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– Y el mío. Estuve allí el otro día, pero pensé que, para ser su primera excursión, sería mejor ir a Tenaya Lake. Está más cerca y el camino es más fácil. ¿Por qué no vamos los dos grupos juntos? Sería una buena oportunidad para que los chicos empezasen a romper el hielo.

Sí, la idea era sensata. Alex ya había estado allí antes. Era un lago situado a casi dos kilómetros y medio de altitud, que estaría probablemente helado aun a principios de junio. Pero el paisaje era grandioso. Después podrían continuar por el camino de Tioga para pasar la noche en el Tioga Pass Resort.

– Me parece buena idea. La estudiaré y te diré algo. Gracias por la invitación y por el juego, Ralph. Buenas noches.

– Hasta mañana, Alex.

Nada más llegar a su habitación, llamó por teléfono al Tioga Pass Resort, en el extremo oriental del parque. El gerente le dijo que las cabañas del complejo estarían abiertas al público para el sábado. Perfecto. Alex hizo reservas para todos los miembros de su grupo.

Cuando el sábado por la tarde, después de haber disfrutado del paisaje del lago, se separasen los grupos, ella se llevaría a sus chicos al complejo hotelero a pasar la noche. En la cafetería se cenaba muy bien. Después de una semana de trabajo, a los chicos les gustaría dormir en una buena cama y despertarse tarde el domingo por la mañana, para disfrutar de un buen desayuno antes de tomar el camino de vuelta a Yosemite Valley. Una vez allí, tendrían el resto del día libre para visitar el museo y el centro de información o hacer lo que les gustase.

Bert Rodino los había asignado a la zona de Four Mile Trail, que estaba relativamente cerca del campamento de Sugar Pines. Era un buen sitio para admirar el paisaje del valle. Por duro que fuera el trabajo, valía la pena sólo por disfrutar de las maravillosas vistas de las praderas de Sentinel Rock, El Capitán o las cataratas de Yosemite Falls.

Ella quería que aprendiesen a amar aquel lugar. Quería que hiciesen amigos y que aquella experiencia les ayudara a ver la vida con mayor perspectiva. Ella quería muchas cosas. Pero estaba claro que había una que no podía tener… una persona.

Ralph no podía saber el daño que le había hecho mencionando a Cal esa noche. Tras meterse en la cama, hundió la cara en la almohada hasta que quedó tan empapada por las lágrimas que tuvo que darle la vuelta.

CAPÍTULO 06

PARECÍAN haber pasado seis años en vez de seis días desde que Cal había visto a Alex entrar en el albergue.

«Enfréntate a la realidad, Hollis. Te ha dejado en paz tal como te prometió», le dijo su conciencia.

Se levantó muy temprano. Había pasado otra noche casi sin dormir, dando vueltas en la cama. Se duchó, se afeitó, se vistió, se tomó un café y se fue al estudio a revisar en el ordenador los informes que le habrían llegado de los rangers de servicio. Vio uno del botánico residente del parque que le pareció más urgente que los demás.

En el cañón del río Merced en Yosemite Valley se han detectado signos de presencia del cardo amarillo. No se ha inspeccionado aún la zona de Meadows Tuolumne, pero cabe suponer que la plaga se haya extendido también a esas praderas así como a lo largo de Tioga Pass Road.

Cal tenía ese sábado libre. Había pensado precisamente llevar a Sergei por la zona de Meadows Tuolumne para seguir con su adiestramiento, y podría aprovechar para ver la plaga de malas hierbas que citaba el informe del botánico.

Unos minutos después, metió la jaula de Sergei en la parte de atrás de la camioneta y puso en marcha el vehículo.

Al aproximarse al campamento de Sugar Pines, disminuyó la velocidad y tomó los prismáticos. El microbús de Alex con el distintivo de H & H no estaba en el aparcamiento.

Apretó el acelerador y se dirigió a Tuolumne Meadows, parándose de vez en cuando a ver si encontraba el microbús en las áreas de aparcamiento. Pero sin éxito.

