– ¿Cuántos años tiene? ¿Qué aspecto tiene?
Hanson se lo describió. Kurt Wallander supo enseguida que era el mismo hombre con quien se había entrevistado en dos ocasiones diferentes.
– Hay rumores de que se ha endeudado -dijo Hanson-. Y las deudas de juego pueden ser peligrosas.
– Bien -dijo Kurt Wallander-. Era justamente la información que necesitábamos.
Hanson se levantó.
– Nunca se sabe -dijo-. Juego y drogas pueden funcionar de la misma manera. A no ser que se juegue como yo hago, sólo por diversión.
Kurt Wallander pensó en algo que había dicho Rydberg sobre personas que a causa de la drogodependencia estaban dispuestas a cometer brutalidades sin límite.
– Bien -dijo a Hanson-. Muy bien.
Hanson salió de la habitación. Kurt Wallander pensó un momento antes de llamar a Göran Boman a Kristianstad. Estaba de suerte y lo encontró enseguida.
– ¿Qué quieres que haga? -preguntó cuando Kurt Wallander terminó la narración de Hanson.
– Pasarle el aspirador -replicó Kurt Wallander-. No quitarle el ojo de encima.
Göran Boman prometió poner a Ellen Magnuson bajo vigilancia.
Kurt Wallander se encontró a Hanson cuando estaba a punto de salir de la comisaría.
– Las deudas de juego -dijo-. ¿A quién o a quiénes debe dinero?
Hanson tenía la respuesta.
– Hay un ferretero en Tågarp que presta dinero -respondió-. Si Erik Magnuson le debe dinero a alguien, será a él. Es el usurero de gran parte de los que apuestan alto en Jägersro. Y, por lo que sé, tiene unos tipos muy desagradables a su servicio a los que envía para que se acuerden quienes no están al día en los pagos.
– ¿Dónde se le puede encontrar?
– Es el dueño de la ferretería de Tågarp. Un tío bajo y gordo de unos sesenta años.
– ¿Cómo se llama?
– Larson. Le llaman Nicken.
Kurt Wallander volvió a su despacho. Intentó encontrar a Rydberg sin lograrlo. Ebba tenía la información. Rydberg no volvería hasta las diez, ya que estaba en el hospital.
– ¿Está enfermo? -preguntó Kurt Wallander.
– Será el reuma -respondió Ebba-. ¿No has visto cómo cojea este invierno?
Kurt Wallander decidió no esperar a Rydberg. Se puso el abrigo, salió al coche y se fue a Tågarp.
La ferretería estaba en medio del pueblo.
Había una oferta de carretillas a precio rebajado.
El hombre que salió de una habitación al sonar el timbre de la puerta era, en efecto, bajo y gordo. Kurt Wallander estaba solo en la tienda y había decidido no andarse por las ramas. Sacó su placa de policía y la mostró. El hombre al que llamaban Nicken la miró con atención, pero parecía totalmente impertérrito.
– Ystad -dijo-. ¿Qué querrá de mí la policía de allí?
– ¿Conoces a un hombre llamado Erik Magnuson?
El hombre de detrás del mostrador tenía demasiada experiencia para mentir.
– Podría ser. ¿Por qué?
– ¿Cuándo lo conociste?
«Pregunta equivocada», pensó Kurt Wallander. «Le da posibilidades de retirarse.»
– No me acuerdo.
– Pero ¿lo conoces?
– Tenemos algunos intereses en común.
– ¿Como por ejemplo el deporte de trotones y juegos de totalizadores?
– Tal vez.
A Kurt Wallander le irritaba su afrentosa arrogancia.
– Ahora me vas a escuchar -dijo-. Sé que prestas dinero a gente que no sabe manejar bien sus apuestas. De momento no me importa qué tipo de interés les cobras. No me importa en absoluto que te dediques a actividades ilegales como la usura. Yo quiero saber otra cosa distinta. -El hombre llamado Nicken le miró con curiosidad-. Quiero saber si Erik Magnuson te debe dinero. Y quiero saber cuánto.
– Nada -contestó el hombre.
– ¿Nada?
– Ni un duro.
«Mal», pensó Kurt Wallander. «La pista de Hanson nos ha llevado a mal sitio.»
Un segundo más tarde comprendió que era al revés. Por fin habían llegado al sitio correcto.
– Pero si lo quieres saber, ha tenido deudas conmigo -dijo el hombre.
– ¿Cuánto?
– Bastante. Pero ha pagado veinticinco mil coronas.
– ¿Cuándo?
El hombre pensó un momento.
– Hace poco más de una semana. El jueves pasado.
«El jueves 11 de enero», pensó Kurt Wallander.
«Tres días después del asesinato de Lenarp.»
– ¿Cómo lo pagó?
