Se detuvo en seco al ver lo que la aguardaba allí. No pudo ni imaginar cómo la habrían obtenido las mujeres, pero, destacando incongruentemente sobre el duro suelo frente al kemb, había una litera de bambú y palmas, con telas multicolores a modo de cortinajes y adornada con grotescos fetiches de madera, hueso, piedra y plumas. De pie junto a la litera estaban las otras tres mujeres; también éstas realizaron las reverencias de rigor, y Shalune, sonriendo con satisfacción, señaló la litera y dijo algo en lo que Índigo sólo captó el equivalente a la palabra «gente». Grimya contempló con asombro la litera. «Creo que te explica que los aldeanos han construido esto», transmitió no muy segura. «Dice también algo sobre marcharse, pero no comprendo más que eso. »
Shalune, sonriente aún, indicó de nuevo la litera, e Índigo comprendió de improviso. Sin preámbulos ni preparativos evidentes, las sacerdotisas tenían la intención de abandonar el kemb esta misma mañana..., y la litera era para
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transportarla a ella.
Índigo escuchó entonces movimiento a su espalda y, al volverse, se encontró con dos de las mujeres del kemb que salían en aquel momento por la puerta con sus bolsas en las manos. Las transportaban con reverencia y un cierto nerviosismo, como medio asustadas de tocarlas, y, a una brusca señal de Shalune, pasaron corriendo junto a Índigo y descendieron la escalera para depositar los bultos en el interior de la litera, Índigo permaneció inmóvil sin saber cómo reaccionar. No estaba dispuesta a capitular a los deseos de las mujeres sin saber adonde pensaban llevarla o qué pensaban hacer con ella, pero ¿cómo podía hacérselo comprender? ¿Cómo podía expresar su protesta?
La aguardaban, y las espesas cejas de Shalune empezaron a juntarse en un principio de enojo, Índigo clavó la mirada en los duros ojos de la otra, y dijo con mucho cuidado en el idioma de la Isla Tenebrosa:
—¿Qué es esto?
Shalune pareció asombrada. Era la primera vez que Índigo se dirigía a ella en su propia lengua, y la pregunta la cogió totalmente por sorpresa. Recuperando la compostura, le dedicó una profunda inclinación con un amplio gesto de la mano y le respondió hablando con rapidez y gran énfasis.
«Grimya, ¿qué es lo que ha dicho?», comunicó Índigo, llena de desesperación. No había comprendido nada; las frases habían sido excesivamente complejas y pronunciadas a demasiada velocidad, pero no quería que Shalune advirtiera lo limitada que era todavía su comprensión del idioma.
«Me parece... » La loba luchó por relacionar las palabras que había comprendido con las impresiones que sus sentidos telepáticos habían recogido del cerebro de la mujer. Dice que te llevarán en andas. Habla de estima, y de algo más... No sé lo que significa, pero parece una palabra buena, una palabra de alabanza.
Shalune contemplaba a Índigo expectante pero también con desconfianza. Rápidamente y en silencio la muchacha preguntó a la loba:
«¿Cuál es la palabra para preguntar "dónde"? /Tengo que averiguar adonde piensan llevamos!»
Grimya se la transmitió, e Índigo repitió la frase en voz alta. Shalune volvió a responder hablando con rapidez y con todo detalle, y Grimya tradujo:
«Habla, de agua y... de un lugar, un edificio, creo. Un lugar especial, como... ¿un templo?»
Índigo asintió. Era lo que sospechaba, y sostuvo la mirada de la sacerdotisa sin pestañear.
—¿Dónde? —volvió a preguntar, y esta vez indicó primero a su derecha y luego a su izquierda, las cejas ligeramente enarcadas en inequívoco gesto de interrogación.
Shalune hizo una nueva reverencia y se volvió para indicar el sendero que
discurría junto al kemb para ir a perderse en las profundidades de la isla.
—Por aquí —respondió, Índigo sabía lo suficiente para comprender sus palabras en esta ocasión—. Cinco días de viaje a pie.
Índigo miró más allá del dedo extendido de la mujer, y su rostro no traicionó nada del repentino aceleramiento de su pulso. Dirección nordeste. El aparentemente ambiguo mensaje de la piedra-imán quedaba explicado. Durante unos instantes, la muchacha permaneció muy quieta mientras una mezcla de emociones y reacciones se agitaba en su cerebro. Luego se dio cuenta de que, por encima de todo, se destacaba una clara intuición que barría todas las dudas, todas las advertencias, toda otra consideración.
«Debemos ir con ellas», dijo a Grimya en silencio. «No existe ninguna otra elección que tenga sentido. » Y, con un severo gesto de asentimiento hacia Shalune, descendió los peldaños de la terraza en dirección a la litera.
Sus anfitriones la llenaron de regalos antes de permitir que la procesión se pusiera en marcha, Índigo no quería aceptarlos; la familia podía ser considerada discretamente próspera según los criterios locales, pero desde luego no era rica y no podía permitirse el lujo de regalar toda la comida y utensilios y piezas de tela finamente tejidas que se amontonaban en la litera a sus pies. Nadie hizo caso de sus protestas, no obstante; todo lo que sus antiguos anfitriones deseaban —o, más bien, anhelaban, al parecer cambio de su generosidad era que posase ambas manos . Sobre las cabezas de cada uno de ellos, desde la anciana señora de la casa hasta el más pequeño niño de pecho.
Índigo se sintió como una curandera, pero no tuvo el valor de negarles el favor. Cuando la ceremonia de las bendiciones tocó a su fin y, entre ruidosas despedidas, las cuatro mujeres se alejaron llevando en hombros la litera, la joven se dejó caer sobre los almohadones tras las multicolores cortinas sintiéndose avergonzada y culpable. ¿Que habrían contado Shalune y su séquito a estas confiadas personas? ¿Que ella era un ser especial, imbuido del poder de traerles buena suerte? ¿Lo creía en realidad Shalune? Y, de ser así, ¿por qué? ¿Qué representaba ella para estas mujeres?
Suspiró y apartó a un lado una de las cortinas, que convertían el ya recalentado aire del interior de la litera en al o sofocante e insoportable. Grimya, que odiaba los lugares cerrados y había preferido trotar junto a la litera en lugar de ir en su interior con Índigo, levantó la cabeza al apartarse la tela. Había leído los pensamientos de su amiga y estableció de inmediato comunicación telepática con la mente de Índigo.
«Me parece que no podemos esperar respuestas a esas preguntas durante un tiempo. Debemos ser pacientes, y confiar en la piedra-imán. »
Índigo le sonrió con afecto y contestó:
«Tienes razón, cariño, como de costumbre. Lo único que temo es que estas
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mujeres me hayan confundido con otra persona. Si eso es cieno, entonces las cosas puede que se nos tuerzan cuando descubran su error. »
Grimya consideró sus palabras durante unos instantes antes de responder.
«No creo que debamos inquietarnos por eso. No son personas perversas; lo percibo con toda claridad. Además... » Vaciló y luego volvió a levantar la cabeza hacia Índigo; sus ojos ambarinos brillaban con peculiar intensidad. «No sé más de lo que tú sabes sobre lo que piensan estas mujeres que eres. Pero la piedra-imán no miente, Índigo..., de modo que a lo mejor no están equivocadas después de todo. »