– Sí, pero es que acaba de ocurrir una cosa, así que…
Rebecka limpió con la mano el vaho que se había formado en el cristal de su ventanilla. Sara y Lova estaban hablando, subidas a un montón de nieve. No se veía a Chapi. ¿Adónde se habría ido la perra?
– No tengo mucho tiempo ahora, ¿me podrías pasar con Måns?
– De acuerdo, pero haz como que no sabes nada de la reunión.
– Vale. ¿Cómo te has enterado de todo?
– Me lo ha contado Sonja. Ella estaba allí.
Sonja Berg era una de las secretarias más antiguas de Meijer & Ditzinger. Su virtud más apreciada era su capacidad de callar como una tumba respecto a los asuntos del bufete. Eran muchos los que habían intentado sonsacarle información y se habían encontrado con su mezcla especial de falta de voluntad, irritación y fingida incapacidad para entender lo que la persona en cuestión quería. En reuniones secretas, por ejemplo, antes de la fusión de varias empresas, siempre era ella la que redactaba el acta.
– Eres increíble -dijo Rebecka, impresionada-. Eres capaz de sacar agua de las piedras.
– Sacar agua de las piedras forma parte del curso básico. Hacer que Sonja hable es el curso avanzado. Pero no me hables tú de cosas imposibles. En realidad, ¿qué has hecho con Måns. ¿Vudú con un muñeco o qué? Si yo hubiera salido en la tele dándole una patada a una periodista, ahora estaría atada en su cámara de torturas, viviendo las últimas veinticuatro horas más dolorosas de mi vida.
Rebecka se rió sin ganas.
– Algo así me espera cuando vuelva al trabajo. ¿Me pasas?
– Sí, aunque te lo advierto. Es verdad que se ha puesto a tu favor, pero contento no está.
Rebecka bajó la ventanilla y llamó a Sara y a Lova.
– ¿Dónde está Chapi? Sara, búscala, pero estad siempre por donde yo os pueda ver. Enseguida nos vamos a ir. ¿Es que alguna vez está contento? -añadió al teléfono.
– ¿Quién no está nunca contento?
La fría voz de Måns se oyó al otro lado de la línea.
– Ah, hola -respondió Rebecka, intentando concentrarse-. Soy Rebecka.
– Vaya -respondió él sin decir nada más.
Podía imaginarse la respiración irritada y profunda de él. No pensaba facilitarle las cosas, eso estaba claro.
– Quería explicarte que ha sido un malentendido lo de que creyeran que yo era la abogada de Sanna Strandgård.
No hubo respuesta en la línea.
– Vaya -respondió Måns al cabo de un momento-. ¿Eso es todo?
– No…
«Venga, Rebecka -pensó dándose ánimos-. No lo pienses. Di lo que hay que decir y cuelga. Nada puede empeorar las cosas.»
– La policía ha encontrado un cuchillo y la Biblia de Viktor Strandgård en el piso de Sanna Strandgård -dijo-. Han detenido a Sanna como sospechosa del asesinato, acaban de llevársela. Yo en estos momentos estoy delante de su casa. Van a precintarla y voy a llevar a una de sus hijas al colegio y a la otra a la guardería.
La irritada respiración al otro lado de la línea se interrumpió. Rebecka se permitió hacer una pausa antes de continuar:
– Quiere que sea su defensora y se niega a que sea otro abogado. Así que me quedaré aquí arriba de momento.
– Joder, mira que tienes poca vergüenza -exclamó Måns Wenngren-. Estás actuando a mis espaldas. Ofendes al bufete delante de los medios y ahora piensas hacerte cargo de un caso que no tiene nada que ver con tu empleo. Es actividad desleal, y suficiente para el despido, ¿lo entiendes?
