Cuando tenía trece años, aquellas navidades en las que nevó tanto que no podíamos salir de casa, y los quitanieves y las grúas de Herkimer County se pasaban toda la noche en Hurón Pike Road, vimos la mañana misma de Navidad un vehículo estacionado al final del camino de entrada para coches -apenas visible desde la ventana de mi dormitorio-, que parecía una furgoneta. Luego vi apearse a una figura masculina que con una pala empezó a retirar del final de nuestra entrada los caballones de nieve helada que las quitanieves habían amontonado allí. Al principio pensé que sería algún empleado municipal, aunque aquello no fuera parte del servicio habitual de retirada de la nieve, pero enseguida me di cuenta de que tenía que ser mi padre, que venía a limpiar la entrada del camino para coches como hacía siempre después de una fuerte nevada cuando aún vivía con nosotros.
¿Y dónde vivía mi padre por entonces? En Sparta no, me parece: tuvo, por tanto, que haberse puesto en camino muy a primera hora de la mañana de Navidad, en condiciones climatológicas adversas, con aquel fin.
Ni mi madre ni Ben lo supieron nunca y tampoco se lo conté. Lucille no debió de fijarse, cuando se marchó con su automóvil, en que la salida del camino no estaba bloqueada como de costumbre.
En otra ocasión, cuando se sentía más desesperado o indiferente, papá había aparcado al final del camino y es muy probable que hubiera estado bebiendo, de manera que se olvidó de apagar los faros del coche. Ben reparó en ellos desde una ventana del piso de arriba y le gritó a mi madre:
– ¡Es él, mamá! ¡Qué cabrón! ¡Por qué no nos deja en paz!
Presa del pánico, mi madre marcó el número que le había dado el comisario de Herkimer County para emergencias como aquélla, y al cabo de unos minutos un coche patrulla apareció a toda velocidad por Hurón Pike Road con una luz roja que lanzaba destellos, como en la televisión. Sin oponer resistencia Eddy Diehl fue detenido, se lo llevaron esposado y por la mañana una grúa se llevó su coche.
Por qué Lucille retiró la denuncia es algo que no nos explicó.
– Se acabó.
A partir de entonces papá desapareció. Excepto una tarde meses después en la que se le vio pasando en coche muy despacio junto al pequeño centro comercial donde mi madre había empezado a trabajar a tiempo parcial en una tienda llamada Second Time Around (un establecimiento al que las mujeres llevaban ropa que ya no querían para que se vendiera); se le vio en el aparcamiento de la parte trasera, simplemente sentado dentro del coche, fumando y es posible que también bebiendo; se llegaría a saber, porque se lo contó a uno de sus primos Diehl, que todo lo que quería era «verla, nada más que verla desde lejos», «ni siquiera tratar de hablar», pero Lucille no apareció y, al cabo de una hora, mi padre se marchó.
Papá se lo decía con frecuencia a distintos familiares, con intención de que sus palabras llegaran a Lucille: «Sabe que los quiero, a ella y a los chicos. Eso 110 va a cambiar. Cualesquiera que sean sus sentimientos hacia mí, lo acepto».
e. diehl, vecino de sparta, de 42 años
deja de estar a disposición de la policía
«no se le acusa de nada por el momento»
Como mi madre se metía en mi habitación cuando yo no estaba (¡lo sabía! Para descubrirla había colocado sutiles trampas en el cajón de los calcetines y de la ropa interior y en el armario ropero), guardaba mi alijo de recortes sobre mi padre en un cuaderno del instituto, y siempre lo llevaba y lo traía en la mochila. Aquel recorte, del Journal de Sparta del 29 de abril de 1983, conmemoraba la última ocasión en que la fotografía de Edward Diehl iba a aparecer en la primera página del periódico local.
Por esa razón y porque además afirmaba con toda claridad que Edward Diehl dejaba de estar a disposición de la justicia por falta de pruebas que lo vincularan con el asesinato de Zoe Kruller, aquel recorte tenía un gran valor para mí.
Pero tampoco pasaba por alto -nadie podía dejar de notarlo, aunque sólo leyera por encima el artículo- la apostilla malintencionada de No se le acusa de nada por el momento.
La llamativa ausencia de una frase como Sospechoso absuelto.
Edward Diehl había estado a disposición de la justicia más de una, más de dos y posiblemente más de tres veces. Se le había señalado -¡en innumerables ocasiones!- como uno de los principales sospechosos; no se le había detenido nunca, sin embargo. (A otro hombre, el marido de la mujer asesinada, se le detuvo, pero se le puso en libertad más adelante.) Fue una época de sufrimiento y de humillación pública para todos los Diehl, los Bauer y sus amigos; para Ben y para mí, forzados a ir a un instituto donde todo el mundo parecía saber más que nosotros sobre nuestro padre: sobre nuestro padre y una mujer llamada Zoe Kruller, que había sido «asesinada», «estrangulada en su cama». La investigación policial continuó durante meses, algo muy parecido a cómo una red se arrastra primero en una dirección y luego en otra, una red pesadillesca que lo atrapaba todo en su camino, ya que en la práctica todas las personas que conocían a mi padre fueron «interrogadas» y con frecuencia más de una vez. Después de uno, dos, de varios años, el caso aún seguía sin resolverse; para noviembre de 1987 no se había hecho ninguna detención definitiva y el nombre Zoe Kruller había desaparecido del periódico; Edward Diehl no era ya uno de los principales sospechosos, evidentemente, si bien la policía de Sparta no había comunicado de manera pública, ni tampoco el fiscal del condado, que el nombre de Edward Diehl quedaba libre de toda sospecha.
Mi madre nunca volvió a hablar del caso. Como una mujer que ha soportado un cáncer devastador y ha logrado sobrevivir, no hablaba de lo que casi la había matado, y se ponía lívida de indignación si alguien trataba de sacarlo a relucir. Lucille, no te importará que te pregunte cómo es…
Sí que me importa. Hazme el favor.
Por entonces no se me había contado mucho sobre lo que mi madre y su familia habían decidido llamar el problema. Se pensaba que era una chica demasiado sensible, emotiva, por lo que, más que en el caso de mi hermano Ben, se debían tener conmigo muchas consideraciones. Pero sabía que mi padre, que ya no vivía con nosotros, era sospechoso en un caso local de asesinato, que había tenido que contratar a un abogado y que, más adelante, había tenido que despedirlo y contratar a otro; y que, como no podía ser menos, había llegado a deber a ambos miles de dólares más de lo que era probable que pudiera pagarles en el futuro; porque estaba obligado a seguir manteniendo a su familia, lo que significaba mi madre, mi hermano y yo; y había perdido su empleo en Sparta Construction, Inc., donde había trabajado desde los veinte años, primero como ayudante de carpintero y luego como carpintero hasta que su patrón -que, además, era amigo suyo, o lo había sido hasta que la policía empezó a investigarlo- lo ascendió a capataz gerente.
Estaba al corriente de todo aquello. Aunque nadie me lo había dicho con claridad.
El problema era una manera tan buena como cualquier otra de señalar lo que había sucedido. El problema que se ha presentado en nuestras vidas decía mi madre, del mismo modo que papá decía El problema que se ha presentado en mi vida.