«Debería llorar -pensó-. Debería ser como Raqueclass="underline" "Se oyó un grito en Rama, llanto y grandes lamentos; es Raquel que llora por sus hijos sin querer consolarse; porque ya no existen." Pero no siento nada. Es como un papel en blanco arrugado. Yo soy la enferma de nuestra familia. Pensaba que no era así, pero yo soy la enferma.»
Pone las llaves en el contacto. Pero sigue sin caerle ni una sola lágrima.
Sanna Strandgård está de pie en su celda, con la frente apoyada en los hierros que hay ante la ventana de cristal. Mira el sendero que va a lo largo de la fachada de plancha verde de la calle Konduktör. Bajo el cono de luz de una farola ve a Viktor de pie en la nieve. Está desnudo y lo único que tiene para cubrirse un poco son las alas, de color gris claro. Los copos de nieve le van cayendo encima como una lluvia de estrellas. Forman destellos con la luz de la farola. No se deshacen cuando entran en contacto con su piel desnuda. Levanta la cabeza y mira a Sanna.
– No te puedo perdonar -susurra ella, dibujando algo con el dedo en el cristal de la ventana-. Pero el perdón es un milagro que tiene lugar en el corazón. Así que si tú me perdonas a mí, a lo mejor…
Cierra los ojos y ve a Rebecka. Tiene las manos y los brazos cubiertos de sangre, hasta los codos. Estira los brazos y pone uno sobre la cabeza de Sara y el otro sobre la de Lova, a modo de protección.
«Lo siento tanto, tanto, Rebecka -piensa Sanna-. Pero eres tú quien debe hacerlo.»
Cuando el reloj del Ayuntamiento da las cinco, Kristina Strandgård quita la llave del contacto y se baja del coche. Retira las alfombras de la puerta del garaje. Arranca la cinta adhesiva de la puerta que da a la casa, hace una bola y se la mete en el bolsillo de la bata. Después sube a la cocina y empieza a preparar masa para hacer pan. Le echa algo de linaza a la harina, pues Olof está un poco mal del estómago.
MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO
El teléfono sonó a primera hora de la mañana en casa de Anna-Maria Mella.
– No lo cojas -dijo Robert con voz ronca.
Pero la mano de Anna-Maria ya se había estirado para coger el auricular como por acto reflejo después de tantos años de costumbre.
Era Sven-Erik Stålnacke.
– Soy yo -dijo, escueto-. ¿Te pasa algo?
– No, que acabo de subir las escaleras.
– ¿Has visto el tiempo que hace? Esta noche ha caído la de Dios.
– Mmm.
– Tenemos respuesta de Linköping -dijo Sven-Erik-. No hay huellas en el cuchillo. Estaba enjuagado y seco pero es el arma homicida. Había restos de sangre de Viktor en la base de la hoja, junto al mango. Y han identificado sangre de Viktor Strandgård en el fregadero de Sanna Strandgård.
Anna-Maria, pensativa, chasqueó la lengua.
– Y Von Post está que se sube por las paredes. Evidentemente, le habría gustado que hubiéramos conseguido pruebas técnicas con vinculación directa. Me ha llamado hacia las cinco y media pegando gritos en el móvil. Dice que tenemos que encontrar el objeto con el que le arrearon al chico en el cogote.
– Bueno, tiene razón -contestó Anna-Maria.
– ¿Crees que lo hizo ella? -le preguntó Sven-Erik.
– Se me hace muy raro pensar que haya podido ser así. Pero no soy psicóloga.
– En cualquier caso, el muy cabrito volverá a la carga.
Anna-Maria, irritada, suspiró profundamente.
– ¿Cómo que volverá a la carga? -preguntó.
– Y yo qué sé -respondió Sven-Erik-. La interrogará otra vez, claro. Y ha hablado de trasladarla a la prisión preventiva de Luleå.
– Pero, maldita sea… -soltó Anna-Maria-. ¿Es que no se entera de que no sirve de nada asustarla? Deberíamos hacer que viniera un profesional a hablar con ella. Y yo también voy a hablar personalmente con ella, porque los interrogatorios del fiscal no sirven para nada.
– Ojo con lo que haces -la advirtió Sven-Erik-. No empieces a interrogarla a espaldas del fiscal, porque entonces sí que se liará una gorda.