– Måns, quiero hacerme cargo del caso, pero como un caso del bufete, ¿te das cuenta? -dijo Rebecka irritada-. No estoy pidiendo permiso. No me puedo echar atrás ahora. Y lo voy a solucionar. Quiero decir, ¿qué dificultades hay? Estaré presente en algunos interrogatorios, que parece que no serán muchos. Ella no sabe nada ni tampoco recuerda nada. Han encontrado el arma homicida, si es que era ese cuchillo, y la Biblia de Viktor en su piso. Ella estaba en la iglesia justo cuando acababa de pasar. Ni siquiera el famoso periodista Peter Althin conseguiría que la dejaran libre si es que dictan que pase a disposición judicial. Si, contra lo que yo deseo, hay una acusación, espero que alguno de nuestros abogados de derecho penal me respalde, Bengt-Olov Falk o Göran Carlström, por ejemplo. Va a haber mucho revuelo mediático y sería beneficioso para el bufete un poco de publicidad en temas penales, lo sabes bien. Aunque sea el derecho mercantil y tributario lo que dé dinero, los casos penales importantes son los que hacen que un bufete se haga famoso a través de la prensa y la televisión.
– Gracias -respondió Måns, tenso-. Eso de la publicidad para el bufete ya lo has empezado a trabajar. ¿Por qué cojones no te pusiste en contacto conmigo cuando le diste la patada a aquella periodista?
– No le di una patada -se defendió Rebecka-. Intenté pasar y ella se resbaló…
– ¡No he acabado! -gritó Måns-. He perdido una hora y media de la mañana en una reunión para hablar sobre ti. Si hubiera prevalecido mi voluntad, te pediría ahora mismo la dimisión. Tienes suerte de que hubiera otros socios que fueran más misericordiosos.
Rebecka hizo como que no oía su comentario y prosiguió:
– Necesito que me ayudes con lo de esa periodista. ¿Puedes ponerte en contacto con la redacción y pedirle que retire la denuncia?
Måns se echó a reír, sorprendido.
– ¿Quién coño te crees que soy? ¿Don Corleone?
Rebecka volvió a frotar la ventanilla.
– Sólo era una pregunta -respondió-. Tengo que dejarte. Estoy cuidando a las dos hijas de Sanna y la pequeña se está quitando la ropa.
– Deja que se la quite -contestó Måns, irritado-. Aún no hemos acabado.
– Te llamo luego o te envío un correo. Las niñas están en la calle y hace un frío tremendo. Lo último que me haría falta en estos momentos es que una cría de cuatro años cogiera una pulmonía. Adiós.
Colgó el teléfono antes de que a él le diera tiempo de decir nada más.
«No me lo ha prohibido -pensó aliviada-. No me ha prohibido que continúe y no me he quedado sin trabajo. ¿Cómo ha podido ser tan fácil?»
Entonces se acordó de las niñas y puso el coche en marcha.
– ¿Qué estáis haciendo? -les gritó a Sara y a Lova.
Lova se había quitado la chaqueta, las manoplas y los dos jerséis. Estaba de pie sobre la nieve con el gorro en la cabeza y la parte superior de su cuerpo la cubría sólo una fina camiseta blanca de algodón. Estaba llorando. Chapi la miraba preocupada.
– Sara me ha dicho que parezco una idiota con el jersey que me has dejado -se quejaba Lova llorando-. Me dijo que en la guardería me tomarían el pelo.
– Ponte la ropa inmediatamente -ordenó Rebecka, impaciente.
Cogió a Lova por el brazo y le volvió a poner los jerséis a la fuerza. La niña lloraba desconsolada.
– Es verdad -respondió Sara con malicia-. Parece una loca. En la escuela había una niña que llevaba un jersey de ésos. Los chicos la cogieron, le metieron la cabeza en el váter y tiraron de la cadena hasta que casi la ahogan.
– ¡No quiero! -gritaba Lova mientras Rebecka la vestía a la fuerza.
– Entrad en el coche -dijo Rebecka con la voz tensa-. Vais a ir a la guardería y al colegio.
– No nos puedes obligar -le gritó Sara-. No eres nuestra madre.
– ¿Qué nos apostamos? -gruñó Rebecka. Y levantó a las dos niñas y las sentó en el coche, mientras ellas no dejaban de gritar. Chapi las siguió. Entró de un salto en el coche y dio unas vueltas, intranquila, antes de acomodarse en el asiento.
– Y tengo hambre -siguió gritando Lova.
– Exacto -chilló Sara-. No hemos desayunado y eso es desamparo. Dame el móvil, voy a llamar a mi abuelo -dijo quitándole el teléfono a Rebecka.
– ¡Qué diablos! -rugió Rebecka, y le cogió el teléfono bruscamente.