– Cuando los pinos han ardido hacía muchísimo calor, un calor horrible -se lamentó.
Cooper ocultó el miedo que le inspiraban las palabras de la niña.
– Me lo imagino. ¿Se estaba bien en el agua?
– He llevado a Angel hasta el centro y me he mantenido todo el rato a su lado porque me había dicho que no sabía nadar.
A Cooper le costaba aceptar la escena que le estaban contando y carraspeó, recordándose que ellas estaban allí, a salvo.
– ¿Qué te ha hecho pensar en la piscina? -le preguntó a Angel.
– Lo leí en una revista rosa. Una señora salvó su vida y la de su perro, y también doce juegos de cubertería antiguos.
– ¿Sí? -exclamó Cooper al tiempo que pasaba la mano por los ondulados y casi teñidos cabellos de Angel-. Ya, bueno, pues me parece que, después de todo, no os hacía falta que ningún héroe viniera a rescataros.
– No, Angel decía que tú vendrías a buscarnos -intervino Katie-. Estaba segura.
– ¿De verdad?
Katie asintió.
– Pero nos hemos salvado nosotras solas. Mi papá… estaría orgulloso de mí.
Mientras miraba a su sobrina, Cooper volvió a acariciar el empapado pelo de Angel.
– Seguro que sí, Katie. Seguro que estaría muy orgulloso.
Volvió a producirse un nuevo lapso de silencio, que aprovecharon para recuperar el aliento y hacerse a la idea de que habían sobrevivido. Cuando el teléfono comenzó a sonar en el interior de la casa, se miraron los unos a los otros.
– Es mamá -aseguró Katie, disponiéndose a salir disparada gracias a los increíbles poderes de recuperación que brinda la juventud-. Voy a decirle que estamos todos bien.
Entonces se quedaron solos, Cooper y Angel. Él le pasó un brazo por los hombros y la miró.
– ¿Estás bien, cariño?
– Estaba preocupada por ti -susurró Angel.
– Eh, estaba llegando. Nada iba a impedírmelo. -Intentó esbozar una sonrisa-. Katie acaba de decir que estabas segura de que vendría.
– Confiaba en ello -concedió Angel, asintiendo-. Pero no quería que te hicieras el héroe, que te creyeras un superhombre.
Él le cogió la barbilla y se deleitó en aquellos ojos azules en medio de la cara sucia pero recuperada. Había estado a punto de perder a aquella mujer y no quería malgastar ni un momento de la segunda oportunidad que ambos se habían dado.
– ¿Y qué hay de querer y necesitar a alguien muy humano y frágil que está enamorado de ti?
Los ojos de Angel se agrandaron y su labio inferior tembló.
– ¿Frágil del corazón?
– Bueno, quizá no tanto -dijo, embebiéndose de la imagen de ella-. Contigo he recibido una lección que me ha dado fuerzas. Después de salir vivo de ese incendio, creo que me he demostrado que todavía me quedan otros treinta años para dar guerra.
Angel pareció asentarse y conseguir un poco de calma y él se sorprendió de cuánto amaba cada detalle de irreverencia y delicada perseverancia que veía en ella.
– Yo no pienso calmarme hasta los cincuenta, aunque eso signifique que después tú y yo tengamos que dedicarnos a comer tofu.
Tras decir aquello, Angel se lanzó a los brazos de Cooper mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
– ¿Y esto? -le pregunto él, sinceramente preocupado-. ¿Te duele algo? -agregó, estrechándola entre los brazos, acariciándola.
Ella meneó la cabeza; los regueros de lágrimas le iban lavando la cara poco a poco.
– No, más bien… es porque estoy curada.
Y cuando ambos se besaron, Cooper pensó: Ya somos dos.