– Tendré que encontrar una excusa. Es mejor que me salte yo las normas a que lo hagas tú.
– ¿Cuándo vendrás? -preguntó Sven-Erik-. También te tienes que ocupar de una tonelada de faxes que han llegado de Linköping. Las chicas de administración van como locas. No saben si hay que incluirlos en el registro o no, y están mosqueadas porque el fax ha estado bloqueado toda la mañana.
– Son copias de la Biblia de Viktor. Diles que no hace falta que los registren.
– Entonces, ¿cuándo vendrás? -volvió a preguntar Sven-Erik.
– Tardaré un rato -dijo Anna-Maria sin entrar en detalles-. Robert tiene que quitarle la nieve al coche y eso.
– Vale, vale -dijo Sven-Erik-. Nos veremos cuando vengas.
Colgó.
– ¿Por dónde íbamos? -dijo Anna-Maria con una sonrisa, bajando la mirada hasta cruzarse con la de Robert.
– Por aquí -dijo Robert con voz alegre.
Estaba tumbado desnudo debajo de Anna-Maria y deslizaba las manos sobre la enorme barriga para luego continuar hasta llegar a los pechos.
– Íbamos justo por aquí -dijo dibujando un círculo por encima de las aureolas-. Justo aquí.
Rebecka Martinsson estaba en el jardín, delante de la casa de su abuela, quitando la nieve del coche con una escoba de cerdas duras. Había nevado mucho durante la noche y limpiar el coche era una tarea pesada. Sudaba con el gorro puesto. Aún estaba oscuro y seguía nevando. Había mucha nieve en polvo en la carretera y la visión era nula. No resultaba agradable conducir hasta el centro, si es que lograba sacar el coche del aparcamiento. Sara y Lova estaban observándola desde la ventana de la cocina. No había motivo para que estuvieran fuera cayéndoles la nieve encima, ni dentro del coche pelándose de frío. Chapi se había ido corriendo por detrás de la casa y aún no había vuelto. Le sonó el móvil, conectó el auricular del manos libres y respondió impaciente:
– Soy Rebecka.
Era Maria Taube.
– Hola -dijo con alegría-. Vaya, así que ya contestas al teléfono. Esperaba tener que dejarte otro mensaje en el buzón de voz.
– Acabo de llamar al vecino para que me ayude a sacar el coche del aparcamiento -resopló Rebecka-. Tengo que llevar a las niñas a la guardería y al colegio, y está nevando todo lo que quieras y más. No puedo salir con el coche.
– «Tengo que llevar a las niñas a la guardería» -se burló Maria Taube-. ¿Seguro que estoy hablando con Rebecka Martinsson? Pareces más bien una madre en apuros. Un pie en la guardería, otro en el trabajo y gracias a Dios que pronto es viernes y podrás desconectar delante de la tele mirando «Operación Triunfo» con una bolsa de patatas fritas y un cubata.
Rebecka soltó una carcajada. Chapi y Bella aparecieron corriendo a toda prisa en medio de la nevada. La nieve se levantaba a su paso. Bella iba primera. La profundidad de la nieve era un inconveniente para Chapi, que tenía las patas más cortas. Sivving debía de estar de camino.
– Tengo la información que querías sobre la congregación -dijo Maria-. Y le prometí una cena a Johan Dahlström para agradecérselo, así que ahora me debes una noche de copas o algo por el estilo. Quizá me vaya bien pasearme por el Sturehof a ver si me miran un poco.
– Parece que ese pacto te conviene -dijo Rebecka con un suspiro mientras pasaba la escoba por el capó-. Primero tu Johan insistirá en invitarte a una cena de gracias-por-la-ayuda, y después te tendré que invitar yo a copas para que enseñes tus maravillosas piernas.
– No es mi Johan. Te quiero agradecida y amable, si no, te quedas sin la información.
– Agradecida y amable -dijo Rebecka obediente-. Cuéntame.
– Vale, me ha dicho que la congregación, oficialmente, se dedica a actividades sin ánimo de lucro.
– Joder -dijo Rebecka.
– Yo nunca he trabajado con ninguna ONG ni asociación ni tampoco fundaciones. ¿Qué significa eso? -preguntó Maria.