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Antes de llegar a Merced, llamó a la tienda del operador de telefonía móvil de Albuquerque para asegurarse de que su pedido de tres docenas de teléfonos móviles, con cámara incorporada, estaba ya servido y con el servicio activado. Al día siguiente por la mañana los entregaría a las familias. Los chicos podrían así mandar fotos del parque al ordenador de sus familias y al de la oficina de la tribu, para que todos pudieran disfrutar de ellas.

Alex se había propuesto trabajar más que nunca para olvidar así sus amargos recuerdos.

Pero había una conversación que no podía apartar de su mente por mucho que lo intentase: la que había tenido con su padre en mayo del año anterior, poco antes de abandonar el parque. Iban los dos dando un paseo a caballo, disfrutando del paisaje, cuando él le aconsejó que no volviese nunca más a Yosemite.

– ¿Por qué? -le había preguntado ella-. Tú estuviste cinco años detrás de mamá, hasta conseguir que se casase contigo. Lo mío con Cal no es tan diferente, ¿no?

Él tiró de las riendas y se giró en la silla de montar con un gesto de preocupación.

– No lo sé. Dímelo tú.

– Sé que Cal siente algo por mí, pero sospecho que existe una razón por la que reprime sus sentimientos. Al principio pensé que era porque me consideraba demasiado joven para éclass="underline" nos llevamos siete años. Pero después empecé a preguntarme que quizá hubiese otras razones, como por ejemplo que fuese de ese tipo de hombres a los que no les gusta tener una relación con una chica cuyo padre es senador y trabaja además estrechamente con sus jefes.

Su padre miró a lo lejos, hacia las formaciones rocosas que se levantan delante de ellos.

– No gana mucho dinero -siguió diciendo ella-. Y puede que se sienta humillado ante la idea de tener una esposa que tiene más dinero del que él podría ganar en toda su vida.

– Cariño, razonas muy bien, pero se te ha pasado por alto otra posibilidad que a mí me parece la más lógica: que puede tener ya una relación con otra mujer. Tú no sabes nada de lo que hace en su tiempo libre cuando no está trabajando en el parque. Quizá mantiene una relación estable con alguna mujer que conoce desde hace tiempo.

– No -dijo ella muy segura de sí-. Me paso todo el día a su lado, coqueteando con él. Si realmente estuviera enamorado de otra persona, no me prestaría tanta atención.

– A algunos hombres les gusta parecer lo que no son.

– Lo sé papá, pero el ranger Hollis no es de ésos.

– Eso tú no lo sabes.

Pero ella, testaruda por naturaleza, había vuelto a Yosemite para demostrarle a su padre que estaba equivocado. Y ahora había descubierto que su padre sabía muy bien de lo que estaba hablando. Cal llevaba años manteniendo una relación sentimental con su compañera de trabajo, Leeann. Ahora, como penitencia por su pecado, tendría que ver a Cal todo el verano en el parque y tratar de contenerse.

¿Podía una persona aprender a dominar sus emociones? Probablemente no, pero eso no tenía demasiada importancia. Lo que tenía que hacer era olvidarse de todo y trabajar duramente en aquel proyecto que le había llevado tantos años conseguir llevarlo a la práctica.

Significaba mucho para ella y quería que fuese un éxito. Deseaba que aquellos muchachos maravillosos, que provenían de una cultura y de unas circunstancias muy diferentes de las suyas, pudieran tener la experiencia de estar en un lugar que ella siempre había considerado un paraíso.

Conociendo el amor que los chicos sentían por la naturaleza, estaba convencida de que, al final del verano, volverían con sus familias más felices aún que antes. Debía sentirse satisfecha, a pesar del dolor por el recuerdo de Cal. Pero como la gente mayor solía decir: el tiempo todo lo cura y con el tiempo todo se olvida. Rogó porque fuera verdad.

CAPÍTULO 05

CAL tenía cinco minutos para ducharse y ponerse el uniforme antes de ir a la cena del Ahwahnee. Alex parecía haber desaparecido del parque. La última vez que la había visto había sido el miércoles por la mañana en su despacho.