Con la misma dulzura de aquellos besos renovados y entregados, Angel advirtió que Cooper estaba tan agotado como ella, así que insistió para que ambos se levantaran y fueran a secarse con dos toallas que colgaban, indemnes a la ceniza, bajo el alero del vestidor adyacente a la piscina. Los pinos que se levantaban por detrás parecían salidos del Apocalipsis, pero la pintura de la construcción apenas si mostraba rastros de la destrucción. Mirando por encima del hombro, Angel concluyó que la piscina había resultado ser su refugio y, al observarla con mayor detenimiento, se dio cuenta de que había en ella algo… extraño. Ya se había fijado antes en la simetría de sus formas, aunque no había llegado a meditar sobre ella.
– Parece que imitara la forma de un par de alas -le dijo a Cooper, que venía hacia ella-, la piscina.
Él también miró y luego tomó las dos toallas y envolvió con una a Angel. Se pasó la otra sobre los hombros y abrazó a la mujer.
– ¿Qué decías?
– La piscina.
– Ah, sí. -Volvió la cabeza para contemplarla-. Es la uve doble de Stephen, la que utilizaba para firmar sus cuadros. Pero tienes razón, vista del revés tiene el perfil de un par de alas.
Las alas de un ángel.
Angel. No llegaba a entender por qué había elegido ponerse ese nombre cuando su madre y ella por fin pudieron dejar de esconderse. En aquel momento, sin embargo, le vino a la cabeza aquel particular recuerdo -«el ángel volador»- y sonrió.
Se apretó contra el pecho de Cooper y sintió los latidos de su corazón. En aquellos momentos en los que se había visto más necesitada, podía decir, tal vez, que los dos únicos hombres que había querido habían acudido a rescatarla.
Epílogo
Angel se abrió camino precipitadamente entre el gentío del restaurante Ça Va, hacia la esquina en la que sabía que encontraría a su marido en su mesa favorita. Su marido. Su mesa.
Aquella idea le dibujó una sonrisa en los labios. Llegó hasta allí y se sentó en el taburete que había frente a él.
– Perdona, perdona, ya sé que llego tarde.
El hombre la agarró por la muñeca y le dio un suave apretón.
– Teníamos un trato. Nada de trabajar más tiempo del debido.
– Sí, ya lo sé.
Angel se zafó de la mano de Cooper, no para tomar la copa de vino que tenía frente a ella, sino para comenzar a desabrochar los botones de su gabardina.
Entonces él hizo ademán de levantarse.
– ¿Quieres que la cuelgue en…?
Angel negó con la cabeza.
– Gracias pero… todavía no.
Tenía algo que decirle pero, al parecer, Cooper también quería comentarle algo. Le acarició de nuevo la muñeca y añadió:
– Angel, no te lo tomes a broma. Trabajas demasiado y llevas dos semanas muy cansada.
– Ya lo sé, pero…
– Si no te relajas un poco y tratas de distraerte te convertirás en una esposa aburrida.
Angel entornó los ojos.
– Teniendo en cuenta que hemos pasado el fin de semana holgazaneando en Tranquility House, haciendo de todo menos aburrirnos, creo que no hay por qué preocuparse.
– Estuvo bien, ¿no? -preguntó Cooper con una sonrisa.
– Sí -respondió con dulzura-. Fue fantástico.
Tranquility House resistió el incendio que se había declarado nueve meses antes. Ninguna cabaña resultó afectada, pero del edificio comunitario no quedaron más que cenizas. Lo habían vuelto a construir, con una cocina tan extraordinaria que Angel opinaba que era una auténtica lástima dedicarla únicamente a alimentos orgánicos y menús vegetarianos. Judd y Beth se encargaban del lugar y planeaban casarse allí el próximo mes de agosto.
Angel no creía que ella pudiera haber esperado tanto tiempo para convertirse en la esposa de Cooper. Aunque fue él quien insistió para que se casaran enseguida, para que se mudaran a San Francisco y para volver al trabajo en su bufete.
La mujer cogió la botella de agua que Cooper estaba tomando y dio un largo trago mientras lo observaba con el rabillo del ojo. Él no parecía nada cansado, el matrimonio le estaba sentando de maravilla, pensó. Y, a partir de aquel mismo día, sería ella la que insistiría para que volviera a casa cada noche a una hora prudente.
– ¿Por qué sonríes, Mona Lisa? -preguntó con curiosidad.