– Pensé que la serpiente te había mordido en el trasero -le dijo mientras le enjabonaba.
– Y me mordió. Aquí mismo -se llevó el dedo a la nalga izquierda-. Pero no me dejó señal. Las mordeduras de serpiente no suelen dejar señal.
Se volvió y le quitó el jabón.
Lexie paseó la mirada por su torso hasta detenerse en su entrepierna, que se puso dura como respuesta. Entonces le rozó la parte superior del muslo con los dedos.
– ¿Cómo ha pasado esto?
– Culpa tuya, cariño. Me temo que desde que te vi he estado así.
– Me refiero a la cicatriz que tienes en la pierna.
– Ah. Me pinchó el cuerno de un brahmán.
Ella abrió los ojos como platos.
– ¿Un brahmán? ¿Te refieres a un toro?
– Sí.
Ella le tocó la cicatriz.
– ¿No son esos toros salvajes y violentos? ¿Qué hacías tan cerca de uno?
– Lo estaba montando en un rodeo. O más bien intentaba montar en él. Sin mucho éxito, desgraciadamente, como prueba la cicatriz.
Ella lo miró con una expresión que no recordaba haber visto en ninguna otra mujer. En lugar de con admiración e interés, Lexie lo miraba horrorizada.
– ¿En un rodeo? ¿Haces rodeos?
Aquella reacción suscitó su curiosidad.
– Dices lo de «rodeo» como si fuera un crimen. La mayoría de los vaqueros prueban suerte en el rodeo alguna que otra vez.
– ¿No es muy peligroso?
– Sí. Pero ya no lo hago -eso era cierto; estaba oficialmente retirado-. Se me ocurren al menos diez cosas que preferiría hacer en lugar de hablar. Como por ejemplo jugar al juego del champú.
– Parece interesante. ¿Cómo se juega?
– Yo te cubro de espuma, después te aclaro y lo repito -dijo, se inclinó hacia delante y la besó.
– Mmm, qué beso más rico. Te daré un nueve con cinco.
– ¿Un nueve con cinco? Maldita sea -avanzó un paso y la pegó contra la pared de la ducha, mientras el agua caliente los mojaba y él le apretaba el vientre con su erección-. Espera, cielo, vamos a por un diez.
Capítulo Cinco
Lexie se pasó todo el día entero intentando no hacer dos cosas: mirar el reloj y pensar en Josh.
Pero fracasó tremendamente en las dos. Incluso, a cada rato, pensaba en las horas que quedaban para verlo.
La de veces que lo había buscado con la mirada en las piscinas o en la playa. Y sabía que era una tontería; Josh le había dicho que se pasaría el día mirando veleros. Menos mal que conocía su trabajo en el complejo de memoria y lo hacía mecánicamente, porque desde luego ese día estaba de lo más distraída. En realidad, no hacía más que revivir con el pensamiento los acontecimientos de la noche anterior… y esperar con emoción los de esa noche.
Cada vez estaba más segura de que no podía haber escogido un hombre mejor para tener un lío. Josh era un amante generoso y alucinante.
Pero en algún momento entre el uso del segundo condón y del tercero, una voz en su interior le había empezado a repetir lo mismo, cada vez con más insistencia. Sí, se había sentido satisfecha, lánguida y muy femenina. Pero había algo más que se estaba colando junto con esas sensaciones; un sentimiento no tan deseado por ella y que había reconocido no sin temor.
La ternura.
No deseaba sentir nada acogedor, nada cálido o tierno. Y sobre todo no deseaba que todo eso se lo provocara aquel vaquero. En aquella situación no había sitio para esa clase de sentimientos. ¿Pero qué demonios le ocurría? ¿Unos cuantos orgasmos y empezaba a perder el control?
Sabiendo que lo mejor era alejarse de él, se había marchado poco después de utilizar el cuarto condón. Estaba claro que era incapaz de pensar con lógica cuando estaba junto a él. Sobre todo cuando estaba desnudo, encima de ella y penetrándola hasta el fondo. Pero esa noche tenían programada una clase de natación, y por mucho que intentara comportarse como si no le importara nada, no podía dejar de pensar en el encuentro.
Sin duda la noche anterior había sido… Dios bendito. No sabía explicarlo. Emocionante, increíble, pero también algo más; algo más inquietante. ¿Lo habría sentido él también?
