Выбрать главу

Preocupada por sus reflexiones, decidió utilizar su libertad para moverse por el poblado. Con la ayuda de sus poderes telepáticos, que en ocasiones le permitían leer en mentes desprevenidas la esencia de intenciones ocultas, se dedicó en primer lugar a aprender más cosas sobre la lengua de la Isla Tenebrosa. Seguía grupos de mujeres cuantío se reunían para lavar la ropa en el lago y escuchaba sus conversaciones con atención, memorizando tantas palabras desconocidas como le era posible. Jugaba con las criaturas, cuya constante repetición de sus juegos favoritos las convertía en maestras excelentes aunque involuntarias. Permanecía en la cueva superior mientras Shalune se ocupaba de Índigo y la alimentaba con un oloroso caldo, y escuchaba los ceremoniales cánticos curativos que la mujer murmuraba en tanto realizaba su tarea. Y, gracias a tanto escuchar, observar y memorizar, Grimya aprendió con rapidez muchas cosas sobre su nuevo entorno.

Enseguida averiguó que los habitantes de la ciudadela del farallón eran exclusivamente del sexo femenino. Los hombres —de cualquier edad— tenían prohibida la entrada en la ciudadela, y el tabú, al parecer, era estrictamente respetado por la población local. Al igual que la familia de comerciantes del kemb, las gentes de los pueblos y aldeas de los alrededores sentían un temor reverencial por las sacerdotisas. Estas eran no sólo las guardianas e intérpretes indiscutibles de toda cuestión espiritual, sino también legisladoras, jueces, curanderas y consejeras. Con frecuencia se acercaban peticionarios a la ciudadela, y, a medida que la noticia de la presencia del nuevo oráculo se extendía, su número fue creciendo con rapidez.

En su primera mañana de estancia allí, Grimya vio llegar a la orilla del lago varios grupos e individuos solos, incluida una procesión de unas ocho o nueve personas de aspecto inquieto que tiraban de una carretilla cargada de provisiones. El convoy se detuvo junto a un árbol cuyas ramas más bajas estaban adornadas con pañuelos y fetiches de madera, y aguardaron allí hasta que dos sacerdotisas ataviadas con sendas túnicas descendieron del farallón con aire arrogante para ir a su encuentro. Inspeccionaron el contenido de la carretilla, que, al parecer, encontraron aceptable; otras dos mujeres descendieron de la ciudadela para llevarse las ofrendas, y los visitantes se sentaron a la orilla del lago para parlamentar con las sacerdotisas. La conversación se prolongó durante algo más de una hora; luego la carretilla, ahora vacía, les fue devuelta y los aldeanos se marcharon con las bendiciones de las sacerdotisas y una bolsa de hierbas medicinales. A su regreso a la ciudadela» las dos mujeres pasaron junto a la roca plana situada en el círculo de arena en la que estaba sentada Grimya; dedicaron a la loba una sonrisa unida a un gesto de saludo y siguieron adelante. Y, al escuchar su conversación mientras se alejaban, Grimya percibió por vez primera el nombre de «Dama Ancestral».

El nombre la obsesionó. Quién o qué era la Dama Ancestral, no lo sabía, pero sospechaba que existía una conexión con cualquier poder o deidad que adoraran estas» mujeres. Escuchó el nombre varias veces más durante la mañana y su incapacidad para comprender su significado la llenó de frustración. Existía una conexión entre la Dama Ancestral e Índigo, estaba segura. Pero ¿cuál era?

No tardó mucho en averiguar más cosas. A medida que aumentaba su comprensión de la lengua de los habitantes de la Isla Tenebrosa, fue descubriendo que el culto de las sacerdotisas tenía que ver por encima de todo con la muerte. La muerte era una presencia poderosa y constante en este clima infestado de fiebres y enfermedades, y las fronteras entre los mundos de los vivos y de los muertos eran estrechas y a menudo no muy definidas. La entrada principal al reino de los muertos era, según creencia popular, el mismo lago..., y bajo las aguas del lago se encontraban los dominios de la Dama Ancestral.

