– ¿Cómo era su relación con él? -preguntó Sven-Erik-. ¿Se veían a menudo?
Anna-Maria vio que Sven-Erik se esforzaba en llamar la atención de Kristina Strandgård con sus preguntas, pero su mirada sin voluntad se había fijado en el dibujo de medallones de las cortinas.
– Entre mis familiares hay muy buena relación -respondió Olof Strandgård.
– Aparte de la iglesia, ¿tenía contacto con alguien o algún otro interés?
– No, como ya le he dicho, decidió apartarse de todo y sólo trabajar para Dios.
– Pero ¿no les inquietaba? Quiero decir, que se apartara de las chicas y de los otros intereses que tenía.
– No, lo cierto es que no.
El padre se rió como si considerara que lo que Sven-Erik acababa de decir fuera ridículo.
– ¿Quiénes eran sus mejores amigos?
Sven-Erik miró las fotografías que había en las paredes. Encima del televisor había una gran fotografía de Sanna y de Viktor. Dos niños con el pelo largo, y rubios como el sol. Sanna con rizos de ángel. El pelo de Viktor liso como una cascada. Sanna tenía que estar al principio de la pubertad. Se podía ver que no quería sonreír al fotógrafo. Había algo de rebeldía en la expresión de su boca. Viktor también estaba serio, pero más natural. Como si estuviera pensando en otra cosa y hubiera olvidado dónde se encontraba.
– Sanna tenía trece años y el chico diez -dijo Olof, que vio a Sven-Erik mirando la fotografía-. Se ve claramente cómo admiraba a su hermana. Quería llevar el pelo largo como ella y, desde que era muy pequeño, gritaba como un cochinillo cada vez que su madre se le acercaba con las tijeras. Al principio, en el colegio se burlaban de él, pero insistió en llevar el pelo largo.
– ¿Y sus amigos? -recordó Anna-Maria.
– Yo creo que sus familiares éramos sus mejores amigos. Tenía mucha relación con nosotros y con Sanna. Y adoraba a las niñas.
– ¿Las hijas de Sanna?
– Sí.
– Kristina -dijo Sven-Erik.
Kristina Strandgård dio un respingo.
– ¿Hay algo más que quiera añadir? Sobre Viktor -aclaró Sven-Erik cuando la miró con gesto interrogante.
– ¿Qué puedo decir? -respondió insegura y mirando de reojo a su marido-. No tengo nada que añadir. Olof lo ha descrito muy bien, creo yo.
– ¿Tienen algún álbum con recortes de prensa de Viktor? -preguntó Anna-Maria-. Quiero decir que como salía a menudo en los periódicos…
– Ahí -respondió Kristina Strandgård señalando un mueble-. Es el álbum grande y marrón, en el estante de abajo.
– ¿Me lo pueden prestar? -preguntó Anna-Maria mientras se levantaba para cogerlo de la estantería-. Se lo devolveremos en cuanto nos sea posible.
Mantuvo cogido el álbum un instante y luego lo dejó sobre la mesa, delante de ella. Le gustaría tener otras imágenes de Viktor en su cabeza que aquel cuerpo destrozado y los ojos arrancados.
– Necesitaríamos que escribieran los nombres de las personas que lo conocían -pidió Sven-Erik-. Queremos hablar con ellos.
– Será una lista muy larga -respondió Olof Strandgård-. Toda Suecia, y aún me quedo corto.
– Quiero decir los que lo conocían personalmente -respondió Sven-Erik, paciente-. Enviaremos a alguien a buscar la lista esta tarde. ¿Cuándo fue la última vez que vieron a su hijo con vida?
– El domingo por la noche, en el canto de salmos de la iglesia.
– El domingo por la noche antes de que lo asesinaran, claro. ¿Hablaron con él?
Olof Strandgård movió la cabeza con pena.
– No, estaba con el grupo de oración y totalmente ocupado.
– ¿Cuándo fue la última vez que se vieron y tuvieron tiempo de hablar?
– El viernes por la tarde, dos días antes de que…
El padre se interrumpió y miró a su mujer.
– Le habías preparado comida, Kristina. ¿Verdad que fue el viernes?
– Sí, así es. La Conferencia de los Milagros empezaba entonces y yo sé que se olvida hasta de comer. Siempre antepone a los demás. Así que fuimos a su casa y le llenamos el congelador. Me dijo que era como una gallina con sus polluelos.
