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Aquello era mentira. Por qué lo dije, dejándome llevar por un impulso, no lo sé: quizá para que papá estuviera contento. Un poco más contento.

– Gracias, cariño. Yo también te echo de menos. Muchísimo -hubo una pausa, papá reflexionó-. Y a tu hermano.

Dije que sí, que se lo diría. Que se lo contaría a Ben.

Ver cómo su hijo se había vuelto contra él era uno de los peores golpes que la vida había asestado a mi padre. Su hijo, contra él.

Y quizás había querido a Ben más de lo que me quería a mí. O había querido que fuese así. Tener un hijo varón era la carta ganadora en el círculo de amigos de papá.

– … se va defendiendo, ¿verdad? ¿No es cierto?

Hablábamos de mi madre, ¿no era eso? Todo el tiempo, desde que me había apresurado a subirme al Cadillac Seville, el tema de conversación había sido mi madre.

– ¿… a esa iglesia? ¿La nueva? ¿Qué tal resulta?

Le dije que bien. Mi madre había empezado a ir a una nueva iglesia, mi madre tenía «amigas nuevas» o aseguraba tenerlas. Yo no había conocido aún a esas «amigas nuevas», pero una de ellas se llamaba Eve Hurtle o Huddle, la mujer de pelo dorado, tan voluminosa como el camión de la basura, que era propietaria de Second Time Around.

Me preocupaba pensar que mi padre pudiera preguntar si mi madre estaba «viendo» a alguien, un hombre, y había preparado lo que le diría. ¡No lo sé, papá! Creo que no. Con la esperanza de que no preguntara, porque sería degradante para él.

Pero papá no preguntó. Aquello no. Aunque Eddy Diehl sufriera de celos sexuales, de rabia sexual, le sobraba orgullo masculino para preguntar. Aunque yo notara las terribles ganas que tenía de hacerlo.

– … no os transmite mucha información sobre mí, imagino. ¿A ti y a Ben?

¿Información? No estaba segura de lo que papá quería decir.

– Es como si estuviera muerto, ¿verdad que sí? «Muerto para mí», ¿no es eso lo que dice tu madre?

Se acabó. Terminado. Eso es lo que dice.

Con mucho tiento le dije que no estaba segura. Pensaba que quizás estuviera en lo cierto, que mamá no nos transmitía mucha información ni a Ben ni a mí, pero que, por otra parte, tampoco nos hacía confidencias sobre cosas «personales». Yo no pensaba que se confiara con nadie, era mucha la vergüenza que rodeaba todo aquel asunto.

Mujer desnuda estrangulada en su cama. La fulana que era la querida de Eddy Diehl.

Por la carretera, delante de nosotros, circulaba un autobús, color zanahoria, del distrito escolar de Herkimer County, y sus luces rojas lanzaron destellos cuando frenó para detenerse y permitir que se apearan varios pasajeros. Papá casi paró el Cadillac demasiado tarde. Había estado distraído y empezó a maldecir, agarrando con fuerza el volante.

– ¡Coño! Malditos autobuses escolares.

Tanto papá como yo llevábamos puesto el cinturón de seguridad. Papá era muy estricto en la cuestión de los cinturones de seguridad. Había tenido un amigo, un antiguo amigo del instituto, que se había matado de alguna manera terrible, como quedar atravesado por el volante o con la cabeza medio separada de los hombros por trozos de cristal roto, y siempre nos había insistido a Ben y a mí en la necesidad de ponernos el cinturón.

– Cobra mis cheques, sin embargo. Espero que eso os lo cuente.

¿Cobraba sus cheques? ¿Era eso cierto? Todo lo que yo sabía, o lo que me decían mi madre y los Bauer, era que mi padre descuidaba sus obligaciones. Desatendía a su familia. Iba con retraso en la pensión alimenticia y en el apoyo a sus hijos.

– Es lo menos que puedo hacer, por supuesto. No me duele. Quiero decir que sois mi familia. ¿Qué clase de sueldo de miseria puede conseguir tu madre vendiendo ropa de segunda mano? Lo menos que puedo hacer, después de arruinar la vida de esa mujer…

La voz de papá se fue apagando, avergonzada. Y furiosa. Torpemente estaba encendiendo un cigarrillo, y aspiró el humo hasta el fondo de los pulmones como si se tratara del oxígeno muy puro y muy limpio que tanto echaba de menos.

