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Dejó a un lado el expediente del robo de ruedas. No la llevaba a ningún sitio. El fiscal haría bien en cerrar el caso. Oyó el sonido de un vaso de plástico al caer en la máquina de café y el ruidoso gruñido del aparato llenándolo de triste café instantáneo. Por un momento creyó que era Sven-Erik y que entraría en su despacho con alguna noticia sobre Viktor Strandgård, pero, por los pasos que desaparecían por el pasillo, intuyó que se trataba de otra persona.

«No pienses en eso», se dijo casi en voz alta, cogiendo otra carpeta del montón.

Levantó inmediatamente la vista del texto y sin querer la paseó por el escritorio. Le echó una mirada lánguida a la taza con té frío. Actualmente, sólo pensar en el café le producía náuseas, pero tampoco le gustaba mucho el té. Siempre se le quedaba frío. Y la coca-cola le provocaba flatulencias.

Cuando sonó el teléfono levantó el auricular. Pensó que podría ser Sven-Erik pero era Lars Pohjanen, el médico forense.

– Ya estoy listo con el informe preliminar de la autopsia -dijo con su cascada voz-. ¿Quieres venir?

– Bueno, es que Sven-Erik es quien lleva el caso -respondió indecisa-. Y Von Post.

Pohjanen dijo con cierta brusquedad en la voz:

– Bueno, no pienso ir detrás de Sven-Erik por toda la ciudad y el señor fiscal puede leer el informe. Así que hago las maletas y me voy a Luleå.

– No, joder. Ya voy -dijo Anna-Maria justo cuando oyó que la conversación terminaba al otro lado del hilo con un clic.

«Espero que ese viejo gruñón haya oído lo que le he dicho -pensó mientras se ponía las botas de piel acabadas en punta, típicas de la zona-. Seguro que ya se ha ido cuando yo llegue al hospital.»

Encontró a Lars Pohjanen en la sala de fumadores del personal de conserjería. Estaba hundido en un moteado sofá verde de los años setenta. Tenía los ojos cerrados y sólo el cigarrillo encendido en su mano indicaba que estaba despierto, o por lo menos, con vida.

– Vaya -dijo sin abrir los ojos-. Así que no te interesa el fallecido Viktor Strandgård. Hubiera creído todo lo contrario de ti, Mella.

– Hasta el parto voy a estar cambiando papeles de sitio -dijo desde la puerta-. Pero será mejor que hable contigo antes de que te vayas, si no lo hace nadie más.

Se echó a reír con ganas y luego le entró la tos. Cuando se le pasó, la miró fijamente con sus penetrantes ojos azules.

– Vas a soñar con él por las noches, Mella. Ven y hablemos de ello. Si no, tendrás que ir con el cochecito del niño a interrogar sospechosos durante toda tu baja por maternidad. ¿Vamos?

Hizo un exagerado gesto invitándola a que fuera con él hasta la sala de autopsias.

Era una sala muy pulcra. Suelo enlosado, tres mesas de acero inoxidable, cajones rojos de plástico clasificados por orden de tamaño debajo del banco de trabajo, dos lavabos donde Anna Granlund comprobaba constantemente que las toallas estuvieran inmaculadas. La mesa de disección estaba limpia y seca. En otra habitación estaba en marcha un lavavajillas. Lo único que recordaba la muerte era la larga línea de tarros de plástico transparente con etiquetas de identificación que contenían trozos grises y amarronados de cerebro y órganos internos en formalina, con los cuales posteriormente se harían pruebas. Y el cuerpo de Viktor Strandgård. Estaba tumbado de espaldas en una de las mesas de autopsia. Un corte le abría la cabeza de oreja a oreja y el cuero cabelludo había sido separado hasta la frente, dejando a la vista el cráneo. Tenía dos grandes heridas en el abdomen que estaban cosidas con gruesas suturas. Una la había hecho la asistente forense, para explorar los órganos internos. También había unas cuantas heridas cortas que Anna-Maria ya había visto otras veces. Heridas de cuchillo. El cuerpo estaba limpio, cosido y enjuagado, pálido a la luz de los fluorescentes. A Anna-Maria le afectaba ver aquel esbelto cuerpo desnudo sobre el frío banco de acero. Ella llevaba un anorak.