Si la Dama Ancestral era una diosa, decidió Grimya, desde luego mediaba un gran abismo entre ella y la poderosa Madre Tierra adorada en otras partes del mundo. La Dama Ancestral era la indiscutible Señora de los Muertos, que recompensaba o castigaba las almas de los difuntos que penetraban en su mundo subterráneo y se convertían, voluntariamente o no, en sus súbditos. Y parecía como si sus súbditos, incluso después de muertos, no estuvieran muy dispuestos a renunciar al mundo que dejaban atrás. ¡

La primera vez que presenció la ceremonia vespertina,: Grimya no comprendió de inmediato su significado. Empezaba a ponerse el sol, y un grupo de mujeres abandonó ciudadela para dar vueltas alrededor de la orilla del lago. Llevaban antorchas encendidas y largos bastones con los que golpeaban el suelo con violencia, y, mientras andaban, lanzaban gritos salvajes y alaridos espeluznantes que se mezclaban con el golpear de los tambores en los niveles inferiores de la ciudadela. La loba, sentada en lo que se había convertido en su roca favorita cerca de la orilla, lugar en el que el aire soplaba algo más fresco, contempló la escena fascinada, hasta que su agudo oído captó el sonido de unas suaves pisadas a su espalda. Volvió la cabeza y vio a Shalune que se acercaba.

—Te asombran nuestros rituales, ¿verdad, Grimya?

La mujer le dedicó una sonrisa para volverse luego a contemplar la procesión, que en estos momentos había llegado ya al otro extremo del lago. Evidentemente no esperaba una respuesta de la loba, sino que se limitaba a charlar romo lo haría con cualquier animal, y, aunque Grimya deseaba poder contestarle, no se atrevió a revelar que podía hablar, ni aun siquiera que podía comprender lo que le decían.

—Tenemos que rodear el lago cada noche —continuó Shalune—. De lo contrario, los muertos podrían ascender desde el reino de la Dama Ancestral situado bajo el lago para perseguirnos.

Las orejas de Grimya se irguieron hacia el frente y el animal contempló a la mujer con asombro. ¿Qué clase de deidad era capaz de enviar esclavos muertos a atormentar a sus propios seguidores? Lanzó un gemido lastimero, y Shalune se echó a reír.

—No hay nada que temer. Los gritos, y los bastones y tambores, mantendrán apartados a espíritus y zombis. No vendrán a atormentarnos. Además —añadió con una pizca de orgullo—, cuando la Dama Ancestral nos habló anoche, prometió que no habría plagas esta temporada, como recompensa por haber seguido las señales que nos envió y haber encontrado a su nuevo oráculo. Está satisfecha de nosotras.

Acarició levemente el pelaje de la loba, casi como si se tratara de una piedra de toque, y se alejó, mientras la loba contemplaba su marcha consternada al darse cuenta de que sus sospechas de la noche anterior se habían visto confirmadas. La llegada de Shalune y sus acompañantes al kemb de la familia comerciante no se había debido a una coincidencia. Algún poder, alguna profecía, las había conducido hasta Índigo; y eso, añadido al categórico mensaje la piedra-imán, trocó las primitivas sospechas de Grimya en certeza. El siguiente demonio se encontraba aquí; ahora ya no le cabía duda. Y creía conocer la forma que había adoptado.

El sol se había ocultado tras los árboles, y los rojos reflejos empezaban a desaparecer de la superficie del lago a medida que ésta se oscurecía para adoptar el tono gris, del estaño. La ceremonia tocaba a su fin; los tambores callaron al tiempo que cesaban los gritos de las sacerdotisas y la procesión, ya de regreso, se encaminó hacia el zigurat; Grimya las vio pasar, y se estremeció, «Índigo — pensó— ¡tienes que recuperarte y deprisa! Hay tantas cosas que tengo que contarte... y no creo que sea sensato esperar mucho más.»