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De manera retrospectiva se ve como inevitable y espantoso, pero en el momento mismo parece puro azar.

El hecho de que papá se marchara de casa para vivir con su hermano en East Sparta y un día Ben dijese, con muy mala idea: «Si pasa fuera trece días, es que se ha ido. Que no va a volver».

Zoe Kruller era un nombre que no se pronunciaba en nuestra casa. Zoe Kruller, sin embargo, era un nombre que todo el mundo repetía en Sparta.

En la emisora de radio local los disyoqueis ponían canciones de Black River Breakdown. La voz inconfundible de Zoe Kruller -gutural, íntima, casi al borde de la burla- se oía de repente por todas partes. La más popular de las canciones de Zoe Kruller era «Footprints in the Snow» [Huellas en la nieve] -cuya letra poseía una inquietante clarividencia, al describir lo que parecía ser la muerte misteriosa de una hermosa joven…

I traced ber little footprints in the snow

I found her little footprints in the snow

Now she's up in heaven she's with the angel band

know I'm going to meet her in tout promised land

I found her little footprints in the snow [4]

y «Little Bird of Heaven» [Ave del paraíso], mi favorita e imagino que también la preferida de papá, porque era la que escuchaba con más frecuencia cuando iba conduciendo uno de sus vehículos. La voz de Zoe Kruller resultaba etérea y juguetona en aquella canción, pero también melancólica, y te descubrías conteniendo el aliento y hasta se te escapaba un sollozo, tan hermosos eran aquellos versos:

Well love they tell me is a fragile thing

It's hard to fly on broken wings

I lost my ticket to the promised land

Little bird of heaven right here in my hand.

So toss it up or pass it round

Pay no mind to what you're carryin' round

Or keep it close, hold it while you can

There is a little bird of heaven right here in your hand [5]

En Sparta se llegó a pensar que Zoe Kruller había dejado un mensaje -«un reguero de pistas»- en aquella canción. En especial, jovencitas y mujeres pensaban que Zoe había «denunciado a su asesino» en la canción y que si se escuchaba con atención, o si se ponía la letra por escrito y se anotaban las primeras o las últimas letras de cada verso, se averiguaba quién era el culpable.

Fallen hearts and fallen leaves

Starlings light on the broken trees

I find we all need a place to land

There's a little bird of heaven right bere in your hand [6].

Íbamos en el coche de mamá cuando llegó a nuestros oídos, entrecortada y urgente, mezclada con el calor de la calefacción -porque era una mañana de marzo con un viento despiadado- la voz de la mujer asesinada que cantaba «Little Bird of Heaven»- y con un grito mi madre apagó la radio.

– ¡Ella! Esa mujer terrible.

¿Por qué es Zoe Kruller una mujer terrible?

¿Acaso por ser una fulana?

¿Y merece morir una fulana terrible?

Nadie entendía por qué Black River Breakdown no había grabado ningún disco, por qué nunca los había contratado una agencia discográfica de Nueva York o de Los Ángeles, ni por qué nadie los había invitado a actuar fuera de la región de los Adirondack. Ahora que su cantante había sido asesinada, el aturdido grupito de músicos se encontraba contagiado por parte del morboso glamour de las publicaciones sensacionalistas, como si un reflector les iluminara la cara. El violinista, que, con cuarenta y seis años, era el músico de más edad del grupo, había desaparecido, y se negaba a ser entrevistado por los medios de comunicación excepto para decir que había conocido a Zoe Kruller «desde que era la niñita más guapa que se pueda imaginar»; el joven guitarrista, en cambio, con sus patillas a lo Elvis y su pelo hasta los hombros, aparecía en cualquier sitio donde mirases, desde la televisión local a última hora de la tarde, hasta las páginas de «espectáculos» en el Journal, mano a mano con las historietas, y se dedicaba a desnudar el alma diciendo que no había dormido una sola noche desde el asesinato de Zoe, y que esperaba, Dios santo, que la policía encontrara al que lo había hecho, y deprisa; estaba componiendo una balada en memoria suya y confiaba en que el grupo y él pudieran interpretarla pronto…

Aquel artículo, y otros, los guardaba con mi cuaderno, en secreto. Parecía saber que Aquello iba a seguir conmigo toda la vida. Que aquello me cambiaría la vida.

