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– Te he visto practicar con la plancha esta mañana -dijo-. Me he quedado impresionada, no solo por tu mejora, sino por tu dedicación. Apenas eran las siete de la mañana.

– Estoy decidido a dominar la natación lo más rápidamente posible. Y cuando me empeño en algo…

Bueno, como decimos nosotros los vaqueros, si vas a ir, ve a por todas.

– En ese caso, ¿quieres empezar?

– Sí, señorita. Me pongo en tus manos.

A Josh le pareció ver un brillo en sus ojos, pero desapareció antes de poder decidir lo que era. Asintió con la cabeza y se volvió para meterse en la piscina. Él la siguió, agradecido cuando el agua fresca calmó su incipiente ardor.

– Aparte de esta mañana temprano, no te he visto hoy por el complejo -comentó ella mientras entraban en el agua-. Te echamos de menos en las clases para aprender a hacer cestos de hoja de palma.

Josh se echó a reír.

– Alquilé un coche y fui al puerto deportivo a ver los veleros.

– ¿Has visto algo que te haya gustado?

Sí, y en ese momento le estaba sonriendo.

– Hay barcos muy bonitos, pero antes de comprar ninguno quiero aprender a navegar. Y antes de hacer eso necesito dominar la natación.

– ¿Te has apuntado ya en el curso de vela para principiantes?

– Todavía no. ¿Eres tú la profesora?

– Sí -le sonrió-. No te preocupes, estoy cualificada para hacerlo.

– ¿Y también estás disponible para clases de vela particulares?

– Sí, pero solo por la mañana temprano, si el tiempo lo permite, antes de empezar mi horario normal. Por razones claras de seguridad, no doy clases de vela por la noche -ladeó la cabeza-. Si estás interesado, házmelo saber.

Desde luego que estaba interesado. Y no podía negar que eso lo preocupaba. El volverse loco por una mujer no había estado en su lista de cosas que hacer en Florida. Le había llevado toda la noche y todo el día darse cuenta de que no sería tan fácil olvidarse de la atracción que sentía por esa mujer.

– Antes de empezar con algo nuevo, vamos a pasar unos minutos repasando lo que hicimos ayer por la tarde.

Josh accedió y pasaron los quince minutos siguientes moviendo las piernas, agarrados a la plancha, y practicando la respiración.

– Muy bien, Josh -dijo-. Estás listo para aprender a flotar.

Josh la observó mientras ella le demostraba cómo flotaba de espaldas, como si estuviera tumbada en una cómoda cama, moviendo los brazos suavemente de atrás adelante.

Con los ojos cerrados, era como una Bella Durmiente flotante. El cabello oscuro le flotaba alrededor de la cabeza, y Josh apenas pudo resistirse a la tentación de acariciárselo. Entonces le miró los labios, carnosos y tentadores, e inmediatamente su imaginación salió volando, concediéndole el papel de Príncipe Azul. ¿Serían aquellos labios tan deliciosos como parecían?

– Las claves son la relajación y el equilibrio -dijo ella en un tono suave y tranquilizador que lo devolvió a la realidad-. Estarás cerca del bordillo, de modo que, si sientes que te hundes, solo tendrás que estirar el brazo. Así

– estiró la mano, pero en lugar de tocar el borde de la piscina, le deslizó los dedos por el estómago.

Él aspiró con rapidez y Lexie abrió los ojos enseguida al darse cuenta de que lo había tocado a él y no al bordillo de cemento.

– Lo siento.

– No pasa nada.

Solo que aquel leve roce le había provocado un chisporroteo como el de una traca dentro del bañador. Tal vez debería haber tomado aquellas lecciones de natación en la Antártida, con un instructor.

– Ahora túmbate de espaldas y deja que el agua te sostenga. Te ayudaré a empezar.

Josh hizo lo que ella le decía, y le pareció que lo estaba haciendo bien. Al menos hasta que ella lo ayudó «a empezar». Estaba en posición horizontal cuando ella le colocó una mano a la altura de los hombros y otra por debajo de la cintura.

– Bien, ahora relájate, Josh -le dijo en tono suave y sensual.

