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Continuó explorando más abajo, acariciándole el cuello hasta la clavícula.

– En realidad, fui a la universidad porque sé que mi madre quería que fuera. Me inculcó la importancia de la educación desde muy pequeño. Cuando llegué al instituto, me di cuenta de que quería hacer otra cosa distinta a ser vaquero. Me alegro de tener una carrera que me respalde si lo necesito, pero el ser vaquero lo llevo en la sangre.

– Me estás distrayendo, ¿sabes?

Josh la miró unos segundos, absorbió el temblor delicado de su piel bajo sus dedos. Le gustaba sentir su piel, tocarla.

– ¿Quieres que lo deje?

Ella sacudió la cabeza.

– No. Quiero que me cuentes por qué un vaquero que es además ingeniero químico quiere comprarse un velero.

Mientras le acariciaba la mano y el brazo, le contó todo. Le habló de su padre y del sueño que habían compartido de navegar juntos por el Mediterráneo, y cómo el sueño había quedado roto con la muerte de su padre.

– Así que lo voy a hacer yo -concluyó-. Por mí y por mi padre. No será lo mismo sin él, pero sé que estará animándome desde el Cielo.

Ella entrelazó los dedos con los de él y se los apretó suavemente.

– Lo querías mucho.

– Sí. Era un hombre maravilloso. Si pudiera ser la mitad de hombre que él, pensaría que lo he hecho bastante bien.

Ella lo miró y él no supo qué pensaba.

– Te das cuenta de que ese viaje puede ser muy peligroso, incluso para un marino experimentado.

– Y para eso estoy aquí. Para conseguir la experiencia que necesito.

– Te harán falta más conocimientos de los que puedas adquirir en unas semanas, Josh.

– Tal vez. Pero tengo que empezar en algún sitio. Y tú eres la chica que necesito para enseñármelo todo.

Lexie le miró la palma de la mano que le estaba acariciando.

– Sospecho que ya sabes bastantes cosas.

Él se llevó sus manos unidas a los labios y le dio un beso en la cara interna de la muñeca.

– Sé lo que quiero.

El deseo y un brillo de picardía brillaron en la mirada de Lexie.

– ¿Quieres saber lo que yo quiero? -se inclinó hacia delante, llevándose las manos hacia los labios-. Quiero jugar a un juego. ¿Te gustan los juegos?

– Me gustan. ¿Qué tipo de juego tienes en mente?

– Se llama «Ahora me toca a mí». ¿Te gustaría saber cómo terminé trabajando en Whispering Palms?

– Cariño, quiero saber todo lo que quieras contarme.

Mirándolo con picardía, Lexie le acarició los dedos uno a uno con parsimonia. Sus movimientos eran tan claramente sensuales que podría haber estado acariciándole el miembro viril. Al menos la reacción de su cuerpo fue la misma.

– Mi padre era un militar de carrera del Ejército del Aire, de modo que cada tantos años, zás -chasqueó los dedos- nos mudábamos. Cuanto mayor me hacía, más detestaba ir de un sitio a otro. De todos los sitios a los que enviaron a papá, Florida fue mi favorito. Me encanta el clima, el paisaje, la playa… todo.

Hizo una pausa y sin apartar los ojos de él se llevó la palma de su mano a los labios. Josh aguantó la respiración, anticipando la sensación de sus labios sobre su piel. En lugar de eso, le rozó la mano con la punta de la lengua y Josh gimió suavemente.

– ¿Quieres que lo deje?

– Qué va.

Josh sintió que se le quedaban los ojos vidriosos mientras ella continuaba su historia, sin dejar por supuesto de lamerle los dedos disimuladamente todo el tiempo.

– Fui a la Universidad de Miami y me saqué el título de profesora. Pero después de tres años de dar clases en un colegio, acepté el trabajo aquí.

Mirándolo fijamente, succionó con suavidad la punta de su dedo índice, y Josh sintió que casi se le paraba el corazón. Cuando creyó que iba a explotar, ella retiró el dedo y empezó a deslizárselo por el labio inferior.

– Trabajar en el complejo es perfecto -dijo, mientras sus labios suaves le rozaban el dedo con cada palabra que pronunciaba- porque puedo combinar la enseñanza, que me encanta, con el estar al aire libre y los deportes.