Hacía mucho tiempo -nueve años- que nadie moría asesinado en Sparta, ni siquiera en todo Herkimer County. Si no se contaban -como tampoco lo hicieron los medios de comunicación- varias muertes en la reserva de los indios seneca, a los que se denominaba homicidios sin premeditación y que se habían resuelto sin juicios ni publicidad. Y muy raras veces se había asesinado a nadie en Herkimer County de aquella manera: en el domicilio de la víctima, en su cama, para que su propio hijo la descubriera una mañana de domingo.

El anterior asesinato en Sparta había tenido lugar durante un robo en la gasolinera de Sunoco en la Route 31; antes de aquello, un individuo sin hogar había asesinado a otro -a martillazos- en un refugio de Sparta. En ambos casos los culpables habían sido identificados y detenidos por la policía al cabo de un día o dos.

Qué diferente lo de ahora: El asesino de Zoe Kruller sigue en libertad.

Y existían sospechosos pero no se había practicado ninguna detención por el momento, los detectives de Sparta rehusaban hacer comentarios.

Estábamos asustados pero también emocionados. Se nos obligaba a volver a casa directamente desde el instituto y nuestras madres nos llevaban en coche a sitios donde hacía muy poco habíamos ido andando o, con tiempo más benigno, en bicicleta. No podíamos saber -quizá, en cierta manera, sí lo sabíamos, lo sentíamos-, y eso era parte de la emoción, que aquel intermedio iba a suponer un giro en nuestra vida como también en la vida de una ciudad pequeña como Sparta, un sentimiento de que Nunca volveremos a estar a salvo, nadie nos va a proteger para siempre.

A los chicos se les daba más libertad que a las chicas, por supuesto. Siempre había sido así, pero ahora más que nunca, porque quienquiera que hubiese matado a Zoe Kruller tenía que ser un hombre, y aquel asesino varón no querría matar a un muchacho o a otro hombre, sino sólo a otra mujer o a una muchacha. Hasta una niña de once años entendía el razonamiento.

A las chicas se les advertía que desconfiaran siempre de los desconocidos. Que ningún desconocido las convenciera para que se subieran a su coche, que nunca contestaran a un desconocido, que nunca le mirasen a los ojos y, si el desconocido se les acercaba, ¡que echaran a correr!

Pero también podía ser alguien a quien se conocía. No un forastero, sino alguien conocido. Un adulto.

Porque quienquiera que hubiera matado a Zoe Kruller, se tenía el convencimiento de que la conocía y de que ella le había dejado entrar en su casa de buen grado. Uno de los acompañantes de Zoe Kruller.

O Delray, su marido.

Al que a veces se designaba como Delray, el esposo distanciado.

Miré distanciado en un diccionario de la biblioteca de nuestro instituto. Aquel adjetivo tenía un toque exótico, aunque contenía el sustantivo más familiar distancia como algo directo y común -un guijarro, pongamos- dentro de un huevo de Pascua coloreado.

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[4] Descubrí sus huellas en la nieve / hallé sus huellas en la nieve / ahora está en el cielo cantando con los ángeles / sé que la encontraré en la tierra prometida / hallé sus huellas en la nieve.

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[5] Me dicen que el amor es algo frágil / difícil es volar con alas rotas / perdí el billete hacia la tierra prometida / ave del paraíso que en mi mano reposas.

Tíralo pues o pásalo a otro / no prestes atención a lo que llevas / o guárdalo muy cerca, abrázalo mientras puedas / un ave del paraíso que en tu mano reposa.

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[6] Corazones perdidos, hojas caídas / estorninos posados en los árboles rotos / todos necesitamos un lugar donde descansar / un ave del paraíso que en tu mano reposa.