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El personal del servicio forestal había distribuido a los voluntarios de H & H en dos grandes habitaciones. Ocho en cada una. Los voluntarios masculinos del grupo HPJS ocupaban las otras. Las habitaciones más pequeñas estaban destinadas a los cinco monitores y a la directora del centro, Sheila López, una mujer de unos cuarenta años que llevaba casi diez años en ese puesto.

Alex se alegró al descubrir que no había ninguna televisión en el albergue. Se esperaba de los chicos que gozasen de la naturaleza y aprovechasen las charlas y cursos de orientación que el parque les ofreciese.

Habían contratado a un cocinero y varios ayudantes para que preparasen las comidas. El albergue contaba con una cocina muy amplia y un comedor. Se disponía igualmente de un servicio de limpieza para la ropa. Los adolescentes iban a estar sin duda bien atendidos.

Después de tomar un buen desayuno esa mañana, Alex liquidó la cuenta del grupo en el mostrador de recepción del Ahwahnee y los llevó en el microbús a Sugar Pines, a unos cuatro kilómetros de distancia. Junto al albergue y medio oculto entre los pinos, había un claro del bosque con una atalaya desde la que se podía ver el Half Dome.

El poblado zuni tenía su propia belleza, pero ella creía ver una luz en los ojos negros de aquellos chicos cuando contemplaban aquel paisaje. Los videos del parque que ella les había enseñado no podían compararse con la realidad. Aquello era el paraíso.

Él era el hombre perfecto. Perfecto e inalcanzable. Pero le había hecho un favor la noche anterior. Los chicos habían apreciado su simpatía y el esfuerzo que había hecho por aprenderse sus nombres mientras ella se los iba presentando. Y, además, se habían divertido mucho con Sergei.

Lo único que no les había gustado había sido que les sacasen esas fotos, pues eso les hacía sentirse como si fueran bichos raros expuestos en una barraca de feria. Alex también odiaba eso. Quería que se integrasen con los otros voluntarios y descubriesen que tenían los mismos problemas e inquietudes que los demás, que no eran diferentes.

Bill Telford era un hombre dinámico y atractivo y con muy buenas intenciones, pero desde que ostentaba aquel cargo se había vuelto un trabajador infatigable. Ella se preguntaba si Telford sería capaz de asimilar aquella cultura tan diferente de la suya o sólo la vería como un objeto de curiosidad. Sin la comprensión y sensibilidad que Cal había demostrado, su proyecto se quedaría en una experiencia aislada. Su admiración por él había subido muchos puntos desde la noche anterior, cuando había interrumpido la sesión de fotos de aquella manera tan sutil.

Sintió las mejillas ardiendo ante la idea de verlo en unos minutos. Cal, acompañado del ranger Sims, jefe de seguridad del parque, iban a dar una charla a los chicos. Luego vendría Bert Rodino, del departamento de reparación de carreteras y senderos de California, para explicarles en qué iba a consistir su trabajo en el parque.

Después de la cena, Sheila les había dicho que se pusiesen los chaquetones y esperasen todos fuera, a la puerta del hotel. Aún quedaba algo de luz cuando Alex y Lonan se reunieron con el grupo y encontraron un lugar para sentarse todos, incluidos los otros monitores, Del Reeves y Marshall Phelps.

Hasta el momento ninguno de los adolescentes había empezado a hacer amistad con los demás, pero ella confiaba en que cuando se pusiesen a trabajar juntos en los senderos del parque acabarían haciéndose amigos.

Vio a lo lejos unas camionetas que se detenían en el aparcamiento. Poco después, se acercaron tres hombres. Reconoció a Cal de inmediato. Destacaba sobre los demás.

El ranger Sims comenzó explicando a los chicos las normas de conducta que debían seguir mientras estuviesen en el recinto del parque. Luego le tocó el turno a Cal. Tras presentar a Sergei, hizo una disertación sobre el comportamiento de los osos, parecida a la que había dado en el curso de orientación a los monitores. Luego pasó a hablar de otro tema.

