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Estaba planteándose dar media vuelta cuando se detuvo en seco. Sintió un vacío en el estómago y empezó a sudar frío.

Se miró los antebrazos. Tenía el vello erizado.

Bajo sus pies notó una vibración sorda, y después escuchó una grave trepidación, como si las tripas de la Tierra rugieran de hambre. Brrrrmmmm…

Medio segundo después llegó el terremoto. El rugido se convirtió en un bramido ensordecedor y el suelo se sacudió como una cuna agitada por las manos de un gigante loco.

Rena recordó las instrucciones de su madre, que había vivido más de un temblor de tierra. «Si no te da tiempo a salir a la calle, ponte bajo el dintel de una puerta».

Ahora, la «calle» se hallaba debajo de un cielo de metal que en el pasado ya se había derrumbado con consecuencias letales. Rena prefirió correr hacia la derecha y refugiarse bajo la puerta de una casa, sin pensar que aquel dintel tenía tres mil quinientos años y seguramente no resistiría mucho.

Pero no fueron ni la pared ni la viga de madera del dintel las que cedieron, sino el suelo. Con un grito de terror, Rena se hundió bajo tierra.

Entrevistador: Ustedes dos trabajan en las excavaciones de Akrotiri, a la que muchos han llamado «la Pompeya del Egeo». ¿Por qué esa comparación?

Rena: Porque, al igual que Pompeya, la ciudad de Akrotiri quedó enterrada bajo las cenizas de un volcán hace tres mil quinientos años.

Sideris: Sólo que la erupción de Santorini fue muchísimo más violenta que la del Vesubio. Su magnitud fue tal que precipitó el fin de la civilización minoica no sólo en Santorini, sino también en Creta, cien kilómetros al sur. En Egipto provocó las tinieblas que se mencionan en la Biblia, y a nivel global hizo bajar las temperaturas en todo el mundo.

Entrevistador: Eso no nos vendría mal hoy día con el calentamiento…

Sideris: Algunos expertos, entre los que me encuentro, postulan que esa tremenda catástrofe originó el mito de la Atlántida.

Entrevistador: Eso es muy interesante. Pero seguro que usted tiene otra opinión, doctora Christakos. ¿Cree que Santorini pudo haber sido la Atlántida?

Rena: Sólo en un sentido muy metafórico. Es cierto que el volcán hundió bajo las aguas más de media isla. Pero Santorini no era el centro de una auténtica civilización, sino una colonia de Creta.

Sideris: Siento disentir, con todo respeto, de las opiniones de mi colega la doctora Christakos. Creo que en las excavaciones que dirijo encontraremos pruebas de que Santorini no era una simple colonia. Se trataba de una metrópoli por derecho propio que no dependía de Creta, sino que ejercía una gran influencia sobre ella. En mi opinión, Santorini era el verdadero corazón de la civilización minoica.

Rena: Discrepo. También con todo respeto, por supuesto.

Sideris: No esperaba menos de usted, mi querida Rena.

Rena: Akrotiri, la ciudad que ambos excavamos, debió tener unos doce mil habitantes. Se trataba de una cifra respetable para la Edad de Bronce, pero estaba lejos de ser una urbe tan populosa como Cnosos. Yo sigo fiel a la ortodoxia: el núcleo de la civilización minoica se hallaba en Creta.

Sideris: Mi querida Rena, da usted por supuesto que sólo había una ciudad en Santorini. Pero los espectadores han de saber que en el centro de la bahía se alzaba una isla coronada por un volcán.

Rena: Aunque así fuera…

Sideris: Estoy convencido de que en las laderas de ese volcán había otra ciudad mucho mayor que Akrotiri, y que era la auténtica capital de la isla. Pero todo eso se hundió bajo las aguas durante el gran cataclismo.

Entrevistador: ¿No hay restos de esa capital?

Rena: No, no los hay.

