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Se fijó en la forma de estrechar la mano de aquellos hombres. Thomas Söderberg se la había apretado y la mantuvo así un momento mientras la miraba a los ojos con firmeza. Estaba acostumbrado a inspirar confianza. Se preguntó cómo reaccionaría si la policía decidía que había dicho algo sospechoso. El traje que llevaba parecía caro.

El apretón de manos de Vesa Larsson era blando. No estaba acostumbrado a saludar así. Cuando sus manos se encontraron, en realidad él ya había saludado con un discreto gesto de cabeza y su mirada estaba sobre Sven-Erik.

Gunnar Isaksson casi le había roto la mano con el apretón. Y no con una fuerza inconsciente, como la que a veces se observaba en algunos hombres.

«Tiene miedo de parecer débil», pensó Anna-Maria.

– Antes de empezar me gustaría saber por qué queréis que os preguntemos a los tres a la vez -inquirió Anna-Maria como introducción.

– Es tremendo lo que ha ocurrido -respondió Vesa Larsson tras un momento de silencio-. Pero sentimos firmemente que la congregación debe permanecer unida en estos momentos. Sobre todo los pastores. Hay una fuerza que intenta sembrar la discordia y no pensamos darle la mínima oportunidad.

– Entiendo -respondió Sven-Erik en un tono con el que claramente reconocía que no entendía nada en absoluto.

Anna-Maria miró a Sven-Erik, que cerró la boca, pensativo, haciendo que su gran bigote pareciera una escoba debajo de la nariz.

Vesa Larsson se toqueteaba un botón del chaleco de piel, mirando de soslayo a Thomas Söderberg. Éste no le devolvía la mirada, sino que asentía con la cabeza, como para sí.

«Vaya -pensó Anna-Maria-. La respuesta de Vesa ha sido aprobada por el pastor Söderberg. No es difícil ver quién es el jefe de la manada.»

– ¿Cómo está organizada la congregación? -preguntó Anna-Maria.

– Arriba de todo está Dios -respondió Gunnar Isaksson alzando la voz y señalando convencido hacia el techo-. Después la congregación tiene tres pastores, nosotros, y cinco hermanos en el Consejo de Ancianos. Si fuéramos una empresa, se podría decir que Dios es el propietario; nosotros tres, los directores; y el Consejo de Ancianos, el consejo de administración.

– Creía que querían preguntarnos sobre Viktor Strandgård -interrumpió Thomas Söderberg.

– Ya llegaremos a eso, ya llegaremos -aseguró Sven-Erik casi como en un susurro.

El joven de la Biblia se había parado al lado de una silla y salmodiaba en voz alta, esgrimiendo una mano hacia la silla vacía. Sven-Erik parecía asombrado.

– ¿Puedo preguntar qué hace? -dijo haciendo un gesto con el pulgar en dirección al hombre.

– Está rezando por el encuentro de esta noche -aclaró Thomas Söderberg-. Esa forma de orar puede parecer extraña si no estás acostumbrado, pero no es magia, lo prometo.

– Es importante que la sala de la iglesia esté preparada espiritualmente -aclaró el pastor Gunnar Isaksson mientras se mesaba su poblada y bien arreglada barba.

– Entiendo -respondió Sven-Erik, buscando la mirada de Anna-Maria.

Ahora tenía el bigote en un ángulo de casi noventa grados respecto a la cara.

– Bueno, a ver si me explican algo de Viktor Strandgård -dijo Anna-Maria-. ¿Cómo era como persona? Vesa Larsson, ¿qué le parecía a usted?

El pastor sufría aparentemente, y tragó saliva antes de responder.

– Era entregado, humilde, querido por toda la congregación. Dejaba que Dios lo utilizara, sencillamente. Se puede decir que, a pesar de su elevada posición en la comunidad, también servía en cosas prácticas. Estaba en la lista de la limpieza, así que se le podía ver pasando el trapo del polvo por las sillas. Pegaba carteles antes de los encuentros…

– … cuidaba a los niños -completó Gunnar Isaksson-. Bueno, tenemos un programa rotativo, de manera que los que tienen niños pequeños pueden escuchar la palabra de Dios de forma directa.