No era posible decir si la vergüenza de papá provocaba su indignación o si la indignación estaba siempre allí, ardiendo despacio como goma quemada bajo la lluvia, y la vergüenza la ocultaba como un cendal de nubes protege momentáneamente de un sol que brilla con violencia.

– … nunca dije que eso no fuera responsabilidad mía. No… lo otro no, Krissie, pero… eso, sí. Tu madre, y tú y Ben… ¡arruinar vuestras vidas, Dios del cielo! Si tuviera que repetirlo todo…

Aquello era nuevo, pensé. Me sentía incómoda al oír palabras como aquéllas en boca de mi padre. Arruinar vuestras vidas. Arruinar la vida de esa mujer. Por un momento no había sabido de qué mujer estaba hablando mi padre, si de mi madre o… de la otra mujer.

Mi padre no había hablado ni una sola vez conmigo ni con Ben de Zoe Kruller. Estaba segura de que no había hablado con Ben de ella. En sus afirmaciones de inocencia y en sus declaraciones de que no había tenido nada que ver con la muerte de aquella mujer nunca había puesto nombre a Zoe Kruller. Y tampoco lo iba a hacer ahora, estaba segura.

– … doy gracias por estar vivo. Y libre. Ese es el milagro, Krissie: no estoy en Attica, condenado a cadena perpetua. Dicen que te vuelves loco al cabo de unos pocos meses en Attica, que los presos están locos, en especial los de más edad, los blancos, que los carceleros son locos, ¿quién, si no, sería oficial de prisiones en Attica? Allí no se puede sobrevivir solo, tendría que haberme unido a la Nación Aria (hay unos cuantos motoristas en Attica, gente que conocí en el ejército, ya me habían hecho llegar el mensaje de que si me mandaban allí no iba a tener problemas). Imagínate, Krissie, ya me estaban preparando el «futuro», tenía que poner mis esperanzas en eso, como si se tratara de algún tipo de buenas noticias -mi padre se echó a reír con amargura. La risa se transformó en un ataque de tos, y asqueado aplastó el cigarrillo en un cenicero que se abrió en el salpicadero junto a su rodilla-. Lo que estoy tratando de comprobar, Krissie, es lo siguiente: quizá existe un Dios, pero ¿le importa a ese Dios un carajo que haya justicia en la tierra? ¿Justicia en la tierra para cualquiera de nosotros? He leído que, según un descubrimiento científico, Dios es un «principio», una especie de «ecuación», de manera que hay un Dios, pero ¿qué clase de Dios es ése? Un hombre tiene que forjarse su propia justicia. De la misma manera que un hombre tiene que perdonar a su propia alma. Esa justicia no puede brotar demasiado deprisa, necesita su tiempo. Así que llega cuando menos se la espera. A la mayoría de la humanidad le interesa tan poco como a «Dios». Supongo que no se les puede culpar, hay huracanes, inundaciones, todo tipo de cosas terribles que te enteras de que pasan en la tierra cada vez que abres un periódico o enciendes la televisión, ¿cómo te mantienes al día? De pequeño tuve que ir a la escuela dominical durante una temporada, hasta que cumplí once años y dejé de ir, recuerdo cómo nos hablaban de Jesús haciendo sus milagros, lo impresionado que estaba todo el mundo, eran los «milagros» lo que les impresionaba, no Jesús como predicador; lo que quiero decir, de todos modos, es que te hacen pensar que Jesús podía resucitar a los muertos, que Jesús podía salvar a su pueblo, pero en realidad, ¿cómo podría Jesús «salvar» a las ingentes multitudes que pueblan el mundo ahora?. Hay millones, quizá miles de millones, de personas, y todas están en peligro. En cuanto a las condenadas «autoridades», los «líderes», les tiene totalmente sin cuidado. Se trata tan sólo de poder. Se trata de embolsarse el dinero y de esconderlo en Suiza. En uno de esos bancos donde no dicen quiénes son sus clientes. De manera que no tengas que pagar impuestos.