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El hombre se acercó a la habitación y sus pasos, lentos y firmes, resonaron contra el suelo de baldosas. Cuando llegó a la puerta, Angel se inclinó para encender la lámpara de la mesita de noche.

– Ya estás aquí. Estaba pensando en ti.

Angel sintió cómo la mirada de Cooper recorría su rostro, sus hombros desnudos y la sábana que le cubría el cuerpo a partir de ese punto.

– No me digas.

Angel tomó aire, algo inquieta por el tono de advertencia con que Cooper había pronunciado aquellas tres palabras. ¡Pero no podía ser! Estaba nerviosa y no eran más que imaginaciones suyas.

– Pues sí -respondió, forzando una sonrisa y dando golpecitos en la cama para que se acercara-. Te echaba de menos.

En lugar de aceptar su invitación, Cooper se apoyó en el marco de la puerta. La luz de la lamparita era tenue y Angel solo alcanzaba a distinguir sus pómulos y barbilla. El resto de su cara permanecía en la penumbra.

Y parecía distinto; más delgado, más oscuro, más severo.

Maldiciendo las reacciones de su cuerpo, intentó disimular el escalofrío que le recorrió la espalda. Hasta entonces, su tendencia a considerar a todos los hombres unos villanos le había evitado muchos sufrimientos, pero… se encontraba sola. Aquella situación no podía seguir así.

– Estoy haciendo un esfuerzo por cambiar -espetó.

Cooper no se movió.

– ¿Ah, sí?

El ambiente era tenso, parecía como si el aire se pudiera cortar con un cuchillo, pero Angel no sabía si aquello era producto de su deseo sexual mezclado con los sentimientos que la atenazaban.

– Yo, esto… quiero ser del todo honesta contigo.

– Suena bien.

A Angel se le formó un nudo en la garganta. ¿Era su tono realmente distante o eran imaginaciones suyas, siempre negativas?

Entonces lo recordó con Katie y con sus hermanas. Le vinieron imágenes de él acariciándolas y dándoles cariño. De la calidez en su mirada cuando aquella misma mañana le había dicho «quiero que estés a mi lado».

No, no había nada que temer, no con Cooper. Él no le haría daño.

– Estoy esperando. ¿Qué decías? Que querías contarme algo… o mostrarme algo.

¡Mostrarle algo! Sí. Su corazón. Sus sentimientos. Lo mucho que lo amaba. El futuro que podían tener juntos.

– Mostrarte algo -respondió.

– Suena aún mejor. ¿Por qué no retiras la sábana?

Angel se sorprendió.

– ¿Qué?

– Que retires la sábana. Te llega casi a las orejas. Te comportas como si no te hubiera visto antes.

– Bueno, yo…

Angel estaba ardiendo. Seguro que ya se había dado cuenta de que no era una nudista nata. Pero aquello era simbólico, ¿no?, en realidad quería desnudar su corazón.

Se alejó del círculo de luz que dibujaba la lámpara sobre la cama, inspiró profundamente y soltó la sábana, que se deslizó sobre sus pechos y le cayó hasta la cintura.

La noche era cálida, ella lo sabía. Aun así, tenía la piel erizada y los pezones tan duros que casi le dolían. Escondió las manos bajo las sábanas para evitar la tentación de cubrirse.

– Muy bonito -observó Cooper-. Ahora veamos el resto.

El tono de su voz volvió a crisparle los nervios. Era áspero, con un matiz excitante. Inquietante.

– Confías en mí, ¿no?

Sí, Angel confiaba en él. Y estaba dispuesta a lo que hiciera falta para demostrárselo. Suspiró, se apartó un poco más de la luz y se bajó la sábana hasta los tobillos.

Cooper encendió la otra luz.

Angel se quedó paralizada durante unos instantes, cegada por el resplandor, pero pronto reaccionó y se inclinó rápidamente para recuperar la sábana.

Cooper se le adelantó y de un tirón brusco la lanzó al suelo.