– Vino aquí.
– ¿En qué tipo de moneda?
– Billetes de mil. Billetes de quinientas.
– ¿Dónde llevaba el dinero?
– ¿Cómo que dónde llevaba el dinero?
– ¿En una bolsa? ¿En una cartera?
– En una bolsa de plástico. De ICA, creo.
– ¿Pagaba con retraso?
– Algo.
– ¿Qué habría pasado si no hubiese pagado?
– Me habría visto forzado a recordárselo.
– ¿Sabes de dónde sacó el dinero?
El hombre llamado Nicken se encogió de hombros. Al mismo tiempo entró un cliente en la tienda.
– No es mi problema -dijo-. ¿Algo más?
– No, gracias, de momento no. Pero tal vez nos veamos otra vez.
Kurt Wallander salió y fue hacia su coche. «Ahora», pensó. «Ya le tenemos.»
¿Quién podría sospechar que saliese algo bueno del vicio de juego de Hanson?
Kurt Wallander volvió a Ystad y se sintió como si le hubiese tocado el gordo de la lotería.
Empezaba a olfatear la solución.
«Erik Magnuson», pensó.
«Ahora vamos.»
14
Después de un concienzudo trabajo que se alargó hasta muy avanzada la noche del viernes 19 de enero, Kurt Wallander y sus colaboradores estaban preparados para la batalla. Björk los había acompañado durante la larga reunión de investigación y, cuando Kurt Wallander se lo pidió, permitió que Hanson dejase el trabajo del crimen de Hageholm para poder unirse al grupo de Lenarp, que era el nuevo nombre del equipo de trabajo. Näslund seguía enfermo, pero había llamado para decir que se incorporaría al día siguiente.
Aunque era fin de semana, trabajarían con la misma intensidad. Martinson había vuelto con la jauría de perros después de haber rastreado el camino del pantano, que iba desde la carretera de Veberödsvägen hasta la parte posterior de la cuadra de los Lövgren. Había hecho un trabajo minucioso a lo largo de los casi dos kilómetros del camino, que atravesaba un par de bosquecillos, servía de límite entre dos propiedades y luego transcurría paralelo a un arroyo casi seco. No había encontrado nada importante, aunque volvió a la comisaría con un saco de plástico lleno de objetos. Entre otras cosas había una rueda oxidada de un cochecito de muñecas, una lona manchada de petróleo y una cajetilla de cigarrillos de una marca extranjera. Los objetos serían examinados, pero Kurt Wallander no creía que fueran a aportar algo nuevo a la investigación.
La decisión más importante que se tomó durante la reunión fue poner a Erik Magnuson bajo vigilancia continua. Vivía en un bloque de pisos en el barrio de Rosengård. Como Hanson informó de que habría carreras de caballos en Jägersro el domingo, le tocó la vigilancia durante las carreras.
– Pero no daré el visto bueno a ningún boleto de juego -dijo Björk en un dudoso intento de bromear.
– Propongo que entreguemos un boleto de juego común -contestó Hanson-. Tenemos la posibilidad única de que esta investigación sea rentable.
Pero la seriedad reinaba entre el grupo en el despacho de Björk. Tenían la sensación de estar acercándose a un momento decisivo.
La cuestión que causaba la discusión más larga era si iban a informar a Erik Magnuson de que el asunto estaba candente, que las piedras empezaban a arder bajo sus pies. Tanto Rydberg como Björk dudaban. Pero Kurt Wallander era de la opinión de que no podían perder nada con el hecho de que Erik Magnuson supiese que la policía le tenía en su punto de mira. La vigilancia se haría discretamente, por supuesto. Pero aparte de esto no se tomarían otras medidas para ocultar que la policía estaba movilizada.
– Deja que se ponga nervioso -dijo Kurt Wallander-. Si tiene algo de qué preocuparse, espero que lo descubramos.
Tardaron tres horas en repasar todo el material para intentar encontrar pistas que indirectamente pudiesen relacionar con Erik Magnuson. No encontraron nada, pero tampoco nada que demostrara que no podría haber sido Erik Magnuson quien estaba en Lenarp aquella noche, pese a la coartada de su novia. De vez en cuando, Kurt Wallander tenía la sensación de que se adentraban en un nuevo callejón sin salida.
Ante todo era Rydberg quien mostraba señales de duda. Una y otra vez se preguntaba si una sola persona podría haber cometido el doble asesinato.
– En aquella carnicería había algo que indicaba que no era trabajo de una sola persona. No me lo puedo quitar de la cabeza.
– Nada impide que tuviese un cómplice -dijo Kurt Wallander-. Iremos paso a paso.
– Si cometió el crimen para pagar una deuda de juego no le hacía falta un cómplice -objetó- Rydberg.