– Sí, como ayer -continuó Vesa Larsson-. Después del encuentro no fue a tomar café en el local, sino que se quedó aquí para volver a poner las sillas en su sitio. Es lo malo de no tener bancos de iglesia, que si no se ponen las sillas en línea recta, enseguida parece que todo esté en desorden.

– Tiene que ser un trabajo tremendo -se sorprendió Anna-Maria-. Hay un montón de sillas. ¿No se quedó nadie a ayudarlo?

– No. Dijo que quería estar solo -respondió Vesa Larsson-. Normalmente no se cierra con llave si hay alguna persona dentro, así que alguien tuvo que…

Se interrumpió y sacudió la cabeza.

– Parece que Viktor Strandgård era un alma bondadosa -dijo Anna-Maria.

– Sí, sí que lo era -dijo Thomas Söderberg, sonriendo tristemente.

– ¿Saben si tenía enemigos o estaba a malas con alguien? -preguntó Sven-Erik.

– No, con nadie -respondió Vesa Larsson.

– ¿Parecía preocupado por algo? ¿Intranquilo? -continuó Sven-Erik.

– No -volvió a contestar Vesa Larsson.

– Teniendo en cuenta que trabajaba a jornada completa aquí, ¿cuáles eran sus obligaciones para con la congregación? -inquirió Sven-Erik.

– Trabajar al servicio de Dios -respondió Gunnar Isaksson pomposamente, poniendo énfasis en la palabra «Dios».

– Y trabajando para Dios también hacía ganar dinero a la congregación -dijo Anna-Maria, tensa-. ¿Adónde iba a parar el dinero de su libro? ¿A quién irá ahora, después de muerto?

Gunnar Isaksson y Vesa Larsson se volvieron hacia su compañero, Thomas Söderberg.

– ¿Qué puede importar eso en la investigación del asesinato? -preguntó Thomas Söderberg con voz amable.

– Bueno, simplemente conteste a la pregunta -exigió Sven-Erik suavemente, pero con una cara que no permitía que le llevaran la contraria.

– Hace tiempo que Viktor Strandgård cedió los derechos del libro a la congregación. Tras su muerte, los ingresos continuarán yendo al mismo sitio. Es decir, no habrá ninguna diferencia.

– ¿Cuántos ejemplares del libro se han vendido? -preguntó Anna-Maria.

– Más de un millón, incluyendo las traducciones -respondió el pastor Söderberg escueto-. Pero todavía no entiendo…

– ¿Venden otras cosas? -interrumpió Sven-Erik-. ¿Fotos o así?

– Esto es una congregación y no un club de fans de Viktor Strandgård -respondió Thomas Söderberg con aridez-. No vendemos retratos, pero sí, ha habido otros ingresos, por ejemplo, de la venta de cintas de vídeo.

– ¿Qué clase de cintas?

Anna-Maria cambió de postura. Le habían entrado ganas de orinar.

– Grabaciones de nuestros sermones, de Viktor Strandgård o de predicadores invitados. Encuentros y misas -respondió el pastor Söderberg mientras se quitaba las gafas y se sacaba un pañuelo pequeño y blanco del bolsillo del pantalón.

– ¿Graban los encuentros en vídeo? -preguntó Anna-Maria volviendo a cambiar de postura en la silla.

– Sí -respondió Vesa Larsson, ya que Thomas Söderberg parecía demasiado ocupado en limpiarse las gafas para contestar.

– Ayer tuvieron un encuentro -afirmó Anna-Maria- y Viktor Strandgård estuvo presente. ¿Está ese encuentro grabado en vídeo?

– Sí -respondió el pastor Larsson.

– Queremos que nos den esa cinta -exigió Sven-Erik-. Y si hay previsto otro encuentro esta noche, también nos gustaría que nos dieran la cinta. Bueno, todas las grabaciones de los últimos meses; o ¿qué dices tú, Anna-Maria?

– Sí, eso es -respondió, escueta.

Cuando cesó el ruido del aspirador miraron hacia arriba. La mujer que estaba limpiando lo había desconectado y se dirigió hacia la dama bien vestida. Susurraron algo entre ellas, mirando hacia los pastores. El joven se había sentado en una de las sillas y hojeaba la Biblia. Sus labios se movían incesantemente. Cuando la mujer bien vestida vio que los pastores y la policía habían hecho una pausa en la conversación, aprovechó la ocasión y se dirigió hacia ellos.