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La llegada de Leeann a Yosemite, poco después de aquello, resultó providencial.

Continuaron de forma más estable y exclusiva la relación que habían dejado y se casaron.

Pero ahora Leeann ya no estaba y Alex había vuelto. Y para todo el verano.

«¿Y qué importa eso? ¿No te acuerdas de cómo te ha tratado esta mañana? No tienes de qué preocuparte», le dijo una voz interior, mientras comenzaba a vencerle el sueño.

CAPÍTULO 04

– TENEMOS ahora un descanso de diez minutos -dijo Diane-. Después reanudaremos el curso de orientación.

Alex miró el reloj. Eran las once menos cuarto. Había en la sala doce personas, el grupo de voluntarios del programa de verano. Cada uno se había presentado y luego el ranger Thompson había hecho una presentación en PowerPoint sobre el parque. Tras el anuncio de Diane, la mitad de las personas habían abandonado, pero ella era una de las que había decidido quedarse.

Cal podía estar en cualquier lugar recóndito del parque, pero en el caso de que estuviese por las oficinas, no quería volver a cruzarse con él para que no pensase que lo había planeado.

Por desgracia, uno de los nuevos voluntarios del grupo que estaba sentado a su derecha había puesto los ojos en ella. Brock tenía el pelo negro de punta y rondaría los treinta años. Cuando vio que ella no hacía ademán de salir de la sala, él se quedó también sentado.

– Bueno, Alex Harcourt… ¿Adónde te han asignado con tu grupo de chicos?

– Al campamento de Sugar Pines.

Sugar Pines era el albergue de una estación de esquí. Estaba cerca de la ciudad, lo cual era una ventaja para ella, pues le permitiría vigilarlos mejor durante las horas fuera de trabajo.

– Yo voy a colaborar en el campamento de Crane Flat -dijo Brock-. Pero estando fuera de servicio hay muchas cosas que se pueden hacer por aquí.

Afortunadamente, aquel sitio estaba en la zona más occidental del parque y muy alejado de donde ella iba a estar.

– Sí, es cierto -dijo Alex secamente.

– ¿De dónde eres? -preguntó él, sin ocultar su interés.

– De Nuevo México.

– ¿No te gustaría saber de dónde soy yo?

Alex estaba contando los minutos que faltaban para que comenzase de nuevo la reunión, pero no quería parecer grosera.

– Sí, iba ahora a preguntártelo.

Brock esbozó una estudiada sonrisa que probablemente le funcionase con otras mujeres.

– Soy de Las Vegas.

– ¿Y qué te trae por aquí?

– La fotografía. Trabajo por mi cuenta -dijo él, mirándola descaradamente de arriba a abajo.

Felizmente para ella, la gente comenzó a entrar en la sala y a tomar asiento en sus sitios. José Martínez, un apuesto latino de treinta y tantos años, se sentó a su lado. Durante las presentaciones, Diane había dicho que él trabajaría en el Half Dome, el lugar donde se congregaba a diario una gran cantidad de montañeros para escalar su cima.

Alex trató de entablar una conversación con él en español, sabiendo que eso irritaría a Brock. Él sólo andaba buscando alguien para divertirse y en la sala había suficientes mujeres atractivas para ello.

Vio con el rabillo del ojo a Diane entrando en la sala.

– ¿Estamos ya todos? Parece que sí. Bueno, siguiendo la agenda de la presentación, ahora vamos a escuchar al biólogo jefe del parque, el ranger Hollis.

¿Qué? ¿Cuándo se había jubilado el ranger Thomas?

Eso significaba que Cal trabajaba allí, en las oficinas centrales, y no en Wawona.

Alex vio extasiada entrar a Alex con su perro, al que llevaba de la correa. Atlético, musculoso, con aquella espalda tan ancha y recta. Sus ojos eran de un azul tan intenso que casi la hacían llorar al mirarlos. A sus treinta y cuatro años, era un hombre apuesto y con un gran carisma. No le sorprendió que captase de inmediato el interés de todos los asistentes.

