– Espera un momento -gritó-. Y cállate de una puta vez, que vamos a aclarar unas cuantas cosas.
Una mujer que llevaba a un perro labrador con exceso de peso sujeto con una correa se quedó parada cuando oyó el grito de Rebecka y miró curiosa hacia el interior del coche.
– No tengo ni idea de lo que estás hablando -continuó Rebecka sin bajar la voz-. Viktor nunca me quiso, ni siquiera estuvo enamorado de mí. No quiero oírte hablar más de esto en la vida. No pienso asumir ningún tipo de culpa por no haber sido su pareja. Y la verdad es que no pienso asumir tampoco el hecho de que lo asesinaran. Joder, tía, tú estás loca si es eso en lo que estás pensando en estos momentos. Vive, si quieres, en tu universo paralelo, pero a mí déjame fuera.
Se quedó callada. Primero golpeó la ventanilla con las dos manos. Después se golpeó la cabeza. La mujer del perro, asustada, dio un paso hacia atrás y desapareció.
«Dios mío. Debo calmarme -pensó Rebecka-. No puedo conducir así. Me voy a salir de la calzada.»
– No quería decir eso -se quejó Sanna-. Yo no he pensado nunca que tú tuvieras la culpa de nada. Si alguien tiene la culpa, ésa soy yo.
– ¿Qué dices? ¿De que asesinaran a Viktor?
Algo se detuvo en el interior de Rebecka. Aguzó el oído.
– De todo -murmuró Sanna-. De que tú te tuvieras que ir. ¡De todo!
– Vale ya -resopló Rebecka, llena de una nueva ira que le arrebató los temblores que sufría su cuerpo y que convirtió sus huesos en hierro y hielo-. No pienso quedarme aquí consolándote y diciéndote que nada fue culpa tuya. Ya lo he hecho cien veces. Yo era una persona adulta, hice lo que me pareció mejor y asumí las consecuencias.
– Sí -asintió Sanna, sumisa.
Rebecka puso el coche en marcha y salió dando bandazos hacia la avenida Malm. Sanna se tapó la boca con las manos cuando un coche que venía en dirección contraria pitó furiosamente. Desde la avenida Hjalmar Lundbohm vieron las oficinas iluminadas de la empresa LKAB, delante de la mina. A Rebecka le pareció que no eran tan grandes como las recordaba. El edificio siempre le había parecido enorme cuando vivía en aquella ciudad. Pasaron por delante de la fachada de obra vista del Ayuntamiento, con su curiosa torre del reloj levantándose hacia el cielo como un esqueleto negro de acero.
«Lo que pienso es verdad -se dijo Rebecka-. Nunca estuvo enamorado de mí, pero puedo entender que todos creyeran que sí. Dejamos que lo creyeran, Viktor y yo. Todo empezó el primer verano. En el curso de la iglesia, con Thomas Söderberg, en Gällivare.»
Al final son once jóvenes los que van a empezar el curso de verano de la iglesia. Durante tres semanas trabajarán, vivirán y estudiarán la Biblia juntos. El pastor Thomas Söderberg y su esposa, Maja, son quienes lo dirigen. Maja está embarazada. Tiene el pelo largo y brillante, y siempre va sin maquillar. Es bonita y alegre. A veces, Rebecka ve que se aparta y se sujeta los riñones con las manos. A veces, Thomas la abraza y le dice:
– Podemos hacerlo sin ti. Ve a acostarte y descansa un poco.
Entonces ella lo mira con alivio y agradecimiento. Es un trabajo duro ser esposa sin sueldo de un pastor.
La hermana de Maja, Magdalena, también está allí, ayudando. Es de movimientos rápidos, como un ratón alegre. Sabe tocar la guitarra y les enseña a cantar himnos.
Viktor y Sanna Strandgård están entre los once. Llaman la atención. Se parecen mucho. Los dos tienen el pelo largo y rubio. El de Sanna es rizado. Su nariz chata y sus grandes ojos hacen que su cara tenga la expresión de una muñeca.
Tendrá cara de niña aunque tenga ochenta años. Con diecisiete ya tiene una hija pequeña, Sara, de tres meses.
– Jesús y yo tenemos una interesante relación de amor -dice Sanna con una sonrisa ladeada.
Sanna y Thomas Söderberg tienen formas diferentes de sentir la fe. Thomas pone su fe a prueba en diferentes situaciones.
