Era la segunda vez que lo decía.
– Me temo que eso no va a ser fácil -replicó él-. Ésa es la razón por la que quería hablar contigo. Queramos o no, vamos a estar viéndonos todo el tiempo. El jefe está muy entusiasmado con tu proyecto. Igual que todos. Y yo, más que nadie, quiero que todo salga bien.
– Gracias -dijo ella con una leve sonrisa-. Te agradezco tu voluntad de querer olvidar el pasado. Reconozco que fui una gran molestia para ti, pero puedes dar aquello por zanjado definitivamente. Ahora tengo una misión que llevar a cabo con esos chicos.
Era la tercera vez que lo decía. Cal la miró fijamente.
– Nunca me hablaste de Hearth & Home. Estoy realmente impresionado.
– Fue una idea de mi madre y yo participaba de ella. Cada vez que iba a las fincas de nuestra propiedad para enseñar a los niños a hablar en inglés, les enseñaba vídeos de Yosemite. Les entusiasmaban y siempre me pedían que les llevara más. Decidí que debía hacer algo al respecto. No resultó nada fácil convencer al consejo de la tribu. Me llevó varios años, de hecho. Ahora que todo está a punto de hacerse realidad, me preocupa que pueda salir algo mal.
– No lo creo posible, mientras el proyecto goce del apoyo del jefe.
Cal miró la dulzura que había en sus ojos verdes y sintió también deseos de poder ayudarla.
– Gracias por la oportunidad que me has dado de hablar contigo. Lo necesitaba. Quería descargarme del peso que he llevado encima desde mayo del año pasado.
¿Desde mayo? Debía de haberse confundido.
– Querrás decir desde marzo, ¿no?
– No. Volví al parque en mayo, pero no pude encontrarte y ninguno de tus compañeros me pudo indicar dónde estabas. Fue muy humillante darme cuenta de que era una persona non grata para ti y para todos los rangers del parque. Fue una lección muy dura… Quizá la necesitaba.
Cal no podía permitir que ella siguiese suponiendo algo que no era verdad.
– Antes de irte, quiero dejarte una cosa clara -dijo él poniéndose también de pie-. Si mis compañeros no te dijeron nada, fue porque mi esposa acababa de morir hacía unas semanas en una avalancha aquí en el parque.
– Tu esposa…
Ella no se movió, pero él creyó ver una sombra de tristeza en su mirada.
– Sí. Leeann era también una ranger que trabajaba en el Parque Nacional de las Montañas Rocosas y la habían destinado recientemente aquí. Nos conocíamos de antes, de cuando yo trabajaba allí también. La última vez que viniste aquí, yo estaba en Colorado con su familia asistiendo a su entierro. Todos los rangers decidimos mantener el suceso en secreto a fin de evitar que los medios de comunicación aireasen la noticia del accidente y pudieran poner en tela de juicio las medidas de seguridad del parque.
– Sin duda, sois muy buenos guardando secretos. Ni siquiera el jefe del comité federal de parques nacionales que relevó a mi padre en el cargo se lo dijo a él. Debió de ser un golpe muy duro para ti.
– Sí.
– Cuando me presenté en la torre aquel día de marzo, ¿por qué no me dijiste que estabas ya comprometido? Si lo hubiera sabido, te habría dejado en paz.
– No le propuse matrimonio a Leeann hasta abril. Nos casamos en mayo y el accidente se produjo dos semanas después de la boda.
Se hizo un silencio largo y tenso. Cal sabía que ella estaba contando mentalmente los días que podían haber transcurrido entre el incidente de la torre y su boda. Después de haberla besado apasionadamente aquella tarde, no entendía que pudiese mantener luego una relación seria con otra mujer, y menos aún casarse con ella.
– Lo siento mucho, Cal -dijo Alex con una voz tan sincera que le llegó al alma-. Supongo que Sergei debe de ser ahora un gran consuelo para ti.
Al oír su nombre, el animal se levantó y se acercó a ella. Alex le acarició el lomo.
