– Pues en mi caso, malo.
– ¿Por qué?
– Porque nunca he montado a caballo.
Josh no pudo ocultar su sorpresa.
– ¿De verdad? Una chica como tú a la que le gusta tanto estar al aire libre…
– De verdad. La oportunidad nunca se me ha presentado.
– Veremos qué se puede hacer con eso. No sabes lo que te pierdes -la miró a los ojos-. ¿Algún otro problema?
– ¿Tienes condones?
– Los tengo.
– Bueno, entonces supongo que ya se me acabaron las excusas -dijo en tono desenfadado.
– Es lo mejor que he oído en toda la noche.
Josh le plantó las manos en las caderas y la estrechó entre sus brazos hasta que sus cuerpos estuvieron unidos desde el pecho hasta las rodillas. Inclinó la cabeza y le rozó los labios con suavidad. Ella gimió débilmente y Josh le deslizó entonces la lengua en la cavidad aterciopelada y caliente de su boca.
En un instante, el beso se volvió salvaje y ardiente; una unión de lenguas y labios buscando la perfección. Un deseo feroz se apoderó de Josh, de tal modo que solo era consciente de ella. De su piel suave y fragrante, de sus manos acariciándole el pecho, los hombros, el cabello.
Le deslizó una mano por la espalda, enredando los dedos en los rizos de la nuca mientras con la otra mano le agarraba el trasero. Ella se puso de puntillas, venciéndose más sobre él, sintiendo su erección presionándole el vientre.
La lógica le dijo a Josh que se tomara las cosas con calma, que se tomara su tiempo para disfrutar, pero desgraciadamente la lógica no funcionó en ese momento. Además, ella no dejaba de acariciarlo por todas partes y de tirarle de la ropa con impaciencia. Josh dejó de besarla un momento para quitarse la camiseta, y ella aprovechó para hacer lo mismo y despojarse a toda velocidad del top, que enseguida cayó al suelo.
Entonces, Josh le agarró los pechos redondos y turgentes y le acarició los pezones con los pulgares. Ella gimió y él la miró en ese momento. Tenía los ojos velados por el deseo, los labios hinchados ligeramente del beso que acababan de darse. Mientras ella le acariciaba el abdomen, Josh avanzó hacia delante, obligándola a retroceder hasta la cama. Inclinó la cabeza y le besó la garganta antes de deslizar los labios hasta el pezón y meterse la firme roseta en la boca.
Lexie echó la cabeza hacia atrás y dejó que las sensaciones la inundaran. Un latigazo de puro deseo la recorrió desde los pechos hasta el centro de su vientre. Estaba caliente e impaciente, y deseosa de estar los dos desnudos. Pero Josh tenía una boca tan caliente y seductora que la distrajo de su objetivo de quitarle los vaqueros.
Y antes de que se diera cuenta, él la sentó sobre la cama. Se arrodilló delante de ella y empezó a quitarle una sandalia, acariciándole después el pie mientras la miraba con deseo.
– Eres preciosa, Lexie -le dijo con una voz ronca y excitada mientras le quitaba la segunda sandalia.
Su manera de mirarla, con aquellos ojos de mirada sensual e intensa, le hicieron sentir un aturdimiento extraño. Antes de que pudiera devolverle el cumplido, él le deslizó las manos por los muslos y le subió la falda hasta la cintura. Se inclinó hacia delante y le presionó los labios abiertos sobre la piel sensible de la cara interna del muslo. Al ver su cabeza morena entre las piernas, y sentir su lengua húmeda quemándole la piel, Lexie gimió.
– Qué bien hueles -le dijo Josh, acariciándola con su aliento cálido-. A flores y a sol.
Él se adelantó un poco, y la anchura de sus hombros la obligó a separar más las piernas. En un abrir y cerrar de ojos, Josh le metió las manos por debajo y le bajó las braguitas de encaje. Con el corazón desbocado, Lexie se recostó sobre los codos y lo observó mientras él le besaba los muslos y deslizaba las manos por el trasero para acercarla más a su cara.
Cuando notó el primer roce de sus labios sobre sus partes íntimas, Lexie aspiró hondo y suspiró. Al momento siguiente se olvidó de respirar. El le levantó ligeramente las caderas y le hizo el amor con la boca, con los labios y la lengua, deslizándosela, metiéndosela, haciéndole cosquillas hasta que perdió la noción de la realidad. Sus manos, su boca, no le dieron tregua. Por todas partes. Se derrumbó sobre el colchón y se agarró a la colcha mientras la recorría un orgasmo intenso.
Mientras aún continuaba sintiendo las sucesivas oleadas de placer, notó que él se levantaba. Oyó que abría un cajón y después que se bajaba los pantalones. Abrió los ojos y vio cómo se ponía un condón. Entonces se echó sobre ella y sus labios se unieron en un beso voluptuoso. Aquel calor de Josh, mezclado con el aroma almizclado de su sexo, inundaron sus sentidos. Lexie alzó las caderas para acogerlo, y Josh se deslizó entre sus piernas de un empujón, llenándola por completo. Ella esperaba que él la penetrara con rapidez, con urgencia y ardor, pero en lugar de eso, se quedó quieto y le sonrió. Dejó de besarla, se apoyó sobre los antebrazos y aquellos ojos oscuros y cautivadores buscaron los suyos. Ella lo miró, absorbiendo la sensación de tenerlo dentro. El breve pensamiento de que aquel interludio debía ser divertido, ligero, se le pasó por la cabeza. No estaba segura de que debiera sentirlo como algo tan… intenso; de que debiera percibir aquella conexión con él.