Cuando llegó a su destino, le puso la correa al perro y se pasaron la mañana siguiendo el rastro de los excrementos de osos, en su mayoría restos de bayas y de insectos.

Sergei estaba demostrando ser un gran rastreador. Cal no paraba de elogiarle una y otra vez. Al llegar a un arroyo, le dejó que bebiera hasta saciarse. De vuelta a la camioneta, se detuvo a examinar las plantas que crecían a los lados de la carretera.

Efectivamente los cardos amarillos habían comenzado a proliferar. Estaban a punto de florecer. Tomó algunas fotos y puso una marca de referencia en el lugar, antes de subirse al vehículo. Durante más de dos horas estuvo parándose a lo largo de la carretera para marcar las zonas que necesitaban atención.

A eso de las ocho de la tarde estaba cansado y hambriento. En la cafetería del Tioga Pass Resort servían una carne asada y un pastel de manzana excelentes. Decidió cenar allí antes de volver a casa.

Cuando se desvió de la carretera, sintió la adrenalina corriéndole por las venas al ver el microbús de Alex aparcado frente al histórico complejo turístico.

– Quédate aquí, volveré en seguida -le dijo a Sergei, que se quedó tumbado dentro de la jaula.

Se acercó al mostrador de recepción y pidió una cabaña para pasar la noche. Con la llave en la mano, entró en el restaurante buscando con la mirada una cabeza de color rubio platino. Alex estaba sentada a una mesa que había en un rincón, hablando con dos muchachos de su grupo que no parecían muy contentos. Estaba de espaldas a él. Parecían mantener una fuerte discusión. El resto del grupo estaría ya durmiendo en sus cabañas.

Cal se acercó al mostrador en forma de media luna que había en el centro del local y pidió la cena. Luego se dirigió hacia la mesa de Alex. Era incapaz de mantenerse alejado de ella.

Los chicos fueron los primeros en verlo. Eso debió de alertar a Alex, pues giró la cabeza. Puso los ojos como platos al ver quién era.

– Cal…

Él sintió una extraña satisfacción al escuchar el nombre en sus labios. Eso significaba que no le había olvidado del todo.

– Buenas noches a todos.

– ¿Dónde está Sergei? -preguntó uno de los dos chicos.

– En la camioneta, dentro de su jaula -respondió él agarrando una silla libre que había al lado y acercándola a la mesa-. ¿Os importaría repetirme vuestros nombres?

– Lusio.

– Mika.

– Muy bien, chicos, creo que ya no se me olvidarán -dijo Cal, y luego añadió volviéndose a Alex-: Si estoy interrumpiendo algo importante, me pongo en otra mesa.

– No, puedes comer con nosotros -dijo Lusio antes de que ella pudiera objetar nada.

– Gracias.

Los chicos y Alex estaban terminándose su pastel de manzana.

Cal hizo un gesto a la camarera para que le llevara la cena a aquella mesa.

– ¿Cómo os ha ido la primera semana? -preguntó Cal tras probar la carne.

Mika miró a Alex de reojo y luego bajó la vista al suelo. Tampoco el otro muchacho se mostró comunicativo.

– En general, bien. Todos están contentos, excepto estos dos -explicó Alex-. Los voluntarios que les han asignado por compañeros parece que no les son muy simpáticos.

– Sé lo difícil que resulta todo al principio -dijo Cal, asintiendo con la cabeza-. Cuando yo empecé a trabajar con el servicio forestal de Idaho, tuve que convivir con dos muchachos en una cabaña perdida en el bosque, mientras luchábamos contra los incendios forestales. Creo que no crucé con ellos más de diez palabras a lo largo de los dos primeros meses. Por más esfuerzos que hacía, ellos no parecían tener el menor interés en que nos llevásemos bien, y mucho menos en ser mis amigos.

– Ponte en el lugar de un zuni -dijo Lusio mirándole con los ojos entrecerrados.