Era, sin duda, un plan atrevido y ambicioso, pero estaba segura de gozar del apoyo del jefe Rossiter. Saltó de la roca y montó de nuevo a Daisy. Cabalgó en dirección a la casa del rancho, dispuesta a poner en marcha la segunda fase de su plan. Después de entregar a Chico, el mozo del establo, las riendas de la yegua, entró en la casa. Pasó por su habitación para recoger el sobre que había sobre la mesa del ordenador y se dirigió al estudio de su padre.
– ¿Papá? -dijo llamando a la puerta.
– Adelante, cariño.
Desde que había dejado su cargo de senador, John Harcourt se pasaba casi todas las tardes recopilando sus memorias para publicar un día su biografía.
Alex entró en aquel despacho que más parecía una biblioteca, lleno de estanterías repletas de libros, desde el suelo hasta el techo. Contempló la colección de John Muir, el naturalista y explorador que tanto admiraba.
Le pasó un brazo por los hombros y depositó sobre la mesa el sobre que llevaba.
– Quería pedirte un gran favor, papá. Cuando llegues mañana por la mañana a California, me gustaría que vieses al responsable del programa de voluntariado del parque Yosemite y le dieras esto. No sé si será para ti una molestia en esta ocasión que vas sólo en calidad de asesor.
John empujó la silla hacia atrás y miró a su hija con ojos paternales.
– Cometí un error llevándote allí la primera vez.
– Por favor, papá, no digas eso. ¡Adoro Yosemite! Cuando les cuento a los muchachos cómo es, se emocionan sólo con pensar que podrán verlo un día. Tú me enseñaste a apreciar lo que Yosemite representa en nuestro mundo.
– ¿De veras hice yo eso? -exclamó con aparente tono de sorpresa.
– Sí, lo sabes muy bien. Lo hiciste cuando me enseñaste los escritos de John Muir. No pude parar de leerlos hasta que los terminé. Nunca podré olvidar una cita suya que me dijiste sobre las secuoyas gigantes. Fue algo que ha influido mucho en mi vida.
– ¿De qué manera?
– No recuerdo la cita de memoria, pero la idea era que Dios había preservado todos esos árboles durante siglos y que, sin embargo, el hombre podía destruirlos en pocos años con sus aserraderos, dejando esa triste herencia al pueblo americano.
– ¿Aún lo recuerdas?
Ella asintió con la cabeza.
– Desde entonces, cada vez que íbamos al parque, yo solía mirar los árboles y me echaba a llorar por los estragos que iba a producir su tala masiva. Los escritos de Muir han despertado en mí el amor que siento por ese lugar.
Su padre le agarró la mano y se la apretó efusivamente.
– Tienes unas grandes dotes oratorias, hija. De haberlo sabido antes, te habría pedido que me escribieses tú los discursos.
Ella se echó a reír.
– Piensa en lo que sería para esos chicos ver todos esos lugares de los que hablaba Muir. ¡Sobre todo en sus viajes por el Hetch Hetchy Valley! Llevo años soñando con poder llevar a los muchachos a ese lugar.
– No tengo ninguna duda de que sería una experiencia maravillosa para ellos. Tú conoces ese valle como la palma de la mano. Creo que te quedarías a vivir allí si pudieras.
– Sí, dices bien…, si pudiera. Acabo de llegar de la reunión del consejo de la tribu. Al final, he conseguido que me den permiso para llevar a un grupo de muchachos al parque como voluntarios durante el verano.
Miró a su padre y vio en sus ojos un gesto de sorpresa y a la vez de complacencia.
– Es una gran noticia, cariño. Llevas trabajando en ese proyecto mucho tiempo. Estoy muy orgulloso de ti.
– Gracias, papá -dijo ella, sacando su currículum del sobre que contenía también la propuesta de su proyecto-. Échale un vistazo y dime qué te parece. ¿Será suficiente para impresionar al jefe Rossiter?
John lo examinó cuidadosamente.
– Es brillante, propio de una persona de grandes cualidades e iniciativas. Aunque, por supuesto, Rossiter te conoce más que suficiente como para no necesitar leerlo.
