criaturas. Y si un local no tiene licencia para servir alcohol, olvídate. Porque entonces no te van a dar ni una maldita propina. Ni lo sueñes. Sobre todo por estos alrededores, en los Adirondack, donde hay escasez de empleos. Por eso era c-n The Strip donde Zoe podía ganar dinero de verdad. En Tip Top, en Chet's Keyboard, Zoe era más popular que nadie, le daban más propinas que a ninguna de las camareras que servían cócteles, pero tenía la esperanza de cantar allí, y también estaba la esperanza de que su grupo, Black River Breakdown, consiguiera un contrato para grabar un disco cualquier día de éstos. Eso no pasó nunca, pero podía haber pasado. Y en The Strip los fulanos se pisaban para llegar hasta Zoe e invitarla a un trago, o a cenar, o a hacer un viaje a Montreal, o a Atlantic City, o a Las Vegas… que era a donde iba a ir, a Las Vegas, con un amigo nuevo al que acababa de conocer. Al menos eso era lo que creía cuando -Jacky hizo una pausa como si le hubiera venido un mal sabor a la boca y no le quedara otro remedio que tragárselo- sucedió lo que sucedió. Pero ¿te das cuenta?, Zoe a mí no me necesitó nunca. Es cierto que la presenté a unos cuantos tipos, gente como Csaba, el dueño de Chet's Keyboard Lounge y algunas otras personas en The Strip, porque yo los conozco y ellos me conocen a mí, y querían que les presentara a Zoe. Y esas personas, relacionadas con The Strip, que frecuentan los clubs, y tienen dinero, no son gente de Sparta, no habían nacido aquí y ni siquiera sabían quién era Delray Kruller, nunca habían oído hablar de él. «Motocicletas Kruller», «Taller de reparaciones Kruller», nunca lo habían oído y les tenía sin cuidado. Cosas que son importantes en Sparta, en algunos círculos de Sparta, la gente no sabe nada de ellas ni les importa un pimiento en otros sitios. Seguro que algunos de los tipos sabían que Zoe estaba casada, o que lo había estado, pero ¿qué más daba? Ella les decía que estaba «separada», que tramitaba el «divorcio». No había manera de que nadie adivinara que su marido era una especie de exaltado peligroso, con sangre de indio seneca y bebedor, o si lo sabían no se lo tomaban en serio o les importaba un comino, como ya te he dicho, ninguno de ellos hubiera sabido quién era Delray Kruller. Zoe tenía la esperanza de que el viaje que iba a hacer, a Las Vegas, pudiera terminar en algo más permanente, no es que Zoe quisiera casarse de nuevo, no quería, pero pongamos que un tipo estuviera dispuesto a invertir en su carrera de cantante, y de hacer algo así como cuidar de ella… eso a Zoe le hubiera gustado. Era capaz de sentirse muy esperanzada a veces, casi como si fuera una jovencita. ¡Podía haber tenido los años que tienes tú! «Necesito un cambio de escenario, Jacky», me dijo, «siento que hay un mundo distinto en algún otro sitio que me está esperando. Noto que aquí me voy a asfixiar» -en imitación de su amiga, Jacky habló con voz baja y gutural, muy juvenil. Luego, como si tomara conciencia poco a poco, una expresión de horror le apareció en la cara-. Es que no me puedo creer que Zoe… se haya ido. De todas las personas que conozco no había nadie que estuviera más vivo. Y ahora… pensar… que… -se le llenaron los ojos de lágrimas, de manera compulsiva se acarició la garganta magullada, en la que se marcaba el paso de los años-. Yo estaba convencida de que Delray le hacía otra vez la vida imposible. Porque aún estaba enamorado de ella… siempre estuvo loco por ella, y Zoe por él… excepto, ¿sabes?, a veces las cosas se interponen… «intervienen»… Delray aceptaba durante un tiempo que se podían divorciar, pero luego cambiaba de idea, y daba largas, y él, o uno de sus amigos, se presentaba donde estaba Zoe, como si la «acechara». Zoe me dijo: «Si me pasa algo malo, Jacky, será Delray». Se lo conté a la policía, pero hasta ahora, por lo que sé, no lo han detenido, ni a él ni a nadie, sólo lo interrogaron y le dejaron ir, estuvo «a disposición de la policía» y luego le dejaron marchar, ¿cuánto tiempo ha pasado ya, desde febrero? ¿Cuántas semanas? ¡Dios mío! ¡Pobre Zoe! Sabes que tu amiga se ha ido pero… de algún modo no te lo acabas de creer. Sigo pensando que Zoe va a bajar por la escalera… por ahí, ¿ves?… la escalera… medio dormida y bostezando o quizá vestida ya de punta en blanco, con tacones altos y muy buen aspecto, porque algún amigo va a llegar dentro de unos minutos a recogerla, y yo le pregunto que cuándo va a volver, si tiene una idea aproximada, y Zoe se ríe y dice: «Volveré cuando me parezca y esté dispuesta, Jacky. No cambias nunca». Aquella noche, Krista, quizá tuve yo la culpa, porque me había marchado. Aquella noche y la mitad del día siguiente. Un tipo, amigo mío de Watertown, apareció de pronto y quería verme, ir de fiesta, estuve con él mientras aquí mataban a Zoe, a muchos kilómetros de distancia a esa misma hora. Todo eso se lo conté a la policía. No volví a Sparta hasta cerca del mediodía y para entonces la puerta de la casa estaba abierta de par en par, como si hubiera habido un fuego, y la pobre Zoe… el cuerpo… se lo habían llevado… supongo… al depósito de cadáveres. ¡Como lo oyes! Entro por el jardín hasta la casa y me encuentro con un tipo muy fornido que me mira fijamente. «Jacqueline DeLucca, ¿es así como se llama usted?», con una expresión en la cara como si estuviera oliendo algo desagradable. Porque habían mirado por toda la casa, en todas las habitaciones, que no estaban muy limpias, supongo, y habían hablado con los vecinos. Porque te juzgan: sólo con mirarte los muy hijos de mala madre piensan que te conocen. Piensan que te pueden poner una etiqueta: «chica de alterne», «puta». El tal detective va y me dice: «Jacqueline DeLucca, usted se viene con nosotros», sin darme siquiera tiempo para enterarme de lo que le había sucedido a mi amiga, sin tiempo para llorar por Zoe, ni reponerme de la impresión cuando me dijeron que la habían asesinado. «Se ha cometido un homicidio aquí, ésta es la escena del crimen» estaban diciendo, a nadie le importaba un comino lo mucho que llorase yo, estuve a punto de desmayarme de la impresión, y ellos sin dejarme subir, sin dejarme entrar en mi propia casa… no estoy demasiado bien de salud… me han surgido «complicaciones» después de una operación… tengo la tensión alta… hay diabetes en mi familia y me da mucho miedo que me pase también a mí… temblaba y lloraba y a los hijos de puta de la policía de Sparta les traía al fresco como si mi pena por Zoe no fuese sincera… «Menos aspavientos, Jacky. Modérate.» Como si me conocieran y tuvieran derecho a llamarme Jacky. Me vi obligada a quedarme con unos amigos, ni siquiera me dejaron volver a mi propia casa durante no sé cuántos días, y luego tuve que… nadie me lo advirtió…