– ¿Y bien? ¿Cómo sienta? ¿Te gusta que te descubran?

Angel intentó incorporarse, pero también en aquella ocasión él fue más rápido. Antes de que pudiera moverse, Cooper estaba ya sobre su cuerpo, sujetándola por los hombros.

– ¿Qué haces? -La voz de la mujer sonó extraña. Débil.

– Te estoy demostrando cómo sienta que tus defectos queden expuestos a la luz. -Cooper echó un vistazo rápido a su cuerpo desnudo-. Y no es que aprecie ninguno a simple vista.

Angel hizo otro intento por levantarse pero él la volvió a empujar contra la cama.

– ¿Qué problema tienes, Cooper?

– Tú eres mi problema. La Angel real.

Dios. Angel dejó de oponer resistencia, deseando con todas sus fuerzas que aquello no fuera más que una pesadilla.

– ¿Qué has averiguado?

– Supongo que la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. He estado en tu cabaña y he leído el artículo en tu portátil.

Con el estómago en un puño, Angel cerró los ojos y asintió.

– Es verdad -se esforzó en decir-. Es todo verdad.

– ¿Y pensabas salir victoriosa? ¿Esperabas llegar aquí con tus mentiras y marcharte con nuestros secretos?

Angel no sabía qué había pensado. O más bien, había intentado no pensar en nada desde que, después de oír a Beth aquella mañana, había escrito el artículo en su ordenador. Un artículo candente, encendido por el rencor y el dolor que sentía por lo que Stephen le había hecho a ella y también a todos ellos.

– Así que eres hija de Stephen.

Angel abrió los ojos y se enfrentó a la mirada gélida de Cooper. Intentó recurrir al rencor y aferrarse a él con todas sus fuerzas, pues, a menudo, ese sentimiento la había protegido y mantenido a flote.

– Sí, soy su hija.

– Y qué me dices del resto…

– Me he enterado esta mañana. Beth estaba hablando con Judd y le dijo…

Cooper se levantó de un salto y entonces Angel se interrumpió.

– No quiero escucharlo -bramó.

– Está bien. -Angel se esforzó por no cubrir su desnudez.

– Y no quiero volver a verte.

– Está bien.

Cooper le lanzó su albornoz.

– Toma.

Metió los brazos en las mangas y lo envolvió en su cuerpo con firmeza, como si aquel gesto le ayudara a recobrar la compostura. La noche seguía siendo cálida, pero de pronto la sintió tan gélida como la mirada de Cooper. Cuando sus pies se posaron en las baldosas, Angel se echó a temblar.

Cooper se sentó en una silla y se la quedó mirando.

– Y ahora lárgate. Fuera de aquí.

Angel no dejaba de temblar.

– No te preocupes, vuelvo a San Francisco.

Cooper meneó la cabeza y desvió la vista.

– Vete por la mañana. No quiero que conduzcas de noche.

– Aja. -Haciendo uso de la imaginación, aquella interjección podría haberse interpretado como una risita-. ¿Todavía te crees el protector de los inocentes y los débiles?

Cooper le lanzó una mirada desafiante.

– Siempre he sabido que no eras ninguna de las dos cosas, créeme. Pero prométeme que no te irás hasta que se haga de día.

– ¿Te fías de mi palabra?

– Si me la das.

Angel se sentía ya más calmada, como si todo hubiera sido un sueño. Quizá podría convencerse de que aquellas tres semanas no habían existido, y si, algún día, la asaltasen los recuerdos, podría librarse de ellos con el mismo desdén con el que Cooper estaba utilizando para librarse de ella.

– De acuerdo. Esperaré hasta la mañana.

Cooper seguía sentado y, cuándo Angel pasó a toda velocidad junto a él, le rozó el brazo con la falda del albornoz.

– Te acogimos en nuestras vidas y tú nos has traicionado -dijo en voz baja.

Cuando estaba ya a punto de salir, Angel se detuvo y trató de disimular su dolor.

– Pues ahí lo tienes. Ahora ya sabes lo que se siente.