Josh soltó el bordillo muy despacio. Sintió que se hundía un poco pero, fiel a su promesa, Lexie no dejó que se hundiera bajo la superficie. «Equilibrio y relajación» se dijo. Movió suavemente los brazos y sonrió de alegría cuando se dio cuenta de que permanecía a flote.
– ¿Qué hay del resto de tu familia? -le llegó la siguiente pregunta.
– No tengo mucha más, excepto mi tío y dos primos en Texas. Solo nos vemos una vez al año. No tengo hermanos ni hermanas, y mi madre murió cuando yo tenía doce años. Después de morir ella, papá y yo nos mudamos a vivir en el Rancho Arroyo Seco.
– ¿Tu padre nunca volvió a casarse?
– No. Durante los años hubo unas cuantas damas de cuya compañía disfrutó, y Dios sabe que muchas mujeres estuvieron detrás de él, pero murió amando a mi madre. Se enamoraron en el instituto. Cuando ella murió ya llevaban quince años casados, pero seguían comportándose como chiquillos en su primera cita. Se abrazaban, se besaban y se agarraban de la mano todo el tiempo.
Le pareció oírla suspirar de manera muy femenina.
– Eso maravilloso. Muy romántico. Y triste también. Pero maravilloso.
– Sí. Se llevaban muy bien. Y ella fue una madre maravillosa. Cuando llegaba del colegio, me sentaba a hacer los deberes mientras ella amasaba el pan y charlaba conmigo. Le salía muy mal, pero desde luego tenía empeño -se echó a reír-. Tenía una sonrisa preciosa que le iluminaba la cara… -su voz se fue apagando mientras el sinfín de recuerdos lo asaltaban.
El cáncer se había llevado a su preciosa madre, dejando un vacío en su corazón, donde su amor y su sonrisa vivían siempre.
Su padre y él habían decidido que era demasiado doloroso vivir en la casa que habían compartido con Maggie Maynard. Sin ella, aquel no era un hogar. De modo que se la vendieron a una pareja joven a punto de tener un bebé y se mudaron a Arroyo Seco, con los recuerdos de Maggie Maynard guardados en cajas y en sus corazones. Les había costado un tiempo recuperar el equilibrio, pero finalmente lo habían conseguido.
Sus pensamientos volvieron al presente, y se dio cuenta del silencio. Maldita fuera, ¿cuánto tiempo llevaba perdido en el pasado? Sin duda Lexie pensaba que era un imbécil. Abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba solo, flotando en medio de la piscina, como un corcho. Por el rabillo del ojo vio a Lexie apoyada contra el bordillo, sonriéndole y haciéndole señales de ánimo.
Josh puso los pies en el suelo y le sonrió.
– Parece que le estoy pillando el tranquillo.
– Desde luego que sí -concedió ella-. Estoy orgullosa de ti.
– Gracias, pero la verdad es que estaba tambaleándome hasta que empezaste a preguntarme sobre mi casa.
Lexie sonrió.
– Para que un alumno principiante se tranquilice es mejor hacerle hablar de algo familiar, para que no piense en el agua.
– Espero no haberte aburrido.
– No, en absoluto -se miró el reloj deportivo-. Me temo que se nos ha acabado el tiempo por hoy.
Él se fijó en las gotas de agua que le corrían por el brazo, e instantáneamente dejó de pensar en la natación. Caminó lentamente hacia ella, deleitándose con el modo en que abría los ojos como platos y sobre todo al ver cómo sacaba mínimamente la punta de la lengua para pasársela por los labios. Se detuvo muy cerca de ella.
– Qué pena que se haya terminado nuestra lección. Que yo recuerde, lo próximo que vas a enseñarme son algunos… movimientos básicos.
Sus miradas se encontraron y a Josh le dio un vuelco el corazón. Lexie lo miraba de tal modo… No con el descaro con el que solían mirarlo muchas mujeres, sino como una mezcla de interés inequívoco y un toque de incertidumbre…
Caramba. Si era capaz de calentarlo con una mirada inocente, ¿qué pasaría si la tocaba? ¿Si cedía a la insistente tentación y la besaba?
No lo sabía, pero estaba empeñado en averiguarlo.
