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Aspiró hondo y se le abrieron las aletas de la nariz al percibir los olores diferentes. Ni un rastro a caballo, al cuero de las monturas o a la arena de los rodeos por ninguna parte. Aquel aire tenía un olor… tropical; un aroma afrutado y dulce, que se mezclaba con el olor penetrante del océano. Volvió a mirar de un lado a otro. No. Aquel lugar no se parecía en nada a casa. Pero eso era lo que importaba, precisamente.

Observó a los huéspedes mínimamente vestidos que salían y entraban del complejo. Tendría que dejar en la maleta su camisa vaquera de manga larga y los Wranglers. Solo llevaba allí tres minutos y ya tenía la espalda empapada en sudor.

Se miró los pies y suspiró. Tendría que dejar también sus amadas Tony Lamas. Las botas no eran demasiado prácticas en la playa. Gracias a Dios que se había llevado un par de zapatillas Nike, aunque normalmente no las usara mucho.

Llevaba mucho tiempo esperando para iniciar aquella aventura, y no iba a permitir que algo tan trivial como la ropa se interpusiera en su camino. Los objetivos que se había impuesto eran difíciles, pero él había llegado más alto. Había ganado varias medallas de oro de la Asociación Profesional de Cowboys de Rodeo, y para demostrarlo tenía las cicatrices. Excepto en la última competición, por supuesto. Maldita fuera, el entrar en segundo lugar después de Wes Handly aún lo fastidiaba. Si al menos…

Josh cortó de raíz aquel molesto pensamiento antes de volver a empezar a darle vueltas. Aquella parte de su vida había terminado. Había colgado sus espuelas y era el momento de conquistar nuevos mundos. Como aquel lugar de palmeras, sol, playa, flores y llanuras.

Josh se ajustó el sombrero, aspiró hondo, se colocó mejor la bolsa en el hombro y avanzó hacia la entrada del complejo dispuesto a saborear de una vez todos los sonidos, las vistas y los olores nuevos.

Una enorme jaula dominaba el centro del vestíbulo de suelo de parqué. En el centro, sobre un columpio de madera, Josh vio el loro más grande que había visto en su vida, con plumas de bellos colores y una cola que llegaba casi hasta el fondo de la jaula. De urnas de porcelana pintadas con flamencos y peces multicolores brotaban grandes plantas. Las paredes en tono salmón brillaban tras la mesa de recepción de mármol verde. Josh estiró la cabeza para ver qué había más allá de la zona de recepción, y vio un trozo de piscina brillante, una franja de arena blanca y el mar azul más allá. Una brisa agradable soplaba por el vestíbulo, refrescándolo del calor.

Dios, cuánto le habría gustado a papá aquel lugar. Los colores vivos, el aire salado, los gritos de las gaviotas. Un agudo sentimiento de pesar se apoderó de Josh. ¿Dejaría alguna vez de sentir aquel dolor que aparecía de repente? Seguramente no. Aunque tal vez después de conseguir lo que había ido allí a hacer el dolor menguara un poco.

Miraría la arena blanca y el mar azul y tragaría saliva. Sí, papá había pasado toda su vida deseando ir a un sitio como aquel, pero jamás había tenido la oportunidad de ver el océano. La cara risueña y arrugada de su padre se le apareció en la mente con tanta claridad que parecía como si Bill Maynard estuviera allí con él. Tantas veces había dicho que cuando se jubilara en el rancho iba a aprender a navegar y a hacerlo por el Mediterráneo.

Su padre había planeado aprender, y que Josh lo hiciera con él. A menudo el hombre se había imaginado navegando en las aguas cristalinas junto a su hijo, cocinando la pesca del día en la parrilla.

El grito del loro sacó a Josh de su ensimismamiento, y lo invitó a dejar a un lado sus recuerdos. Era hora de registrarse, de deshacer la bolsa, de ponerse algo para ir a la playa y de empezar a hacer realidad el sueño que su padre había planeado hacía tres décadas.

Conquistaría los siete mares con lo mismo que había conquistado la arena de los rodeos: con determinación, perseverancia y corazón. Le había prometido a su padre que vería todos esos sitios que el viejo había deseado ver, todos esos sitios de los que habían hablado.