Vio que su mirada recayó enseguida sobre ella, por lo que tomó un bolígrafo, abrió su cuaderno y se quedó mirando las hojas en blanco, dispuesta a tomar notas.

– Buenos días -dijo él con su voz profunda y persuasiva-. Permítanme que les presente a Sergei, mi perro oso de Carelia. Es aún joven y está en proceso de adiestramiento, pero nos será de gran ayuda para seguir el rastro de los osos y mantener la seguridad de nuestros campamentos -dirigió una mirada de complicidad al animal-. En el material que se les ha proporcionado tienen información sobre la flora y fauna del parque, pero los osos se merecen un capítulo aparte. Los turistas vienen al parque para ver nuestros osos negros. Tengan en cuenta que muy pocos son negros. Su pelaje cubre una gran gama de colores desde el pardo hasta el pajizo, pasando por diversas tonalidades canela, castaño y azafranado. Tenemos cerca de quinientos ejemplares. El apareamiento tiene lugar durante los meses de junio y julio. En esa época se vuelven más agresivos y se pasan comiendo todo el día cualquier cosa que ven. Por desgracia, si tienen oportunidad de probar los alimentos humanos, quieren volver a repetir. Aquí, en Yosemite, estamos dispuestos a impedírselo. Esperamos de todos ustedes que, como voluntarios, enseñen a los turistas a usar los contenedores distribuidos por todo el parque para guardar su comida y a cerrarlos herméticamente para impedir que los osos accedan a los alimentos.

Alex ya había oído antes todo eso de sus propios labios. Cal tenía una gran capacidad para transmitir a los demás su pasión por el parque y los animales.

– Los osos son muy hábiles hurgando entre la basura. Y pueden irrumpir en los coches en busca de cualquier alimento que se haya dejado en ellos, aunque sean las migas de pan o de galletas caídas en la silla de seguridad de un bebé. Se acostumbran así a quedarse merodeando por esos lugares donde encuentran comida fácil. El oso y el hombre no se llevan bien. Y el problema es que los métodos tradicionales que se han seguido hasta ahora para alejar a los osos, como dispararles con balas de goma u otro tipo de proyectiles disuasorios, no han tenido éxito. Incluso cuando se les consigue atrapar o abatir con dardos sedantes para tenerles un tiempo en cautividad y tratar de quitarles la agresividad, cuando se les deja libres, más de la mitad recuperan el comportamiento salvaje. A veces no queda más remedio que matarlos y eso es lo último que todos los amantes del parque queremos. El oso negro está íntimamente ligado al parque Yosemite. No pueden existir el uno sin el otro.

Todos los asistentes estaban absortos y con los cinco sentidos puestos en lo que Cal decía.

– Echarlos del parque o matarlos no es la solución. Es necesario encontrar una que permita una coexistencia pacífica y que preserve la seguridad tanto de los hombres como de los animales. Estos perros son parte de esa solución -dijo Cal tocándole el lomo a Sergei-. Experiencias científicas han demostrado que tienen un porcentaje de efectividad del ochenta por ciento en su labor de mantener a los osos alejados de las áreas de acampada. Pero se necesita también de su ayuda como voluntarios para educar a la gente sobre cómo debe comportarse.

Cal era un profesor nato y tenía fascinada a la audiencia. Eso fue exactamente lo que le pasó a ella la primera vez que puso los ojos en él.

Durante seis años había estado tan locamente enamorada de él que había llegado a temer que aquella situación pudiera llegar a hacerse crónica. Desde el primer momento había sentido por él una atracción irresistible, hechizada por aquel par de ojos azules.

El anterior superintendente del parque, muy amigo de su padre, les había presentado. A sus veinte años, se sentía ya una mujer y se sintió despechada cuando el apuesto ranger la trató como a una colegiala.

Él tenía por entonces veintisiete, prácticamente la edad que ella tenía ahora. Ella, a sus veinte años, tenía poco conocimiento de la vida, excepto saber perfectamente cuándo un hombre la encontraba atractiva. Por eso supo enseguida que el ranger Hollis no era indiferente a sus encantos.