– Lexie.
Aquella única palabra le sonó ligeramente interrogativa, como si él también sintiera y se preguntara acerca de aquello que estaba pasando entre ellos.
Ella quiso contestar, decir su nombre, pero entonces él empezó a moverse, balanceando lentamente las caderas, y Lexie no pudo articular ya palabra.
Le deslizó las manos por la espalda fuerte y musculosa, por las nalgas, urgiéndolo a que la penetrara más, con más fuerza. La tensión aumentó en su cuerpo, y entonces, de una pasada, el orgasmo volvió a inundarla como una enorme ola. Un gemido largo y profundo vibró en su garganta mientras se agarraba a Josh con fuerza y le rodeaba la cintura con las piernas. Sintió que la embestía de nuevo, y después que hundía la cara en su cuello mientras sus gemidos resonaban en sus oídos.
Aún íntimamente unidos, se quedó allí tumbada bajo su cuerpo, saciada y lánguida, mientras escuchaba su respiración agitada y se tranquilizaba también ella. Su peso la aplastó contra el colchón, y Lexie sintió el cosquilleo del vello de su pecho contra sus senos.
Abrió los ojos al notar que Josh levantaba la cabeza, y vio que la miraba con expresión remota. Había un montón de cosas que quería decirle, pero sobre todo quería darle las gracias, decirle lo mucho que le había hecho falta lo que habían hecho juntos. Sin embargo, en ese momento se vio incapaz de hablar.
Caramba… -fue lo único que consiguió decir.
Él la miró en silencio unos segundos y asintió.
– Sí -se tocó el labio inferior con la punta de la lengua-. Hemos creado fuegos artificiales.
Lexie estiró los brazos sobre la cabeza y la espalda como un gato satisfecho.
– Bueno, creo que ahora que puedo respirar de nuevo, me parece que es hora de compensar un poco las cosas.
– Considérame a un entera disposición.
– ¿Cuánto tiempo necesitas para recuperarte?
– Sin duda voy a necesitar unos minutos.
– ¿Te ayudaría si te doy un masaje?
– Depende de dónde tengas pensado dármelo. ¿Qué se te ha ocurrido?
– Estoy pensando en que nos demos una ducha calentita los dos juntos.
El sonrió lentamente.
– Entonces hemos pensado lo mismo.
– Eh, no tienes ninguna cicatriz en el trasero.
Josh se retiró un mechón de cabello mojado del ojo y volvió la cabeza. Lexie estaba detrás de él, con el chorro de la ducha mojándole los hombros. Tenía los ojos entrecerrados y le miraba el trasero.
– Pensé que la serpiente te había mordido en el trasero -le dijo mientras le enjabonaba.
– Y me mordió. Aquí mismo -se llevó el dedo a la nalga izquierda-. Pero no me dejó señal. Las mordeduras de serpiente no suelen dejar señal.
Se volvió y le quitó el jabón.
Lexie paseó la mirada por su torso hasta detenerse en su entrepierna, que se puso dura como respuesta. Entonces le rozó la parte superior del muslo con los dedos.
– ¿Cómo ha pasado esto?
– Culpa tuya, cariño. Me temo que desde que te vi he estado así.
– Me refiero a la cicatriz que tienes en la pierna.
– Ah. Me pinchó el cuerno de un brahmán.
Ella abrió los ojos como platos.
– ¿Un brahmán? ¿Te refieres a un toro?
– Sí.
Ella le tocó la cicatriz.
– ¿No son esos toros salvajes y violentos? ¿Qué hacías tan cerca de uno?
– Lo estaba montando en un rodeo. O más bien intentaba montar en él. Sin mucho éxito, desgraciadamente, como prueba la cicatriz.
Ella lo miró con una expresión que no recordaba haber visto en ninguna otra mujer. En lugar de con admiración e interés, Lexie lo miraba horrorizada.
– ¿En un rodeo? ¿Haces rodeos?
Aquella reacción suscitó su curiosidad.
– Dices lo de «rodeo» como si fuera un crimen. La mayoría de los vaqueros prueban suerte en el rodeo alguna que otra vez.
– ¿No es muy peligroso?
– Sí. Pero ya no lo hago -eso era cierto; estaba oficialmente retirado-. Se me ocurren al menos diez cosas que preferiría hacer en lugar de hablar. Como por ejemplo jugar al juego del champú.
– Parece interesante. ¿Cómo se juega?
– Yo te cubro de espuma, después te aclaro y lo repito -dijo, se inclinó hacia delante y la besó.
– Mmm, qué beso más rico. Te daré un nueve con cinco.
– ¿Un nueve con cinco? Maldita sea -avanzó un paso y la pegó contra la pared de la ducha, mientras el agua caliente los mojaba y él le apretaba el vientre con su erección-. Espera, cielo, vamos a por un diez.