Выбрать главу

– Mi hermana es viuda -continuó, como si aquello explicase la hostilidad de la señora Howe-. Howe murió de un ataque al corazón hace dieciocho meses. Desde entonces Marty y yo adquirimos la costumbre de salir a cenar a un restaurante con ella todas las semanas. Sobre todo para no perder el contacto. Pues bien, aquella noche Marty había pensado salir, como siempre, aunque me dijo que se sentía como si fuera a coger la gripe y a última hora optó por quedarse en casa. Era el cumpleaños de Lil, y Marty se puso triste porque sabía que los camareros nos traerían cantando una pequeña tarta, ya sabe. Quería ver la cara que ponía Lily. El caso es que no se sentía bien, pensó que podía estropear la velada y prefirió quedarse. -Hizo una pausa para dar otra chupada larga al cigarrillo. Se le había acumulado mucha ceniza y Lily le acercó un cenicero en el instante en que aquélla se desprendía.

– ¿Siempre salían a cenar el mismo día de la semana? -pregunté.

– Todos los martes por la noche -dijo asintiendo.

Anoté un par de cosas en el papel timbrado de la carpeta. Esperaba dar la impresión de que tenía razones fundadas para formular aquellas preguntas. Pasé unas páginas para fingir que consultaba un par de formularios. Estaba convencida de que la carpeta era un detalle eficaz. Esperaba que Lily compartiese mi convicción. No hacía más que mirar, muerta de ganas de que anotase también algo de lo que ella decía.

– Para mí es la mejor noche de la semana -se atrevió a manifestar-. Todos los martes voy a la peluquería y me gusta salir cuando estoy arreglada.

«Martes, peluquería», escribí.

– ¿Cuántas personas sabían que salían ustedes los martes por la noche?

Los ojos de Leonard recorrieron los míos con una expresión extraña. Los medicamentos le habían dilatado al máximo las pupilas, agujeros totalmente negros que parecían haberse hecho con un perforador de papel.

– ¿Perdón?

– Preguntaba que cuántas personas sabían lo de sus salidas nocturnas. Si el intruso era un conocido de ustedes, puede que creyera que su mujer estaba también fuera.

La expresión se le alteró a causa de la incertidumbre.

– No entiendo qué tiene que ver su pregunta con la indemnización -dijo.

Tenía que tener cuidado con la contextualización de mi respuesta porque mi interlocutor había puesto el dedo en la llaga de mi castillo de naipes, ya que el único objeto de mis preguntas era averiguar si Elaine pudo ver al asesino. Hasta el momento ni siquiera sabía lo que había pasado realmente aquella noche y trataba de que el señor Grice no se percatase de mi ignorancia. No iba a ir a preguntarle al teniente Dolan, vamos.

Esbocé una rápida sonrisa para no desanimarme.

– Bueno, es que nos gustaría que se aclarase el crimen, como es natural -dije-. Puede que para abonar la indemnización necesitemos que se resuelva.

Alertada por la cautela del hermano, Lily lo miró y luego volvió a posar los ojos en mí.

– ¿A qué se refiere con eso de que «se resuelva»? -preguntó-. No comprendo lo que quiere decir.

Leonard volvió a su actitud del principio.

– Vamos, Lil, vamos, todos queremos que se resuelva -dijo-. La compañía de seguros, igual que nosotros, quiere llegar al fondo del asunto. La policía no ha conseguido nada después de todos estos meses. -Se volvió a mí-. Tendrá usted que disculpar a Lil…

Lily fulminó a su hermano con la mirada.

– No tienes que disculparte por mí cuando estoy delante -le espetó-. Eres demasiado confiado, Leonard. Eso es lo malo de ti. Marty era igual. Si hubiese sido más prudente, tal vez estaría viva ahora.

Le tembló la voz, cerró la boca con fuerza, y de pronto, ante mi sorpresa, se puso a darme detalles.

– Estaba hablando conmigo por teléfono aquella noche cuando alguien llamó a la puerta. Tuvo que colgar para ver quién era.

El hermano intervino.

– Según la policía, es posible que conociera a la persona en cuestión, aunque también pudo ser cualquiera que pasase por la calle. La policía ha dicho cientos de veces que los ladrones llaman a la puerta si las luces de la casa están encendidas. Si abren, hacen como que se han equivocado de dirección. Si nadie responde, siguen con el plan y fuerzan la entrada.