– ¿Tu padre sigue en las Fuerzas Aéreas?

– No. Se retiró hace tres años. Mamá y él «viven» en Maryland, pero apenas están en casa. Se compraron una caravana y pasan casi todo el tiempo viajando por el país. Esta semana están en Arizona.

– Parece divertido.

– Les gusta ese estilo de vida nómada. Sin embargo yo ya me he movido lo bastante en mi vida como para no tener ganas de volver a hacerlo.

Ella le colocó las manos sobre la mesa, con las palmas hacia arriba y los dedos separados, y empezó a pasarle la punta de los dedos sobre la piel callosa de sus manos, que Josh jamás había imaginado tan sensible.

Incapaz de soportar aquella tortura que le estaba infringiendo en las manos, Josh le agarró la mano y se la llevó a los labios, plantándole un beso ardiente en la muñeca, que le olía a flores. Lexie soltó una exclamación entrecortada, y él absorbió la repentina celeridad de su pulso sobre sus labios.

Era encantadora. Y lista. Y lo había excitado como a un loco. A Josh Maynard, el hombre; no a Josh Maynard, la estrella del rodeo. En los ojos de Lexie no había ni un ápice de artificio. Solo admiración e interés genuinos, sentimientos que él le devolvía, y mucho deseo.

Lexie miró a Josh. Durante aquellas dos horas no solo había averiguado que era el hombre más atractivo que había conocido, sino que además era inteligente, listo, divertido, y que quería a sus padres. Le gustaba. No era un loco, gracias a Dios, y tenía la sonrisa más sensual que había visto en su vida. El mero roce de sus dedos sobre su piel le provocaba ganas de bailar, y tenía unas manos muy, muy sexys. Fuertes, pero sensibles a la vez.

Lexie decidió que quería sentir esas manos sobre su cuerpo.

Y si había algún hombre en el planeta que pudiera besar mejor que él, que Dios bendijera a la mujer que lo encontrara. No solo tenía una boca preciosa, sino que sabía utilizarla.

Sin duda Josh era el hombre perfecto para sacarla de su largo celibato y lanzarla de nuevo a la vida social.

Lisa se detuvo a su mesa.

– ¿Queréis algo más?

– No, gracias Lisa -dijo Lexie.

Antes de que pudiera retirar la factura, Josh la agarró y escribió su nombre, para que cargaran la cantidad a su habitación.

– Te invité yo -protestó Lexie.

– Ah, un vaquero no puede dejar que una señorita le pague la cerveza. Piensa en lo mucho que me tomarían el pelo mis compañeros.

– ¿Como con la serpiente?

– Exactamente -arqueó una ceja-. ¿Quieres ver mi cicatriz?

Lo dijo en tono ligero pero a Lexie no se le pasó por alto el trasfondo sensual de la pregunta. Se inclinó hacia delante y lo miró a los ojos.

– Sí, quiero verla.

Él continuó mirándola con ardor.

– ¿En mi casa o en la tuya?

– Tu habitación está más cerca.

Él se deslizó en el asiento y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Sin dejar de mirarlo, Lexie le dio la mano.

Josh echó el cerrojo de la puerta y cruzó el dormitorio para acercarse a Lexie, que estaba a los pies de la cama de matrimonio, mirando al suelo. Parecía estar dudando. Josh le levantó la cara con suavidad y se miraron a los ojos.

– ¿No estás segura? -le preguntó.

– No. Sí -Lexie soltó una breve risa-. No, solo es que me siento algo extraña. Esto… ha pasado bastante tiempo.

– ¿Cuánto? -le preguntó con curiosidad.

Ella se ruborizó con timidez.

– Casi un año.

Él emitió un suave silbido.

– Debió de ser una ruptura difícil.

– No en ese sentido. Más que difícil, fue triste. Era un buen tipo, pero no el adecuado para mí.

– ¿Estabais casados?

– Prometidos.

– Bueno, tal vez fuera un buen tipo, pero no demasiado inteligente si dejó marchar a una chica como tú -Josh le acarició la mejilla-. Lexie, no tienes por qué preocuparte. Hacer el amor es como montar a caballo; nunca se olvida.