La noche anterior se había despertado de una pesadilla con un sentimiento de culpa, porque había soñado estar besando a Alex en vez de a Leeann.

Haber vuelto a verla había despertado en él unos recuerdos que creía enterrados. Había pensado que su matrimonio con Leeann, aunque hubiera sido muy corto, le había hecho olvidarla, pero comprendía que no había sido así.

Suponía que era algo natural, teniendo en cuenta que había pasado últimamente más tiempo con Alex que con Leeann. Había tenido algunas relaciones con otras mujeres, pero ninguna le había causado una impresión tan profunda.

Esa joven de veinte años había irrumpido en su vida con una fuerza arrolladora. Su pelo rubio platino y sus ojos de esmeralda habían iluminado su existencia con un colorido más vivo que el del arcoíris que se podía ver en la cascada de Yellowstone en una tarde de otoño.

– Vamos, Sergei, date prisa o llegaremos tarde a la cena que el jefe ha preparado en nuestro honor.

Unos minutos después, Cal y Sergei entraban en aquel comedor, con sus imponentes pilares de granito y su techo de más de diez metros de altura sustentado por unas vigas de pino canadiense. Le bastó una mirada para ver que el lugar estaba lleno de turistas. Mientras buscaba con la vista a sus colegas, su mirada se detuvo en una mujer cuyo pelo parecía poseer un brillo metálico. Sólo había visto un cabello semejante en otra persona.

Estaba sentada en una mesa cerca de una de las ventanas y, a pesar de la distancia que había entre ellos, destacaba sobre todas las personas que había allí. Cuando se giró para hablar con un joven que tenía a su izquierda, pudo ver el perfil de su cara y se quedó sin respiración. Era Alex. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

Se dio cuenta enseguida de que estaba rodeada de un grupo de adolescentes de pelo negro, muy delgados. Eran los voluntarios zunis que había llevado allí para trabajar en el parque durante el verano. Contó dieciséis. Estaban todos muy callados sin moverse de la silla. Parecían algo cohibidos.

Alguien le saludó desde una mesa cercana. Era Jeff. Sus colegas, incluido el superintendente, estaban ya allí reunidos con sus esposas e hijos.

Cal llegó a la conclusión de que no era una casualidad que Alex estuviera allí, ni que su grupo de voluntarios estuviera colocado cerca de la mesa del jefe. Bill Telford estaba muy interesado en su proyecto y sin duda quería familiarizarse con aquellos muchachos y hacerles sentirse cómodos en el parque.

Se dirigía hacia la mesa donde estaban sus compañeros cuando vio que Sergei tiraba fuerte de la correa, arrastrándole hacia la mesa de Alex. El perro la había lamido una vez y conocía bien su perfume. Igual que él.

– ¡Hola, Sergei! -exclamó una voz detrás de Cal, que él no consiguió ver a primera vista.

Era Nicky. Vance y su esposa acababan de entrar en el comedor. Roberta y Brody se levantaron de las sillas para acariciar al perro, originando un pequeño alboroto. Todos los niños que estaban allí se pusieron a mirarles. Cal trató de darse la vuelta para que no le viera Alex. Pero ella ya le había visto y le estaba mirando con una expresión de indiferencia y carente de emoción.

– ¡Muchachos! Éste es el ranger Hollis, el biólogo jefe del parque -exclamó Alex, diciendo a continuación unas palabras en lengua zuni a las que los chicos respondieron asintiendo con la cabeza-. Y éste es Sergei, su nuevo perro. Es un perro de Carelia, al que está adiestrando para ahuyentar a los osos de los campamentos.

Mientras hablaba, Sergei se frotaba la cabeza en su falda. Alex estaba deslumbrante con aquel vestido azul oscuro que llevaba. Cal no podía apartar los ojos de ella y tuvo que hacer un esfuerzo para saludar a los muchachos.