– Se espera mucho de ti, Sergei. Vas a ser la estrella de Yosemite -dijo ella dándole unas palmaditas en la cabeza-. Nos veremos por ahí, ranger Hollis.
Alex se incorporó y se dirigió a la puerta.
A menos que tuviera una razón oficial para reunirse con ella, Cal sabía que ella nunca más volvería a acercarse voluntariamente a él. Era un motivo para sentirse aliviado, pero…
El curso de orientación terminó a las cuatro. El ranger Sims había hecho una presentación y luego varias personas del servicio forestal habían dirigido unas palabras a los asistentes.
Pero Alex no había prestado atención a ninguno durante esas tres horas. Había estado rumiando sus pensamientos, presa de una gran angustia. La idea de que Cal se hubiera casado en mayo al poco de abandonar ella el parque ocupaba de lleno sus pensamientos.
¡Qué infeliz y pretenciosa había sido! La realidad era que no significaba nada para él.
Ella no había llegado a conocer a Leeann. Según Cal le había dicho, ellos ya se conocían de antes de que a ella la destinasen a Yosemite. Ésa debía de ser la razón por la que habían tardado tan poco tiempo en casarse.
Sintió un nudo en el estómago. ¿En qué mundo había estado viviendo todo ese tiempo? Sentía vergüenza de sí misma. Cualquier persona con cerebro sabía que un capricho pasajero casi nunca era correspondido.
Había cometido el pecado capital de acosar sexualmente a Cal, quien finalmente había cedido como cualquier hombre normal. Pero había tardado poco en olvidar sus besos, yéndose a buscar la verdadera pasión en los brazos de aquella ranger con la que se había casado.
Cerró los ojos por un momento. Le pareció ahora increíble que hubiera tenido el descaro de ir a buscarlo, subiéndose a aquella torre, y de haber tomado la iniciativa de besarle. Sintió un calor intenso en las mejillas recordando la pasión de aquellos besos.
Si había habido un momento de su vida por el que se alegrase de haber nacido mujer, había sido aquél. Había sentido una extraña combinación de química y magia que nunca había sentido, y probablemente nunca volvería a sentir, con nadie más. Era angustioso y humillante que un momento tan trascendente de su vida no hubiera significado apenas nada para él. En un momento de debilidad, Cal se había dejado vencer por la chispa del deseo que ella había prendido, pero había sido Leeann la que había encendido verdaderamente el fuego de su pasión.
– ¿Vas a pasar la noche en el parque?
La pregunta de Brock la devolvió de nuevo al presente. Abrió los ojos y negó con la cabeza.
– No. Me vuelvo a casa. Pero estoy segura de que nos volveremos a ver.
– Dalo por hecho.
Se levantó de la silla, dando gracias al cielo de que Brock no la siguiese. Tenía planeado volar a Albuquerque para tenerlo todo dispuesto para el sábado, fecha en la que tenía que volver al parque con los chicos.
Había reservado unas habitaciones en Yosemite, en el famoso hotel Ahwahnee. Allí cenarían y pasarían la noche del sábado. El domingo, llevaría a los muchachos al campamento y les ayudaría a instalarse para empezar el trabajo el lunes.
Después de la entrevista que había mantenido el día anterior por la mañana con el jefe Rossiter, había hablado por teléfono con Halian y Lonan y les había informado del éxito del proyecto. Lonan le había dicho que se pondría en contacto con las familias de los chicos para que estuvieran preparados.
Aún le quedaban un montón de cosas que hacer, como comprarles ropa y artículos de aseo adecuados para su estancia en el parque. Necesitaban de todo, desde chaquetones y botas hasta pijamas para dormir. Ya había encargado las maletas con el logotipo de H & H.
También había hecho un pedido de doce docenas de camisetas blancas con la inscripción «Jóvenes Voluntarios de Yosemite H & H» grabada en color verde oscuro. Las camisetas y los pantalones vaqueros serían su uniforme. Cuando no estuvieran trabajando en el parque, podrían ponerse lo que quisieran.