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Índigo se había sentido terriblemente afligida. Consideraba —y nada de lo que Grimya pudiera decir la haría cambiar de opinión— que había traicionado a su vieja amiga. La loba no comprendía tan complejo y típicamente humano razonamiento, pero conocía a Índigo lo suficiente como para creer que su decisión de viajar directamente a través de la Isla Tenebrosa y someterse a su malevolencia en lugar de tomar la ruta más fácil era una especie de penitencia autoimpuesta, una forma de expiar su fracaso infligiéndose a sí misma privaciones. Macee, pensaba Grimya con tristeza, jamás habría aprobado un comportamiento tan estúpido.

Pero, sensato o no, se había hecho y ahora debían sacarle el mayor provecho posible. Al menos existía la reconfortante certeza de que Índigo mejoraba día a día —casi hora a hora— y, cualesquiera que fueran sus dudas sobre Shalune y sus seguidoras en otras cuestiones, Grimya no podía menos que estarles profundamente agradecida.

En el tercer día de su recuperación, a Índigo se le permitió por primera vez abandonar la cama, y, mientras permanecía sentada en la terraza del kemb disfrutando del relativo frescor de la tarde, ella y Grimya tuvieron su primera oportunidad, desde hacía bastante tiempo, de hablar en privado sin que las interrumpieran. Durante los últimos días, los poderes telepáticos de la loba habían permitido a ésta aprender bastante más sobre la lengua de sus anfitriones, y, aunque se había mantenido a distancia del séquito de Shalune, había no obstante sorprendido aquí y allá algunos retazos de conversaciones. Esto, unido a la extraordinaria escena que había presenciado junto al lecho de Índigo, le permitió reconstruir en parte el rompecabezas que constituían las intenciones de aquellas mujeres. «Hablaban de augurios», contó a Índigo en silencio, tras mirar por encima del hombro —en una reacción ilógica— por si alguien las observaba. «No comprendí mucho de lo que oí, pero creo que fueron conducidas aquí por algo que sucedió o algo que vieron. Está relacionado contigo, Índigo, estoy segura. Sobre todo por lo que dijeron antes sobre que tú eras "ella". »

Índigo clavó los ojos en el inmóvil y tupido dosel que formaban las copas de los árboles a pocos metros del kemb. —Ella... —reflexionó en voz alta; luego cambió a la conversación telepática. «¿No pudiste escuchar más detalles? ¿Cómopor ejemplo en qué dirección está ese lugar al que quieren ir?»

No. » Grimya calló unos instantes para luego añadir: ¿Por qué? ¿Es importante?»

«Podría serlo. »

Índigo introdujo la mano en el cuello de la camisa y sacó la pequeña piedra-imán de la bolsita de piel que permanecía constantemente colgada alrededor de su cuello y era una de sus más antiguas posesiones. Grimya contempló la piedra cuando ésta cayó sobre la palma de Índigo y exclamó: «Ah... ».

«La estudié anoche antes de dormirme. Pero el mensaje que me proporcionó no fue tan claro como esperaba... Mira, te lo mostraré. »

Índigo sostuvo la piedra de forma que Grimya pudiera ver su plana superficie. Parpadeando en su interior, se apreciaba el diminuto punto de luz dorada, y, mientras la loba percibía cómo la mente de Índigo se concentraba, el pequeño puntito se desplazó bruscamente a un extremo.

«Nordeste, igual que antes», observó la loba, y miró a Índigo, perpleja. «No comprendo. «Observa», le dijo la muchacha. El punto de luz siguió parpadeando en el extremo de la piedra durante unos cuantos segundos más. De improviso cambió de posición para colocarse en el centro y desde allí empezó a ir de uno al

otro punto como una luciérnaga atrapada.

«Hizo lo mismo anoche», explicó Índigo mientras Grimya mostraba los dientes en una mueca de sorpresa. «Jamás se ha comportado así antes, y tengo una sospecha de lo que intenta decirme. Nordeste y ala vez aquí al mismo tiempo, tomo si no pudiera decidir sobre cuál es el mensaje más exacto. » Dedicó a Grimya una larga y pensativa mirada. «¿Podría esto tener algo que ver con Shalune?»

Grimya comprendió.

«¿Con Shalune, y también a la vez con ese lugar al que fila quiere llevarte?

«Si se encuentra al nordeste de aquí, sí. » Índigo volvió la cabeza para mirar al interior del kemb, donde las mujeres preparaban la comida. No se veía señal de Shalune, pero Índigo tuvo la instintiva sensación de que ni ella ni sus acompañantes estaban muy lejos. Se volvió otra vez hacia Grimya. «Si es así, entonces creo que quizás hemos encontrado lo que buscamos. O más bien que ello ha venido a nuestro encuentro, »

Durante ese día y el siguiente, Índigo intentó por todos los medios posibles averiguar más cosas sobre Shalune y sus intenciones. No resultó tarea fácil, pues, aunque Grimya estaba aprendiendo poco a poco palabras y frases del lenguaje dejos habitantes de la Isla Tenebrosa e intentaba enseñar a Índigo lo que sabía, no era suficiente para permitir, de momento, ningún tipo de comunicación con las cuatro mujeres. Entonces, en la quinta mañana de su estancia allí, Shalune penetró en la habitación de Índigo, realizó la ya acostumbrada reverencia e indicó que deseaba que la joven la siguiera. Parecía contenta por algo, y Grimya, captando el tono aunque no la esencia de sus pensamientos, advirtió a Índigo de que se tramaba algo. No sin cierta prevención, Índigo permitió que Shalune la escoltase por el pasillo, a través de la sala principal del kemb y hasta la galería exterior de la casa.