Una cosa sorprendente: mi madre se había quitado las joyas que solía llevar en las manos.
El anillo de compromiso de «oro blanco» con un pequeño brillante tallado en cuadrado y la alianza a juego, de la que decía que ya no podía sacársela del dedo, tanto era lo que había engordado. Los dos habían desaparecido y antes nunca había visto sin ellos los dedos de mi madre.
El recuerdo de algo trataba de abrirse camino y una sonrisa me curvó los labios.
Un juego muy antiguo»Ir papá cuando era una niña muy pequeña. Papá había escondido mis manos dentro de las suyas, enormes, fingiendo que se habían perdido, que no las encontraba.
¿Dónde están las patitas de mi Gatita? ¿Quién ha visto las patitas de mi Gatita? ¿Alguien ha visto dos patitas perdidas?
– ¿Por qué sonríes, Krista? ¿Es que pasa algo divertido?
Rápidamente le dije a mi madre que no. No pasaba nada divertido.
– Me alegro de que alguien piense que algo es divertido. Sí; es bueno saberlo.
Cuando mi madre se enfadaba fingía estar dolida. Si no te disculpabas de inmediato y repetías tus disculpas varias veces, mi madre se enfadaba más.
Le dije que nada era divertido. Que no sonreía. Pero que sentía estar sonriendo si es que estaba sonriendo.
Mi madre respiró hondo. Me apretó las manos, heladas y escurridizas, como para evitar que me marchase corriendo.
– Vamos a ver, Krista. Sabes que tu padre ha estado viviendo con tu tío Earl. Y quizá sabes también que tu padre ha estado «cooperando» con los detectives de la policía de Sparta que investigan -a la voz de mi madre empezó a fallarle el valor, y yo no era capaz de alzar los ojos hasta su cara- la muerte de… esa mujer… a la que agredieron… la señora Kruller… sabes quién es. Quién era. La que fue… asesinada -mi madre hizo una pausa, y respiró hondo de nuevo. Una vena le latió en la garganta como un frenético gusano azul-. Ellos… la policía… no ha capturado aún… a la persona que agredió… a la señora Kruller… pero acabarán por capturarlo. Aunque quería decirte a ti… y a Ben… que vuestro padre ha estado… ha «cooperado» con la policía… le ha dicho a la policía… primero me lo dijo a mí… que había sido un… un «amigo íntimo» de esa mujer. Y que la había visitado en el sitio donde vivía… a veces -ahora mi madre hablaba en rápidos estallidos y pausas, como alguien que está corriendo y cuya respiración se transforma en jadeos; como alguien cuyo corazón late de manera irregular. Me apretaba las manos hasta hacerme daño-. El… tu padre… le había dicho a la policía al principio que no había ido a verla… desde hacía mucho tiempo… y que ya no eran amigos… que no habían sido amigos desde hacía mucho tiempo… algunos años atrás, sí, pero no recientemente… eso es lo que le dijo a la policía… y lo que me había dicho a mí… pero hizo mal porque no era cierto… e hizo mal porque la policía ha acabado por descubrirlo… porque tendría que haber sabido que la policía lo descubriría… la policía está interrogando a todas las personas que conocieron a esa mujer y a su familia y a las personas que trabajaron con ella o vivieron con ella y a todos los Kruller… todos los de esa familia… están interrogándolos a todos, de manera que tu padre cometió una equivocación al mentirles. Tu padre mintió a la policía, Krista, y me mintió a mí. Tenía miedo, dijo. Quería proteger a su familia, dijo. Pero con esa equivocación ha conseguido que algunas personas… ha hecho pensar a la policía… que podía haber tenido algo que ver con…
Mi madre hizo una pausa, respirando deprisa. La venita azul le palpitó en la garganta. Algo grasiento le brilló en el nacimiento del pelo. Llevaba unos pantalones elásticos de punto de color negro que habían perdido por completo la forma, una camisa con el cuello retorcido y una rebeca mal abotonada pero cerrada hasta el cuello. El pelo se le había aplastado como si hubiera dormido sobre un lado y no se hubiera mirado después al espejo.