– ¿Había señales de lucha?

– Creo que no -dijo Leonard-. Nadie dijo nada en ese sentido. Yo mismo recorrí la casa de arriba abajo y no vi que faltase nada.

Me quedé mirando a Lily.

– ¿Por qué llamó su cuñada? -pregunté-. ¿O fue usted quien la llamó a ella?

– La llamé en cuanto llegamos -dijo-. Volvimos un poco más tarde de lo que habíamos pensado y Leonard no quería que estuviera preocupada.

– ¿Y estaba bien cuando habló con ella?

– Estaba muy bien -dijo Lily, asintiendo con la cabeza-. Parecía estar como siempre. Leonard habló con ella un instante, luego volví a coger yo el teléfono y estuvimos de palique hasta que dijo que llamaban y que iba a ver quién era. Estuve a punto de decirle que la esperaría al teléfono pero, como ya nos habíamos dicho todo, nos despedimos y colgamos.

Leonard sacó un pañuelo del bolsillo de los pantalones y se lo llevó a los ojos. Las manos habían empezado a temblarle mucho y la agitación pareció transmitírsele a la voz.

– Ni siquiera sé qué sucedió durante sus últimos momentos. La policía dijo que el agresor tuvo que golpearla de lleno en la cara, con un bate de béisbol o algo parecido. Debió de pasar mucho miedo.

Se le quebró la voz.

Yo no sabía dónde meterme, pero no dije nada. Pensaba para mí, por insensible que parezca, que un golpe en la cara con un bate de béisbol no deja ningún margen de tiempo para sentir nada. ¡Zas!, y te quedas frita. Ni miedo ni dolor. Sólo que se apaga todo, y a la fosa.

Lily se acercó a Leonard y le cogió la mano.

– Llevaban casados veintidós años.

– Años buenos, además -dijo, casi con entonación polémica.- Nunca nos fuimos a la cama peleados. Fue una norma que nos fijamos desde el principio. Siempre que empezáramos una disputa, debíamos terminarla. Era una mujer estupenda. Más lista que yo, no me da vergüenza admitirlo.

Las lágrimas le asomaron a los ojos, pero yo me sentía extrañamente distante, como la única persona sobria en una reunión de borrachos.

– ¿Habló la policía de la posibilidad de que hubiese testigos, de que alguien pudiese haber visto u oído algo aquella noche?

Grice negó con la cabeza mientras se secaba los ojos.

– No. Creo que no. A mí nadie me dijo nada.

– ¿Alguien, quizá, de la casa de al lado? -sugerí-. O alguien que pasara por allí. Tengo entendido que también vive gente al otro lado de la calle. ¿Cree usted que alguien pudo haber advertido algo?

Se sonó la nariz y recuperó la compostura.

– Creo que no. La policía no nos dijo nada respecto a eso.

– Bien, ya les he robado mucho tiempo y tengo que pedirles disculpas por las molestias. Me gustaría entrar en la casa para evaluar los daños del incendio, si no tiene usted inconveniente. Ya ha estado en ella uno de nuestros agentes de indemnizaciones, pero para cerrar mi informe tengo que verla yo personalmente.

Asintió.

– El vecino tiene una llave. Orris Snyder, vive al lado mismo. Vaya a verle y dígale que va de mi parte.

Me levanté y le tendí la mano.

– Gracias por recibirme.

Leonard se incorporó automáticamente y me la estrechó. Fue un apretón firme y tenía la piel caliente, casi hasta un punto febril.

– Por cierto -dije, como si acabara de ocurrírseme-, ¿han sabido algo últimamente de Elaine Boldt?

Leonard Grice se me quedó mirando, confuso al parecer por aquella alusión.

– ¿Elaine? No, ¿por qué?

– Me interesaba ponerme en contacto con ella por otro asunto y caí en la cuenta de que vivía en la comunidad de propietarios que hay al lado de su casa -contesté con naturalidad-. Alguien dijo que era amiga de ustedes.

– Es verdad. Antes de morir Marty, jugábamos mucho al bridge. Hace meses que no hablo con ella. Suele estar en Florida en esta época del año.