En ese mismo instante.
Capítulo Cuatro
Lexie se quedó inmóvil, con el corazón latiéndole a mil por hora y en la mente un único pensamiento: Josh iba a besarla.
Durante la clase había pensado en poco más. Lo había estado mirando cuando él había cerrado los ojos, observando su sensual boca mientras hablaba de su tierra. Imaginándose que esa boca la besaba.
Él apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo, contra el bordillo de cemento. Bajó la mirada desde sus ojos hasta sus labios y se inclinó hacia delante muy despacio. Un fuego abrasador la recorrió de pies a cabeza.
Sus labios rozaron los suyos con suavidad, una vez y otra más, con una delicadeza que la encendió inmediatamente. Lexie entreabrió los labios y le rozó el labio inferior con la punta de la lengua. Y en un segundo el beso pasó de ser delicado a ser un tornado.
Él gimió suavemente y se pegó más a ella. Entonces la rodeó con sus brazos fuertes y siguió besándola. Se regodeó con la deliciosa sensación de su cuerpo fuerte rozándola. Sus manos grandes le acariciaron el cabello y la espalda muy despacio. La exquisita sensación de su lengua explorándole la boca la hizo estremecerse.
Lexie le echó los brazos a la cintura y se complació con el sinfín de sensaciones placenteras que la asaltaron. También le acarició la espalda, disfrutando con el contraste entre la textura suave de su piel y la dureza de sus músculos. Un deseo ardiente e insistente, y largamente olvidado, la recorrió de arriba abajo, derritiéndola por dentro. Él le deslizó las manos hasta la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Su erección le presionaba el vientre, inspirando una miríada de imágenes sensuales.
Una alocada risa femenina penetró la neblina de deseo que los envolvía. Josh debió de oírlo también, pues levantó la cabeza y se separó un poco de ella. Lexie abrió los ojos y vio que él la miraba como si quisiera decirle que deseaba más. Ella pensaba lo mismo.
Otra risotada y Lexie se volvió hacia el sonido. Una pareja joven emergió por el camino que iba hasta la playa. Abrazados, rodearon el perímetro de la piscina, tan ensimismados el uno con el otro que ni siquiera se fijaron en Lexie y Josh.
Lexie aspiró hondo y se volvió a mirar a Josh, que la miraba intensamente. Lexie entendió que tenía que decir algo para romper la tensión del momento, pero no se le ocurría nada más que pedirle que se desnudara, de modo que se quedó callada.
Finalmente, Josh habló.
– Vaya beso…
Ella tragó saliva para poder hablar.
– Eso no puedo discutírtelo.
Él sonrió.
– Eso es algo que me encanta en una mujer.
– ¿Que bese bien?
– Bueno, eso también. Pero me refería a lo de no discutirme algo. Y, además, no besas bien.
– ¿Ah, no? -deliberadamente bajó la vista hacia donde su erección seguía presionándole el vientre-. Pues esto… me dice otra cosa.
– Desde luego que sí. Significa que besas de maravilla.
Sus palabras, dichas en aquella voz tan sensual y con aquel fuego que vio en sus ojos, fueron como un bálsamo para su orgullo herido. El volvió a mirarle los labios, y Lexie adivinó su intención de volver a besarla.
– No es buena idea, Josh.
Él la miró sorprendido. -¿Por qué…?
– Este beso ha sido alucinante, pero este no es el lugar apropiado, sobre todo para mí -bajó la voz-. En el complejo no está bien visto que los empleados besen a los huéspedes en la piscina.
– Es comprensible. Una pena, pero comprensible.
– Me pagas por darte clases de natación. Limitémonos a eso cuando estemos en la piscina.
Él asintió despacio.
– De acuerdo. Pero ¿y cuando salgamos de ella?
Lexie vaciló un momento, pero finalmente venció la parte de ella que sentía una gran necesidad de liberarse.
– ¿Por qué no nos vestimos y nos vemos en el bar del hotel? Podemos tomar algo, charlar y… ver lo que pasa.
Él la miró fijamente, y Lexie adivinó que estaba pensando lo mismo que ella. Los dos sabían ya lo que iba a pasar.