– ¿Parecía preocupado por algo? -les preguntó Sven-Erik-. ¿Había algo por lo que estuviera intranquilo?
– No -respondió Olof.
– Al parecer no había comido desde hacía tiempo cuando murió -añadió Anna-Maria-. ¿Saben ustedes por qué? ¿Puede ser porque lo hubiera olvidado?
– Seguramente ayunaba -respondió el padre.
«Voy a tener que preguntar dónde está el baño», pensó Anna-Maria.
– ¿Ayunar? -preguntó, aguantándose sus necesidades-. ¿Por qué?
– Bueno -respondió Olof Strandgård-. En la Biblia pone que Jesús ayunó cuarenta días en el desierto y fue tentado por el diablo antes de que apareciera en Galilea y escogiera a sus primeros discípulos. Y pone que los apóstoles rezaron y ayunaron cuando nombró a los primeros consejos de ancianos de las primeras congregaciones y los consagró a Dios. En el Antiguo Testamento Moisés y Elías ayunaron antes de que se les apareciera Dios. Probablemente Viktor sintió que le esperaba un arduo trabajo durante la Conferencia de los Milagros y quería concentrarse con ayuda del ayuno y la oración.
– ¿Qué es eso de la Conferencia de los Milagros? -preguntó Sven-Erik.
– Empezaba el viernes por la noche y acabará el próximo domingo por la noche. Durante el día, cursillos; y por la noche, encuentros. Trata de los milagros. Curaciones, milagros, atención de ruegos, regalos espirituales. Esperen un momento.
Olof Strandgård se levantó y desapareció en dirección al recibidor. Al cabo de un rato volvió con una cartulina de color brillante en las manos. Se la dio a Sven-Erik. Éste se inclinó hacia Anna-Maria para que ella también pudiera ver de qué se trataba.
Era una invitación doblada, tamaño A4. Había una fotografía de gente alegre con las manos levantadas. En otra foto una mujer riendo alzaba a su hijo pequeño. En otra se veía a Viktor Strandgård rezando por un hombre que estaba de rodillas, con las manos alzadas hacia el cielo. Viktor tenía puestos los dedos índice y corazón en la frente del hombre y éste cerraba los ojos. En el texto ponía que los cursillos tratarían, entre otros temas, de «Tienes poder para pedir misericordia», «Dios ya ha vencido tu enfermedad» y «Deja salir tu misericordia espiritual». Y añadía que en los encuentros de la noche se podría bailar, cantar y reír espiritualmente, y ver cómo Dios hacía milagros en uno mismo y en los demás. Todo al precio de cuatro mil doscientas coronas, comida y alojamiento aparte.
– ¿Cuánta gente participará en la conferencia? -cuestionó Sven-Erik.
– No sé exactamente -respondió Olof, dejando entrever cierto orgullo-, pero más de dos mil.
Anna-Maria vio cómo Sven-Erik contaba mentalmente los importantes ingresos que la congregación habría obtenido con la conferencia.
– Queremos una lista de los participantes -dijo Anna-Maria-. ¿A quién nos hemos de dirigir?
Olof Strandgård le dio un nombre y ella lo escribió en su cuaderno de notas. Sven-Erik tendría que poner a alguien a comparar la lista con el registro de la policía.
– ¿Cómo era la relación con Sanna? -preguntó Anna-Maria.
– ¿Perdone? -contestó Olof Strandgård.
– Sí, ¿podrían describir su relación?
– Eran hermanos.
– Pero eso no significa que, por definición, tuvieran una buena relación -insistió Anna-Maria.
El padre respiró hondo.
– Eran muy buenos amigos, aunque Sanna es una persona frágil. Sensible. Tanto yo como mi mujer y nuestro hijo la hemos tenido que cuidar más de una vez, a ella y a las niñas.
«Qué pesadez con lo de lo frágil que es», pensó Anna-Maria.
– ¿Qué quiere decir con lo de que es sensible? -preguntó. Vio que Kristina se revolvía en su asiento.
– No es fácil hablar de eso -dijo Olof-. Es que hay períodos en los que tiene dificultades para portarse como una persona adulta. Le es difícil ponerles límites a las niñas. Y a veces le ha sido difícil cuidar de sí misma y de ellas. ¿No es verdad, Kristina?