad.

– Nada -respondió-. Sólo le haré unas preguntas de rutina.

Ella le describió el camino. Kurt Wallander le dio las gracias y volvió al coche.

El almacén del Consejo General quedaba en las afueras, en la parte norte de Malmö, en una zona cercana al puerto petrolero. Kurt Wallander anduvo buscando un buen rato hasta que lo encontró.

Entró por una puerta donde se leía: DESPACHO. A través de una gran ventana vio carretillas elevadoras de color amarillo que iban y venían entre interminables líneas de estanterías.

El despacho estaba vacío. Bajó por una escalera y llegó al gran local del almacén. Un joven de pelo largo hasta los hombros se disponía a apilar grandes sacos de plástico con papel higiénico. Kurt Wallander fue hacia él.

– Busco a Erik Magnuson -dijo.

El joven señaló hacia una carretilla amarilla que se había parado delante de un puente de carga donde estaban descargando un camión.

El hombre que estaba sentado en la carretilla era rubio.

Kurt Wallander pensó que Maria Lövgren raramente habría pensado en extranjeros si aquel chico le hubiera apretado la cuerda.

Desechó la idea con irritación. De nuevo, iba demasiado deprisa.

– ¡Erik Magnuson! -gritó a través del ruido del motor.

El hombre le miró extrañado, antes de apagar el motor y bajar.

– ¿Erik Magnuson? -preguntó Kurt Wallander.

– ¿Sí?

– Soy de la policía. Me gustaría hablar contigo un rato.

Kurt Wallander observó su cara.

No había nada inesperado en sus reacciones. Sólo tenía cara de sorpresa. Una sorpresa completamente natural.

– ¿Por qué? -preguntó.

Kurt Wallander miró a su alrededor.

– ¿Hay algún sitio donde podamos sentarnos? -preguntó.

Erik Magnuson le llevó a un rincón donde había una máquina de café. También había una sucia mesa de madera y unos bancos a punto de romperse. Kurt Wallander metió un par de coronas en la máquina y le salió un café. Erik Magnuson se contentó con ponerse una ración de rapé.

– Soy de la policía de Ystad -empezó-. Me gustaría preguntarte acerca de un asesinato brutal en un pueblo llamado Lenarp. Tal vez hayas leído algo en los periódicos.

– Creo que sí. Pero ¿qué tiene que ver conmigo?

Kurt Wallander había empezado a hacerse la misma pregunta. El hombre que se llamaba Erik Magnuson parecía totalmente indiferente por haber recibido la visita de un policía en su lugar de trabajo.

– Tengo que pedirte el nombre de tu padre.

El hombre frunció el entrecejo.

– ¿Mi padre? -preguntó-. No tengo padre.

– Todo el mundo tiene un padre.

– De todas maneras, que yo sepa, no es nadie.

– ¿Cómo es eso?

– Mamá me tuvo de soltera.

– ¿Y nunca te ha dicho quién es tu padre?

– No.

– ¿No se lo has preguntado nunca?

– Claro que se lo he preguntado. Incesantemente durante toda mi juventud. Luego me di por vencido.

– ¿Qué decía ella cuando se lo preguntabas?

Erik Magnuson se levantó y echó unas monedas en la máquina de café.

– ¿Por qué te preocupa mi padre? -preguntó-. ¿Tiene él algo que ver con ese crimen?

– Pronto llegaremos a eso -dijo Kurt Wallander-. ¿Qué te contestaba tu madre cuando preguntabas por tu padre?

– Diferentes cosas.

– ¿Diferentes cosas?

– A veces que ella misma no estaba segura. A veces que era un viajante al que no volvió a ver. A veces otra cosa.

– ¿Y te has contentado con eso?

– ¿Qué coño voy a hacer? Si no quiere, no quiere.

Kurt Wallander pensó en las respuestas que recibía. ¿Era posible que una persona pudiera estar tan poco interesada en saber quién era su padre?