– ¿Pero? -dijo ella, creyendo percibir algún tipo de reserva en su voz.
Su padre se recostó en la silla giratoria y se quitó las gafas.
– Sé el interés que tienes por el proyecto de Hearth & Home, pero sé también lo enamorada que estabas de Cal Hollis.
– Cal era un ranger del parque y te salvó la vida, papá.
– La verdad es que al final todo se quedó en una simple indigestión, no en un infarto.
– En ese momento, nadie lo sabía. Y sí, tienes razón, creo que me comporté como la mayoría de las chicas. Todas veíamos en Cal a un héroe digno de admiración.
En realidad, había habido algo más que eso. En marzo del año anterior, ella había ido allí a buscarle y se había puesto en evidencia. Cuando, dos meses después, en mayo, había vuelto al parque, no había sido capaz de encontrarlo y había supuesto que se había escondido de ella a propósito. Fue una experiencia realmente humillante.
– Bueno, ahora tienes ya casi veintisiete años. Es hora de que dejes a un lado tus fantasías de adolescente.
– Hace tiempo que las he dejado, papá -afirmó ella.
Había pasado ya más de un año desde que había puesto los ojos en Cal. No podía haber nada más patético que ver a la caprichosa hija de un exsenador echándose en los brazos de un ranger. Había estado engañándose a sí misma durante años, diciéndose que Cal estaba interesado por ella. Ahora, si tenía la oportunidad de trabajar en el parque durante el verano, les demostraría a todos que no quedaba en ella el menor rastro de aquellas fantasías románticas.
– Cuando vuelva a Albuquerque en agosto con los chicos, tengo intención de dedicarme por completo a Hearth & Home.
– Parece que lo dices en serio -dijo su padre.
– Sí -replicó ella muy seria-. El Derecho no es lo mío.
– Hace mucho que lo sé -dijo su padre arqueando una ceja-. Lyle Richins volverá del ejército para entonces.
– Lo sé. Nos mantenemos en contacto por correo electrónico.
Lyle era uno de los peones del rancho, además de un campeón de rodeo. Era el que había enseñado a Alex a montar a caballo. Un gran tipo.
– ¿Crees que podría salir algo de ahí?
– Es una posibilidad.
Alex sabía que difícilmente podría encontrar un hombre mejor que él.
– ¿Sabe tu madre que la tribu te ha dado el visto bueno?
– Voy ahora mismo a la cocina a decírselo.
– Tu madre está muy entusiasmada con tu proyecto.
– Sí -respondió Alex con una leve sonrisa-. Me ha dicho que es la primera cosa importante que hago por mí misma en años. Lo único que te pido es que curses esta solicitud a la persona que tiene autoridad para dar su aprobación. Lo habría enviado yo misma por correo, pero el consejo de la tribu ha tardado tanto tiempo en tomar la decisión que estamos casi ya fuera de plazo. ¿Me ayudarás, papá?
Alex volvió a meter su currículum en el sobre junto con el resto de los demás documentos y lo cerró. Luego tomó un rotulador y escribió en el anverso: «Para el programa de voluntariado».
– ¿Y qué otra alternativa me queda?
– ¡Papá! -exclamó ella dándole un beso en la mejilla-. Gracias por ser tan maravilloso. No sabes lo que esto significa para mí.
Aunque Calvin Hollis visitaba periódicamente a su familia en Cincinnati y lo pasaba bien con ellos, a los pocos días sentía deseos de volver a Yosemite, echaba de menos sus patrullas de vigilancia como ranger del parque. A lo largo del último año, todos los miembros de su familia, especialmente su hermano mayor, Jack, le habían estado pidiendo que dejara su trabajo y se reintegrase en la empresa de herramientas agrícolas Hollis Farm Implements, que su familia tenía en Ohio.
Imaginaron que la soledad que debía de sentir tras haber perdido a su esposa en una avalancha doce meses atrás acabaría por convencerle. Pero se equivocaban. Cal había sido trasladado, hacía seis años, desde el Parque Nacional de las Montañas Rocosas al de Yosemite, y se había enamorado de aquel lugar paradisíaco nada más verlo.