Angel batió las pestañas con gesto inocente, intentando disfrutar de su secreto el mayor tiempo posible.
– No sé de qué me estás hablando.
Para evitar el interrogatorio que se avecinaba, Angel dirigió su atención al televisor instalado sobre la barra del bar. Entonces abrió los ojos de par en par y el corazón le dio un vuelco.
– ¿Qué? ¿Qué pasa, Angel? ¿Estás bien?
– Yo… yo… -Sus ojos, llenos de lágrimas, seguían fijos en la pantalla.
La voz de Cooper transmitía preocupación.
– Angel, cariño. ¿Qué pasa? -Echó un vistazo por encima del hombro para averiguar la causa de su reacción.
– En la tele… -consiguió decir, mientras dos lagrimones le resbalaban por las mejillas.
– ¿Algo que ha salido en televisión? -Cooper le pasó un pañuelo y volvió la vista a la barra-. ¿Es que me he perdido algo? Es un anuncio.
Angel se secó los ojos.
– Es ese anuncio en el que salen dos hermanas que van de compras juntas.
Cooper la miró, algo desconcertado.
– ¿Es por Katie?
Angel meneó la cabeza mientras una nueva oleada de sensiblería se apoderaba de ella. Tenía una hermana, y pensar en ello todavía le sorprendía y le hacía muy feliz. Toda la familia sabía ya que Angel era hija de Stephen Whitney y había aceptado sus disculpas y sus explicaciones, poco detalladas, acerca de cómo ella y su padre se habían distanciado y que, tras su muerte, había decidido no mencionar su parentesco.
Pero ahora sí lo hacía. A raíz del incendio, Angel y Katie habían estrechado su relación. La niña iba a pasar el mes de julio con ellos en San Francisco y Angel se moría de ganas de que llegara el momento. Ya tenía pensados todos los lugares a los que la iba a llevar de compras.
– ¡Pero Angel! ¿Ya vuelves a llorar? ¿Qué diablos te ocurre?
La mujer se dio cuenta de que había vuelto a perderse en una de aquellas ensoñaciones que tan a menudo la atrapaban últimamente y de que, en efecto, estaba llorando de nuevo. Se secó los ojos y decidió que había llegado el momento de aclarárselo todo.
Tras sorberse las lágrimas con determinación, Angel se levantó y se acercó a su marido.
– Tengo que decirte algo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó con un hilo de voz y gesto de preocupación.
Le importo. Me quiere.
A Angel no le salían las palabras, así que se expresó de la única forma en que pudo. Se quitó la gabardina y la dejó sobre el taburete. Y se quedó frente a él, mostrándole el nuevo vestido que acababa de comprar, razón por la que había llegado tarde a su cita. Extendió los brazos y dio una vuelta con bastante elegancia.
A la expresión de preocupación se añadió la confusión. Cooper la miraba de arriba abajo, sin entender nada.
– Angel, estoy muy perdido. ¿Qué está pasando?
La mujer sonrió y agitó las manos para señalarle el holgado vestido, estampado en tonos azules y rosa pálido.
– ¿Qué le pasa? Bueno, sí, te queda un poco grande, pero no creo que sea como para echarse a llorar.
Angel meneó la cabeza; le costaba decidir si reír o llorar un poco más. Se tragó el nudo que tenía en la garganta, avanzó hacia él y le acarició las mejillas.
– Es un vestido premamá, Cooper. Ya sé que es pronto, muy pronto, pero no me he podido resistir.
Cooper se quedó boquiabierto y la felicidad de Angel se vio enturbiada por una leve preocupación. No habían planeado tener hijos, pero desde el momento en que Angel comenzó a sospechar que podía estar embarazada se había sentido muy feliz. Tenía marido, una familia, y pronto un bebé. No podía pedir más.
– He pensado en todo -dijo precipitadamente-. Puedo trabajar media jornada, y tenemos dos habitaciones libres. La que está justo delante de nuestro dormitorio sería ideal. -También había imaginado la decoración: pintarían las paredes de un delicado tono vainilla y el cuadro de Whitney que conservaba, el único que no había sido destruido en el incendio y que representaba una hermosa criatura de pelo rubio, ocuparía un lugar privilegiado.
El futuro padre que tenía frente a ella sacudió la cabeza para intentar asimilar la noticia y le apretó las manos entre las suyas.
– ¿Estás embarazada?
– Me lo ha confirmado hoy el médico. -Angel todavía no sabía qué le parecía la noticia-. Espero que no…
– ¿Voy a ser padre?
Aquella pregunta fue formulada con una euforia que hizo que Angel sonriera aliviada. Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Las hormonas, pensó, pues no hacía mucho había leído un artículo en una revista para futuros padres.
– Sí, amor mío, vas a ser padre.
– ¡Dios mío! -Cooper la abrazó con ternura-. Dios, Angel, jamás creí que me sentiría así.
Angel lo miró a los ojos.
– Ni yo. -Ella tampoco se había creído capaz de querer tanto a alguien ni de sentirse tan feliz ante la idea de tener un hijo con él.
Cooper tenía una sonrisa de oreja a oreja. Soltó una carcajada y, volviéndose hacia el grupo de gente que estaba sentada a la mesa de al lado, le dio una palmadita en la espalda al hombre que tenía más cerca.
– ¡Oye! ¿Sabes qué? ¡Vamos a ser padres!
Tras un instante de sorpresa, le desearon todo lo mejor y alzaron las copas para brindar por la noticia. Cooper levantó su botellín de agua y gritó:
– ¡Por mi esposa, que me ha dado todo aquello por lo que vale la pena vivir la vida!
Angel volvió a gimotear.
– Malditas hormonas -murmuró.
Entonces le quitó la botella de agua de las manos y, recuperando la calma, la levantó al grito de:
– Por mi marido, mi amor -proclamó a todos los allí presentes-, ¡que es el mejor!
Aquella declaración le pareció la más adecuada.
El mundo debería conocer la verdad sobre los hombres como él.
Christie Ridgway
Nació y vive en el sur de California, en la costa del Océano Pacífico.
Descubrió el romance cuando contaba 11 años en la cubierta de la revista Tigerbeat. Escribía sus propias experiencias en forma de cuentos románticos. Cuando estaba en el primer año de la universidad, en Santa Barbara, conoció al que hoy es su marido. Después de terminar su formación se casaron y ahora tiene dos hijos.
Su sueño inicial fue ser editor. Trabajó varios años como escritor técnico y programador. Redescubrió el romance con las lecturas de Goodnight moon a sus hijos. Entonces supo que quería escribir libros que transmitieran emociones. En sus novelas se mezcla el drama, el suspense y el sexo, con grandes dosis de humor para concluir con el «vivieron felices para siempre».