– La palabra «fe» -dice- es lo mismo que confiar y estar convencido de algo. Si digo: «Creo en ti, Rebecka», quiero decir que estoy convencido de que vas a colmar las esperanzas que tengo depositadas en ti.
– No sé -protesta Sanna-. Yo opino que creer es precisamente creer. No saber. Dudar a veces pero invertir en la relación con Dios. Escuchar su susurro en el bosque.
Viktor se inclina hacia adelante y le alborota el pelo a su hermana mayor.
– Es en tu cabeza donde hay susurros y murmullos, Sanna -le dice riéndose.
Él no tiene fe pero le gusta discutir. Suele llevar su rubio pelo recogido en una coleta. Tiene una piel tan transparente que casi parece azulada. Las otras chicas lo miran, pero enseguida se le ocurrirá la manera de mantenerlas a distancia. Está jugando con Rebecka.
Rebecka no es tonta. Ya se ha dado cuenta de que sus miradas no significan nada y que a ella no le está permitido responder a las ligeras caricias que le hace en el pelo o en la mano. Aprende a quedarse quieta, sentada, con la fantasía de ser objeto de su anhelo. De ese juego no sale sin premio. La admiración que le profesa Viktor le da cierto estatus entre las otras chicas del grupo. Las ha desplazado y ello hace que le tengan respeto.
Al principio, Thomas y los estudiantes tienen opiniones diferentes en cuanto a la Biblia. Los jóvenes no pueden entender algunas cosas. ¿Por qué la homosexualidad es pecado? ¿Cómo se puede estar seguro de que la fe cristiana sea la verdadera? ¿Qué pasa con los mahometanos, por ejemplo? ¿Irán al infierno? ¿Por qué no se pueden tener relaciones sexuales antes del matrimonio?
Thomas escucha y da explicaciones. «Uno tiene que escoger -dice-. O se cree en todo el contenido de la Biblia o se eligen unas cuantas cosas y se cree en ellas. Pero ¿qué clase de fe es ésa? Ésa es una fe diluida y desdentada.»
Las claras noches de verano se sientan en el embarcadero, al lado del mar, matando los mosquitos que aterrizan en sus brazos y piernas. Discuten y reflexionan. Sanna se siente segura con su Dios. Rebecka tiene la impresión de ir contracorriente.
– Es porque has recibido la llamada -le explica Sanna-. Él te quiere a ti. Si no lo aceptas, te habrás perdido para siempre. No puedes aplazar la decisión para el futuro porque nunca más sentirás este anhelo.
Cuando han transcurrido las tres semanas, todos los participantes, menos dos, se entregan a Dios. Entre los nuevos redimidos están Viktor y Rebecka.
– Y tú y Viktor, ¿qué? -pregunta Thomas a Rebecka cuando el curso de verano de la iglesia casi ha terminado-. ¿Qué hay entre vosotros?
Van paseando hasta el supermercado ICA-Renen a comprar leche. Rebecka aspira el agradable olor a asfalto caliente. Está contenta de que Thomas quiera acompañarle. Lo normal es tener que compartirlo con los demás.
– No sé -responde Rebecka eludiendo explicar la verdad-. A lo mejor está interesado en mí, pero en estos momentos no tengo tiempo para nada más que Dios. Quiero dedicarme a Él al cien por cien durante un tiempo.
Al pasar por delante de un abedul, ella rompe una pequeña rama. Las delgadas y verdes hojas huelen a la alegría del verano. Se mete una hoja en la boca y la mastica.
Thomas coge también una hoja y se la mete en la boca. Sonríe.
– Eres una chica sensata, Rebecka. Dios tiene grandes planes para ti, lo sé. Es una época muy bonita cuando uno se acaba de enamorar de Dios. Es bueno que aproveches este momento.
Oyó la voz de Sanna, primero a lo lejos, después cerca. Sintió la mano de Sanna en la parte superior de su brazo.
– Mira -gimió Sanna-. Oh, no.
Habían llegado a la comisaría. Rebecka había aparcado el coche. Primero no se dio cuenta de lo que estaba viendo Sanna. Después descubrió a una periodista que había ido corriendo hasta su coche con el micrófono en ristre. Detrás de la reportera había un hombre. Éste levantó la cámara contra ellas como si fuera una oscura arma.