Sin embargo, a pesar de todo lo que había leído sobre navegación, tendría que empezar por lo básico. Pero no debería de ser demasiado difícil. Allí había los mejores profesionales y él era un hombre inteligente y dispuesto. Tenía un título universitario que lo demostraba. Y era un atleta a nivel mundial. Tenía todas esas hebillas de oro que lo demostraban.

Miró hacia la piscina y al mar más allá y un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda; pero Josh lo ignoró con firmeza. No tenía nada por qué preocuparse. Las aguas allí eran tan tranquilas como se decía en la propaganda. ¿Además… tanto le iba a costar aprender a nadar?

Lexie sonrió mientras se despedía del grupo de niños de su clase de natación. La más pequeña de todos, Amy, que solo tenía cuatro años, se volvió y le tiró un beso.

– Hasta mañana -gritó Lexie.

Echaría de menos a la adorable Amy cuando su familia abandonara Whispering Palms al final de la semana.

Salió de la piscina y agarró la toalla para secarse, mientras paseaba la mirada por la playa y el océano que tanto amaba. Docenas de personas jugueteaban en la orilla, mientras un grupo de jóvenes construía un enorme castillo en la arena. Padres con niños pequeños, parejas de luna de miel, personas solas, jóvenes, cada uno disfrutaba de sus vacaciones a su manera.

Como directora de actividades deportivas del complejo, Lexie se enorgullecía de la amplia variedad de ocupaciones que Whispering Palms ofrecía a sus huéspedes. Los deportes de agua iban del buceo hasta deportes más de aventura como la vela, el esquí acuático, el kayak o el submarinismo, entre otras muchas cosas. Y si lo que a uno le gustaba era el ejercicio, cada día podría hacer aerobic, bicicleta estática o voleibol en la playa o en el agua, por nombrar algunas.

Todo lo que cualquier turista necesitado de descanso pudiera desear lo podía encontrar en el Whispering Palms. Y Lexie estaba orgullosa de haber contribuido en gran medida a montar e implementar el programa de actividades. Por supuesto, toda vez que la temporada turística tocaba a su fin, la cosa estaría más floja hasta Acción de Gracias, cuando volvía a remontar un poco. Echaría de menos el paso agotador de los joviales grupos, y desde luego echaría en falta el dinero extra que ganaba durante el verano trabajando por la tarde-noche y por la mañana temprano en el Club del Campamento Infantil del complejo o dando clases particulares de natación o de buceo. Guardaba cada dólar que podía, esperando a que su pedazo de cielo se pusiera en venta.

En la mente apareció una imagen de la cala con palmeras de la que se había enamorado. Era un lugar privado, apacible, perfecto. Y cuando finalmente saliera a la venta, sería caro. Y según Darla, se lo quitarían de las manos al propietario. Lexie necesitaría todo el dinero posible para actuar con rapidez.

Y hablando de actuar con rapidez… Lexie echó una mirada a su Timex resistente al agua. Tenía que acompañar a un grupo de submarinismo en menos de media hora. No había tiempo de soñar despierta si tenía la intención de tomar un almuerzo muy necesitado en el Patio Marino. Cuando se había quitado el traje de neopreno y estaba a punto de hacer lo mismo con los calcetines, le llamó la atención un hombre que había en el vestíbulo. Estaba claro que acababa de registrarse, pues tenía en la mano el colorido folleto con las actividades del complejo y que contenía también la tarjeta con la que accedería a su habitación. Vestido con sombrero texano, camisa vaquera de manga larga, pantalones ajustados, un cinturón con la hebilla más grande que Lexie había visto en su vida y botas texanas, su indumentaria no era la más adecuada para la playa. Pero a Lexie no le importó; incluso desde donde estaba ella le quedó muy claro lo bien que rellenaba los vaqueros.

Entrecerró los ojos para verlo mejor, pero el ala de su sombrero le impidió verle bien la cara. El huésped nuevo se dio la vuelta y fue hacia los ascensores del vestíbulo que conducían a las habitaciones. Por detrás los vaqueros le quedaban tan bien como por delante. Sin embargo, Lexie esperaba que con el calor que hacía el vaquero decidiera cambiarse antes de salir.