Tenía lágrimas en los ojos. Pero eran lágrimas como de vidrio, incapaces de acumularse y caer.
– ¡Bien, Krista! Hay que decírtelo: tu padre estaba allí, en la casa de esa mujer, aquel día. Quiero decir… estuvo aquella noche, tu padre ha confesado que estuvo allí. Anteriormente lo había negado, lo había «jurado»… Pero ahora ha confesado que estaba allí en su «residencia» de West Ferry Street y necesito decíroslo a ti y a Ben porque se va a publicar, en las noticias de esta noche y en los periódicos de mañana saldrá la información y lo sabrá todo el mundo. De manera que tu padre quiere que lo sepas, Krista. Que te lo diga yo. No puede hablar contigo ahora porque está «a disposición de la policía». Quiere que yo te lo diga. A ti y a Ben. Quiere que te diga cuánto lo siente. Lo avergonzado que está. Tu padre se hallaba en casa de esa mujer y había ido a verla allí otras veces, además, según ha confesado ahora. Pero dice que no estaba allí en ese momento… cuando la agredieron. La maltrataron de una manera terrible, Krista. La maltrataron con una brutalidad que no se merecía, Krista, porque nadie se merece ser tratado de esa manera, ni siquiera una mujer como Zoe Kruller. Tu padre dice que no sabe quién fue, que no tiene ni idea de quién lo hizo, pero que no fue él. Que la había visto, pero que eso había sucedido horas antes… de que lo otro sucediera. Dice que fue cuatro o cinco horas antes, por lo menos. Ha dicho, ha jurado que esta vez dice la verdad… que alguien llegó a casa de la señora Kruller después de que él se marchara y que lo que le sucedió… lo que le hicieron… pasó entonces -mi madre hizo una pausa, limpiándose los ojos-. Tu padre ha jurado, Krista. No hizo daño a esa mujer, lo ha jurado. Y le creo…
Con el aturdimiento que produce el no entender, había estado escuchando las palabras de mi madre, lanzadas en ráfagas titubeantes. Como una persona insegura sobre sus piernas -una persona cuyas piernas están a punto de ceder-, mi madre era capaz de aceleraciones repentinas, con un aire de desesperación por debajo de la decisión de no derrumbarse. Para entonces sus dedos apretaban los míos con tanta fuerza que tuve que apartar las manos. Apenas se dio cuenta. Estaba tratando ¿de no llorar?… ¿de no reír? Daba pena verle las manchas en la cara producidas por el calor y notarle en los ojos, que parecían carecer de pestañas, que parecían estar desnudos, un brillo como de vidrio.
– ¿Cómo lo sé? -dijo a continuación con amargura-. ¿Qué es lo que puedo saber? ¿Por qué le estoy diciendo estas cosas a mi hija, cuando en realidad no sé? Hay cosas que sí sé: no estaba en casa con su familia aquella noche. La noche en que murió esa mujer, en la madrugada del domingo, según dicen… mi marido Edward Diehl no estaba entonces en casa. Tu padre me había pedido que mintiera, que dijera que estaba en casa, y que estaba en nuestra cama, pero no era… no es… verdad, Krista. Me niego a mentir a la policía, como él me pidió. Me niego a mentir porque no estoy dispuesta a mentir por él, un adúltero. ¿Sabes lo que es un adúltero, Krista? Un hombre que traiciona. Que traiciona a su mujer y a su familia y del que no es posible fiarse. Nunca más. Me ha mentido durante años acerca de esa mujer, primero mintió al negar que hubiera nada entre ellos, era «sobre todo amigo» de Delray, el marido, pero era mentira, nos ha mentido durante años porque sabía cómo hacer lo que le diera la gana, Eddy Diehl siempre se ha salido con la suya, toda su vida desde que estaba en el instituto ha podido hacer lo que se le antojaba. ¿Por qué tendría que mentir por él? ¿Porque soy su mujer, Lucille? ¿Porque soy la mujer que ha abandonado y a la que ha traicionado, tendría que mentir por él? ¿Por qué tendría nadie que mentir por un hombre así, o quererlo? Tú y Ben, Krista… ¿por qué?