Sideris: Todavía no se han descubierto, lo que no significa que no existan. Gracias al generoso mecenazgo de nuestro patrocinador, el señor Spyridon Kosmos, el buque oceanográfico Poseidón está rastreando los fondos de la bahía en busca de vestigios de esa ciudad perdida.

Entrevistador: ¿Y creen ustedes que los hallarán?

Rena: Nada me agradaría más que equivocarme, pero dudo que el Poseidón encuentre nada de interés.

Sideris: Yo soy más optimista. La erupción del año 2012 ha elevado y removido el fondo de la bahía. Presiento que pronto encontraremos alguna sorpresa que ha permanecido oculta durante siglos. Entrevistador: ¿Sorpresa que corroboraría su teoría de que Santorini era la auténtica Atlántida?

Sideris: Prefiero no anticipar acontecimientos.

Mientras el suelo cedía bajo sus pies y el mundo rugía y chirriaba a su alrededor, Rena resbaló casi dos metros, tratando de cubrirse la cabeza con los antebrazos por si le caía encima algún cascote.

Pasados unos diez segundos, el suelo dejó de sacudirse. Durante u n rato se oyeron rechinos de metal, como lamentos de un robot oxidado desperezándose en una mañana invernal. Rena volvió a acurrucarse y se tapó la cabeza, temiendo que las vigas de acero y el techo de uralita se vinieran abajo.

Poco a poco, los crujidos se apagaron y toda la estructura pareció asentarse. Rena contuvo la respiración. Esperaba escuchar de un momento a otro cómo se desplomaba alguna casa. Por alguna razón pensó que, si aquello ocurría, todos los edificios de Akrotiri se derrumbarían como piezas de dominó. Pero no se oyó nada.

Por suerte, llevaba la linterna atada a la muñeca y no la había perdido. Se incorporó y alumbró a su alrededor. Estaba sobre una escalera de piedra que se hundía bajo tierra. Miró hacia arriba y comprobó que se había caído al pisar en la juntura entre dos planchas de hierro estriado que se habían desplazado con el seísmo.

Obviamente, aquellas planchas no eran de la Edad de Bronce. Alguien las había cubierto con tierra y ceniza para que no se notara su presencia.

¡Tenía razón! No era ninguna paranoica: Sideris le ocultaba algo.

A lo lejos escuchó la voz de Alex.

– ¡Doctora Christakos! ¡Doctora Christakos!

No estaba bien dejar que el vigilante se preocupara por ella. Pero tenía que bajar por aquella escalera y comprobar adonde conducía. Sólo así desenmascararía los manejos de Telamón Sideris.

«Te ha salido el tiro por la culata, mi querido Sideris. De ésta acabo con tu carrera».

Rena bajó quince escalones, sin pensar en el peligro que suponía entrar en el sótano de un edificio construido hacía miles de años, y mucho más después de un temblor de tierra. O tal vez lo pensó, pero le dio igual. La emoción del descubrimiento y la furia por haber sido engañada neutralizaban cualquier otra sensación.

En el sótano había varias metretas, grandes ánforas ordenadas en hileras de cuatro. Entre ellas se alzaban vigas metálicas de Dexion que apuntalaban el techo.

Rena se sintió defraudada, pero su decepción apenas duró dos segundos. En una de las paredes se abría otra puerta de la que partía una segunda escalera.

Respiró hondo y emprendió el descenso a las tinieblas. Cuando llevaba un rato bajando se detuvo a olisquear. El aire no era tan rancio como esperaba. El túnel debía tener conductos de ventilación construidos por los antiguos teranos y reabiertos por Sideris.

Los peldaños estaban tallados en la roca viva. Rena alumbró las paredes y las tocó. Eran de ignimbrita rojiza, producto de una erupción anterior a la que había enterrado la ciudad, en aquella capa se habían encontrado algunas cuevas excavadas por el hombre, tumbas de tiempos prehistóricos.