Lars Pohjanen se puso una bata verde de operaciones, metió los pies en sus gastados zuecos con restos fragmentarios del color blanco original y se puso unos delgados y flexibles guantes de látex.

– ¿Cómo están los críos? -preguntó.

– Jenny y Petter están bien. Marcus sufre de enamoramiento y se pasa el día en la cama con los auriculares puestos, provocándose una sordera.

– Pobre -dijo Pohjanen con sinceridad y se dio la vuelta hacia Viktor Strandgård.

Anna-Maria se preguntó si se referiría a Marcus o a Viktor Strandgård.

– ¿Puedo? -preguntó sacando la grabadora del bolsillo-. Así pueden oírlo luego los demás.

Pohjanen se encogió de hombros pero se lo permitió. Anna-Maria puso en marcha el aparato.

– Cronológicamente -dijo-. Primero violencia con algo romo en la parte posterior de la cabeza. Tú y yo no estamos en condiciones de darle la vuelta, pero aquí puedes verlo.

Sacó una imagen hecha con escáner y la sujetó a una pantalla de radiografías. Anna-Maria la miró en silencio, pensando en la ecografía en blanco y negro que había visto de su hijo.

– Aquí puedes ver la grieta del cráneo. Y el hematoma subdural. Aquí.

El médico jefe señaló con el dedo la zona oscura de la imagen.

– Es posible que se le hubiera podido salvar la vida si sólo hubiera recibido el golpe en la cabeza, aunque quizá no -dijo-. Tu asesino es probablemente diestro -continuó Pohjanen-. Bueno, después de que le dieran el golpe en la cabeza, le asestaron estas dos cuchilladas en el vientre y en el pecho -dijo señalando las dos heridas en el cuerpo de Viktor Strandgård-. Es imposible decir nada de la altura del autor de los hechos teniendo en cuenta el golpe en la cabeza y, lamentablemente, tampoco las cuchilladas aportan ninguna pista. Han sido asestadas desde arriba, así que yo opino que Viktor Strandgård estaba de rodillas cuando las recibió. Eso o el asesino era un gigante, como un jugador de baloncesto americano. Pero probablemente lo que ocurrió es que primero Strandgård recibió el golpe en la cabeza. ¡Zas! -El médico jefe se dio una palmada en la despejada coronilla para ilustrar el impacto.

– El golpe le hace caer de rodillas, aunque no hay arañazos ni hematomas porque la alfombra era bastante blanda. Después, el asesino le clavó el cuchillo dos veces. Por eso entró inclinado desde arriba. Por tanto, es difícil definir la altura del asesino.

– ¿Así que murió del golpe y de las dos cuchilladas? -preguntó Anna-Maria.

– Exacto -continuó Pohjanen, ahogando la tos-. Esta herida de cuchillo pasa a través de la caja torácica, divide la séptima costilla por la parte izquierda, abre el pericardio…

– En cristiano.

– … la envoltura del corazón y el ventrículo derecho, es decir, la cámara intraventricular. Produce una hemorragia en la envoltura del corazón y en la pleura del pulmón derecho. La otra cuchillada pasa a través del hígado, lo que da lugar a una hemorragia en la cavidad abdominal y el peritoneo.

– ¿Murió en el acto?

Pohjanen se encogió de hombros.

– ¿Y el resto de las heridas? -preguntó Anna-Maria.

– Han sido hechas después de la muerte. Mira toda esta costra en las heridas en el cuerpo. Los cortes han sido hechos desde delante y después del momento de la muerte. Opino que Viktor Strandgård estaba tumbado de espaldas cuando se las hicieron. Aquí tienes este corte largo que abrió el abdomen -dijo señalando la larga y rosada herida en el vientre, que ahora estaba cosida con puntos descuidados.

– ¿Y los ojos? -preguntó Anna-Maria, observando los huecos abiertos en la cara de Viktor Strandgård.

– Mira esto -dijo Pohjanen poniendo una radiografía en la pantalla-. Aquí. ¿Ves la esquirla que se ha desprendido del cráneo justo en la cavidad ocular? Y aquí. Apenas se veía en las imágenes, pero después limpié los huecos de los ojos un poco y miré el cráneo. Las marcas de rascadas en el cráneo, en los cantos de las cavidades oculares. El asesino ha metido el cuchillo en los ojos y lo ha hecho rotar. Se puede decir que los ha perforado hasta sacarlos.