Además, nunca había tenido una relación sexual tan buena, tan ardiente.
Con esfuerzo terminó de guardar las gafas y tubos de buceo que habían utilizado los alumnos de submarinismo, y después se dirigió hacia el Patio Marino a almorzar un poco.
Después de pedir un sándwich de pavo, se le vino a la mente otra imagen de ellos dos haciendo el amor en la ducha, y tuvo que cerrar los ojos con fuerza para dejar de pensar en eso. Si no se controlaba un poco, acabaría buscándolo por todas partes.
Presionó los labios y se dijo que debía tranquilizarse. Estaba claro que sufría un desequilibrio glandular provocado por una sesión tan intensiva de sexo después de tantos meses de sequía. Había conseguido encontrar una mesa con sombrilla, ya tenía bastante calor como para ponerse al sol, y estaba dándole un mordisco al sándwich cuando oyó una voz familiar a sus espaldas.
– ¡Aquí estás! -Darla se sentó en la reluciente silla color aguamarina y amarillo enfrente de Lexie, se quitó las gafas de diseño y miró a Lexie a la cara con detenimiento.
Lexie intentó permanecer impasible, pero al ver la sonrisa de Darla se dio cuenta de que no lo había logrado.
– Lo sabía -dijo, quitándole un pepinillo del plato-. Y si no fuera porque estoy contenta por ti y porque sin duda estarás mucho más relajada, estaría muy enfadada porque no me has llamado. Por amor de Dios, llevo toda la mañana esperando saber algo de ti -le dio un mordisco al pepinillo y la miró-Así que… no me dejes así. Está claro que decidiste que no era ni un loco ni un cretino. Y según el brillo que tienes en la piel, adivino que es maravilloso en la cama.
Lexie se puso colorada.
– Sí. Mejor que ninguno.
– ¿En qué sentido?
– Me provoca escalofríos en sitios que ni siquiera puedes verte en un espejo. Y eso antes de quitarse la ropa.
Darla abrió los ojos como platos.
– Dime que tiene un hermano. Por favor.
– Es hijo único. Lo siento.
– Bueno, qué se le va a hacer. Al menos tú ganas. ¿Cuándo vas a volver a verlo?
– Esta noche. Tenemos una clase de natación.
– ¿Y después de la clase?
Lexie se imaginó a Josh desnudo.
– No lo discutimos, pero no despreciaría la oportunidad de repetir lo de anoche, si me surge.
– ¿Y el vaquero se ha quedado tan maravillado por vuestro encuentro como tú?
– No he oído ninguna queja. En realidad, su entusiasmo me resultó de lo más halagador.
Debió de temblarle un poco la voz al decirlo, porque Darla la miró con suspicacia.
– Pero hay algo que te molesta.
– En realidad no. Solo es que… -se encogió de hombros-. Naturalmente esperaba que fuera agradable. Solo que no esperaba que lo fuera tanto.
Darla asintió sabiamente.
– Ah. Entonces te gusta -antes de que Lexie contestara, Darla le agarró la mano-. Escucha, Lexie, es muy natural que te guste. No te habrías acostado con él de no haber sido un hombre de bien. De modo que no te vuelvas loca con eso. Es guapo, sexy, estupendo en la cama y amable. ¿Por qué darle más vueltas? Estás viviendo una aventura, nada más. Recuerda las reglas. Él te va a ayudar a volver a la vida, para que cuando llegue tu príncipe azul estés lista. No pierdas la perspectiva y disfruta.
Lexie se sintió algo más relajada. Darla tenía razón. Necesitaba mantener la cabeza fría, no pensar demasiado. Solo había estado con dos hombres aparte de Tony; uno en la facultad y otro durante su primer año de enseñanza, y ambas relaciones habían durado algo más de un año.
Lo que necesitaba era relajarse y volver a la vida, como había dicho Darla; y, sobre todo, divertirse. No dejar que las emociones entraran en juego. ¿Tan difícil iba a resultarle?
Josh estaba de pie en la piscina, con los brazos apoyados en el bordillo de áspero cemento y el agua rozándole la cintura. Se negó a mirar de nuevo su reloj, puesto que lo había mirado tan solo hacía unos quince segundos y porque aún quedaban diez minutos para empezar la clase.