– En el parque viven pumas, aunque probablemente no veáis ninguno en todo el verano. Suelen mantenerse alejados. Tened cuidado con los ciervos. Contrariamente a lo que se cree, se contabilizan más ataques a las personas por parte de los venados que de los osos. Todos los ciervos de Yosemite tienen unas orejas parecidas a las de las mulas, por eso se les conoce con el nombre de ciervos mula.

Todos los chicos y los acompañantes se echaron a reír.

– Mientras estéis reparando los caminos -prosiguió Cal-, los veréis en las praderas y por sus alrededores, merodeando o pastando. Aunque son de naturaleza tímida, se han acostumbrado a ver a la gente, pero no os confiéis. Son animales salvajes y os atacarán si se sienten amenazados. Tienen unas pezuñas y unos cuernos muy afilados. Dejarles siempre espacio suficiente para que se sientan tranquilos y no se os ocurra nunca darles comida. Ni a ellos ni a ningún otro animal, especialmente a los coyotes.

Alex vio que, como siempre que Cal hablaba, todos estaban extasiados escuchándole.

– Por la noche oiréis a los coyotes. Un coro siniestro de aullidos y ladridos. Son depredadores naturales de los ratones de campo y las ardillas, pero han aprendido a pedir comida a las personas. No les deis nunca nada. Tenemos más de dos mil contenedores estancos con alimentos para eso. Nuestros alimentos son perjudiciales para ellos. Si se acostumbran a vivir de la comida que les da la gente, pierden defensas, se hacen más vulnerables y pueden terminar atropellados por los coches que pasan por los caminos.

– ¿Y qué más animales hay? -preguntó un chico.

– El parque es el hábitat natural de las águilas reales, los muflones y algunas especies en peligro de extinción, como el búho gris y el halcón peregrino. Toda la población de animales salvajes está decreciendo peligrosamente. Hasta los sapos se hallan en peligro de extinción. Tratad todo en el parque con respeto. Mirad dónde ponéis el pie para no aplastar, por accidente, a alguna pequeña criatura del bosque. Y para terminar, algunas cifras de interés. En Yosemite habitan más de doscientas cincuenta especies de aves catalogadas. En total, en todo el país, hay novecientas especies, por lo que podéis imaginar lo importante que es conseguir que el parque siga siendo un refugio seguro para todas esas aves. Si veis algún animal o ave en peligro, informad inmediatamente de ello a vuestros monitores. Todo el personal del parque lleva un transmisor de radio para avisar a la oficina central. Respetad este enclave maravilloso al que habéis venido como voluntarios y os aseguro que disfrutaréis de la mejor experiencia de vuestra vida.

Alex vio su sonrisa cuando concluyó la charla y sintió un cosquilleo en la boca del estómago. Bert Rodino tomó la palabra y se puso a hablar sobre algo referente a la reparación de los senderos, pero ella sólo tenía ya ojos para Cal y Sergei, que pasaron rodeando el semicírculo que habían formado los muchachos. Si su vista no la engañaba, Cal parecía estar sacando algunas fotos sin que los chicos se dieran cuenta. Cuando llegó a su lado, ya debía de haber dejado la cámara en algún lado.

Con el rabillo del ojo, vio a Sergei tratando de subirse a ella, pero Cal le tiró de la correa para impedírselo. Ella sabía que gozaba del afecto del perro, pero quizá él no sabía apreciarlo. Fingió no fijarse en ninguno de los dos para no darle alas a Sergei.

Cuando Bert Rodino terminó su presentación, Sheila tomó la palabra.

– Antes de que os vayáis al albergue a descansar, creo que debemos dar un fuerte aplauso a estos grandes profesionales que han dedicado parte de su tiempo para hablar con vosotros.

Alex se unió a los aplausos y luego se puso en pie y se fue con su grupo, mientras Cal y los otros dos hombres se quedaban hablando entre ellos.

– ¿Qué pensáis de lo que habéis visto hasta ahora? -pregunto ella.

– Los otros chicos no nos quieren aquí -respondió en shiwi uno del grupo, llamado Lusio.