¿Relajarse? ¿Con ella tocándolo con aquellas manos que parecían de seda líquida? ¿Con la cara a solo diez centímetros de sus pechos turgentes? ¿Con ella mirándolo con aquellos ojos grandes y expresivos?

Para vergüenza suya, empezó a sacudir brazos y piernas, luchando por mantenerse a flote. Sin duda nadie que lo viera creería que poseía un equilibrio innato que le había permitido ganar cuatro títulos de campeón del mundo del rodeo.

– Tranquilo -le dijo-. Cierra los ojos y aspira hondo. Agárrate al bordillo con una mano y deja el cuerpo muerto. Yo te sujeto.

Muerto, sí, qué risa. Desde luego iba a ser muy difícil conseguirlo. Cerró los ojos, se agarró al bordillo y se obligó a relajarse; claro que le resultó mucho más fácil porque no la estaba mirando. Y mucho más fácil al imaginarse que ella no era ella, sino un anciano, con un diente y lleno de verrugas.

Pero entonces oyó su voz aterciopelada.

– Mucho mejor, Josh.

Abrió los ojos y se encontró mirando su preciosa cara, tan provocativamente cerca… tan cerca que solo tendría que entrelazarle los dedos en el cabello y tirar de ella para besarla…

El movimiento de brazos y piernas empezó otra vez. Y si ella no lo hubiera sostenido, se habría hundido como un plomo.

Maldita fuera, era lo más humillante que había sufrido en su vida. No recordaba haberse sentido nunca tan vulnerable y nervioso. Apretó los dientes y se concentró al máximo para poder relajarse.

– Bien -dijo ella-. Ahora voy a colocarme detrás de ti, y a sostenerte por los hombros. No te preocupes si te hundes un poco. Te prometo que no te soltaré. Lo que quiero es que muevas los brazos y las piernas lentamente en el agua, como si estuvieras flotando en la nieve. Supongo que lo haréis en Montana.

Él no abrió los ojos.

– Claro que sí.

– Entonces flotarás de maravilla enseguida. Haz como si estuvieras tumbado en un montón de nieve. Recuerda, relájate y mantén el equilibrio. No tienes que soltar el bordillo hasta que no sientas que estás listo. No hay prisa. Ahora me voy a apartar, así que empieza a mover los brazos con suavidad.

Josh se concentró y empezó a mover los brazos y las piernas en el agua muy despacio; cuanto más sentía que la tensión lo abandonaba, mejor flotaba. Aun así, pensó que sería mejor no soltarse del bordillo.

– Háblame de tu casa, Josh -la oyó decir, aunque el sonido fue apagado pues tenía las orejas dentro del agua-. ¿Cómo es la vida en Manhattan, Montana?

Josh aprovechó la oportunidad para no pensar en ella como un ahogado se agarra a una tabla salvavidas.

– Manhattan es un lugar precioso, apacible -sonrió-. No se llama a Montana La Tierra del Gran Cielo por nada El cielo es tan azul que a veces te duelen los ojos de mirarlo. El aire es puro y limpio, y las montañas parecen estar tan cerca, como si pudieras tocarlas con la mano. Manhattan es rural, está rodeado de naturaleza, pero en la ciudad hay de todo lo que uno puede necesitar: varios cines, restaurantes y muchos negocios y tiendas.

– ¿Vives en un rancho?

– Sí. En una pequeña finca que mi padre y yo compramos juntos el año pasado. Antes de eso vivía y trabajaba en el Rancho Arroyo Seco, donde mi padre era el capataz.

– ¿Sigue trabajando allí?

La tristeza de costumbre le atenazó el corazón.

– No, murió trabajando hace seis meses. De un ataque cardiaco.

– Lo siento -dijo Lexie tras una breve pausa.

Josh suspiró.

– Yo también. Mi padre era un hombre maravilloso. Paciente, amable, y siempre tenía una palabra de apoyo para todo el mundo, por muy mal genio que tuvieran. Y nunca he conocido a nadie que manejara los animales como él. Tenía un don natural.

La cara arrugada de su padre, con aquellos ojos de un azul brillante, apareció en su mente. Le pareció como si pudiera oír la voz grave de su padre aconsejándole: «Un hombre no tiene éxito si no lo intenta; y si lo intenta, tiene que hacerlo lo mejor posible».